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Domingo, 27 de enero de 2008

YOSHIMOTO

Agua que has de beber

Con una serie de novelas extrañas y sugerentes, Banana Yoshimoto se ha convertido en emblema de la nueva mujer japonesa. Amrita expone un melodrama místico protagonizado por diferentes modelos de lo femenino.

 Por Mariana Enriquez

Amrita
Banana Yoshimoto
Tusquets
346 páginas

Amrita se publicó originalmente en 1997, diez años después del superexitoso debut de Banana Yoshimoto, que inició su carrera con la novela Kitchen y el relato Moonlight Shadow, publicados en un solo volumen cuando ella tenía 23 años. La década entre aquel texto de juventud y esta novela sólo ha profundizado y estilizado los temas recurrentes en la obra de Yoshimoto, que también aparecen en Sueño profundo, una colección de relatos publicada en 1989: la ansiedad por capturar la existencia, que sus personajes perciben como frágil y fugaz con una ansiedad e intensidad casi dolorosa; el profundo trauma del duelo; los lazos familiares; y sobre todo la condición de la mujer en Japón, la necesidad de romper con la fantasía de la fémina oriental sumisa para avanzar hacia un modelo independiente, extravagante y consciente. Quizá demasiado consciente: en Amrita, la protagonista Sakumi analiza tanto lo que piensa y siente que por momentos se vuelve empalagosa, aunque el efecto diario íntimo parece buscado (hay que apuntar, no obstante, que mucho se pierde en la traducción, tanto idiomática como cultural).

Lo que cuenta Amrita es un período de excepcional intensidad en la vida de Sakumi, una mujer joven que acaba de perder a su hermana, una famosa actriz que tomó una sobredosis de pastillas y “no quiso salvarse”. Sakumi vive en un auténtico gineceo: con su madre, su prima, la mejor amiga de su madre y su hermano pequeño de 11 años. A la distancia mantiene una relación de cortejo con Ryuchiro, el viudo de su hermana. Pero lo que aparenta ser una novela romántica y costumbrista en las primeras páginas se desbarata a medida que avanza la novela, y las intenciones de Yoshimoto se vuelven más ambiciosas y a la vez más simples. Amrita significa “agua que beben los dioses”; el título parece elegido por la idea del fluir de la existencia, de la vida como río o incluso como mar, con sus eternos vaivenes y repeticiones.

Pero lo que vive Sakumi es un torbellino en esa corriente. No sólo debe lidiar con un amor romántico que supone una traición profunda sino que además ella misma sufre un accidente, se golpea la cabeza y durante unos meses –lo que tarda la total recuperación– pierde fragmentos de memoria. Amrita funciona como la historia de la reconstrucción de una identidad después de un impacto muy fuerte, como si la protagonista aprendiera a caminar de nuevo. Es un aprendizaje lento y repetitivo, a veces de forma innecesaria. Y, muy al gusto de Yoshimoto, aparece enseguida la vertiente sobrenatural, con el hermano pequeño que presenta signos de ser vidente, y una pareja de amigos que tiene la capacidad de poder comunicarse con los muertos. Hacia el final, todo se aplaca: el niño pierde sus “poderes”, la memoria se recobra, las experiencias cercanas a la muerte quedan atrás. Vuelve la vida menos excepcional: la que se ha transformado, sin embargo, es Sakumi.

Yoshimoto es una especialista en las observaciones melancólicas, y de esa habilidad parte el clima que sobrevuela el libro, una especie de minuciosa nostalgia, un inventario de lo perdido, de los momentos inapresables. Escribe, por ejemplo: “Cuando se hace un viaje de dos o tres días con las mismas personas, cuando no hay distinción de sexos y no hay que trabajar, a causa del cansancio o de otras razones, nos aceleramos de forma extraña. En el coche, en el camino de vuelta, no conseguimos separarnos de los otros, reina una atmósfera muy alegre, cualquier conversación nos parece interesante y divertida, y estamos tan contentos que casi tenemos la ilusión de que ésa es la verdadera vida”.

Pero, además de la fugacidad de lo vivido, a Yoshimoto le interesa escribir sobre chicas poco convencionales y familias poco convencionales. Las chicas de Amrita son todas fascinantes: Eiko, la niña rica apuñalada por la mujer de su amante; Saseko, la hija de una prostituta que de bebé dormía abrazada a un vibrador, convertida en una médium capaz de cantarles a los muertos y hacerlos salir del mar; la madre, con sus varios matrimonios; Mayu, la estrella muerta.

Con doce novelas publicadas, seis millones de ejemplares vendidos y un status de superestrella en Japón, Banana Yoshimoto, escritora hija del filósofo Ryumei Yoshimoto, es conocida como una mujer independiente, representante de las nuevas generaciones japonesas, y muchos críticos han calificado su obra de escapista. Una tontería que le cayó encima por Kitchen y sus referencias a la cultura pop. Hoy, veinte años después del debut, se la puede leer en todo su esplendor de escritora inquieta, exagerada y capaz de sorprender con ramalazos de belleza.

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