Domingo, 16 de marzo de 2008 | Hoy
ALFRED ANDERSCH
Una novela escolar durante el ascenso del nazismo y bajo la sombra del padre de Himmler.
Por Juan Pablo Bertazza
El padre de un asesino
Alfred Andersch
Norma
117 páginas
Por más matices y puntos de contacto que existan, siempre hay un plus que mueve a distinguir entre ficción y no ficción, entre un libro de memorias y una novela enriquecida con la materia de los recuerdos. El padre de un asesino, finalizada en enero de 1980 (un mes antes de la muerte de su autor), y que hoy podemos leer en español, no escapa a esa ley. Su publicación póstuma ayudó a crear un gran entusiasmo en Alemania por este libro cuyo autor había sido obligado a enrolarse como soldado en la Segunda Guerra. Sin embargo, el interés de la nouvelle no consiste únicamente en ser lo último que escribió Andersch.
En primer lugar, al tratarse de la obra de un alemán, atrae por hablar del nazismo, aunque de forma indirecta y deteniéndose en un momento anterior al ascenso de Hitler al poder en 1933. La apuesta es hacer foco en el trabajo como director de escuela del padre de Heinrich Himmler, el segundo de Hitler y uno de los mayores genocidas de la historia. La nouvelle transcurre así en el tiempo real de una clase de griego en el Instituto Wittelsbach (Munich) en 1928, a la que asiste el joven Franz Kien, alterego de Andersch, y que invade el viejo Himmler para supervisarla en tanto rex del colegio. Con un estilo directo y llano pero atractivo para sugerir en el lector la inminencia de una vuelta de tuerca que nunca llega, la nouvelle presenta así una sorprendente unidad de tiempo y de espacio que quiebra, innecesariamente, en dos oportunidades, para describir con sagacidad no sólo el autoritarismo sino también la riquísima y siempre vigente atmósfera escolar.
Claro que esto no alcanza tampoco para entender la faja que parece ponerle al libro una mochila que no le corresponde. “Nos explica algo sobre cómo se pudo llegar a Hitler y a Himmler”, firma Heinrich Vormweg, y es demasiado. Porque no es una intención que tenga ecos ni en la idea, ni en el desarrollo ni en el resultado del libro. De hecho, en el epílogo, el autor se encarga de expresar sus dudas con respecto a la forma de encarar la historia y también su necesidad de crear personajes abiertos. Por otro lado, el libro no pretende documentar nada y, más peligroso aún, lo que cuenta tampoco es tan escabroso ni difiere mucho de lo que puede pasar todavía en algunas instituciones educativas del mundo. En definitiva, El padre de un asesino puede generar una serie de reflexiones, sí, pero no distintas de las causadas por cualquier obra literaria de calidad.
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