Domingo, 30 de marzo de 2008 | Hoy
Un oportuno ensayo sobre las formas de construir autobiografías en un momento en que las temáticas del yo recorren claustros, blogs y monografías.
Por Mariano Dorr
Autobiografía como autofiguración
José Amícola
Beatriz Viterbo
320 páginas
¿Existe la autobiografía fiel? No, naturalmente. La fidelidad al género exige una infidelidad con la historia: no hay un modo de contar la verdad, mucho menos cuando ésta se construye a partir de relatos y recuentos de episodios. La autobiografía se caracteriza por ofrecer un recorte nada inocente y más o menos arbitrario de la vida del autor; sin embargo, probablemente no haya mejor ejemplo de verdad que aquel que proporciona el fragmento. Para ser un autobiógrafo (o una autobiógrafa) fiel, hace falta dominar el arte del engaño y, por qué no, del autoengaño. ¿Qué estrategias hacen posible el discurso autobiográfico? No se trata, por supuesto, de copiar literalmente el pasado sino del ejercicio y el resultado de una interpretación de ese pasado. El juego de la autobiografía tiene menos que ver con hacer uso de la memoria que con el despliegue de ciertas técnicas de representación y figuración de la memoria. La autofiguración (término tomado de la traducción castellana de un trabajo de Sylvia Molloy: Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica) es, precisamente, esa forma de autorrepresentación que aparece “en los escritos autobiográficos de un autor, complementando, afianzando o recomponiendo la imagen propia que ese individuo ha llegado a labrarse dentro del ámbito en que su texto viene a insertarse”.
El trabajo de investigación de José Amícola es tan ambicioso como exhaustivo. Repasando diacrónicamente la historia del género autobiográfico, el autor traza un arco que abarca desde la ironía latina de Horacio y Ovidio (“quienes en el momento en que se tomaban como tema a sí mismos, lo hacían sólo humorísticamente”) hasta las últimas teorizaciones de Paul de Man, Jacques Derrida y Pierre Bourdieu (circuito imperdible, que incluye a San Agustín, Santa Teresa, Cellini, Rousseau, Goethe, Gertrude Stein, Alice B. Toklas, Norah Lange, Sarmiento, Evita y, por supuesto, Victoria Ocampo).
El apartado dedicado a La razón de mi vida da cuenta de un caso paradigmático de la ambigüedad autobiográfica: ¿qué tipo de autofiguración hace posible el melodrama de la esposa –que no escribe sino que se deja escribir por un ghost-writer, Manuel Penella de Silva– que ensalza, en primer lugar, la figura de su marido? Amícola señala la “herida de género” que no deja de sangrar en el texto de la abanderada de los humildes: “Eva Perón se exhibe de igual modo como una autora, de una forma o de otra, bajo tutela masculina, con una autoría intervenida y un texto censurado y corregido por algunos varones que la rodean”. Según el autor, la voz de Evita surge en la visceralidad “que le era habitual a la narradora también en el momento en que se salía de los textos prescriptos e improvisaba”.
Los silencios sobre el pasado inmediato a su relación con Juan Perón, en su autobiografía, no esconden necesariamente su origen plebeyo; más bien, la acercan a Su Pueblo, que la escucha ensordecido, primero en el radioteatro, después en la Plaza. Amícola destaca que será Victoria Ocampo, después de Eva, la encargada de “dar un paso más adelante para tratar de desembarazarse de ese impedimento” que constituía la aceptación de la ley masculina. El último apartado del libro se titula, justamente, “La autofiguración de la directora de Sur”. Su hermana Silvina, en un maravilloso poema (“A Victoria”), escribe unos versos que, de algún modo, asedian el estudio de Amícola (que, además de tratarse de un libro sobre las estrategias discursivas del Yo, es también una investigación sobre cuestiones de género): Lo que no tengo es mío si lo quiero / No es mío lo que tengo si no quiero.
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