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Domingo, 29 de septiembre de 2002

Cultura para todos

El lunes pasado fue presentado Términos críticos de sociología de la cultura, el diccionario coordinado por Carlos Altamirano. Mucho más modesto en su alcance que el Diccionario de teoría crítica y estudios culturales coordinado por Payne (y editado también por Paidós), el diccionario de Altamirano tiene, entre sus muchas virtudes, la recuperación del punto de vista latinoamericano a través de la voz de los más importantes investigadores de la región. A continuación, fragmentos del prólogo.

POR CARLOS ALTAMIRANO
“Al menos en Francia”, escribía Marc Augé en 1988, “nunca se habló tanto de cultura como hoy (a propósito de los medios de comunicación, a propósito de la juventud, a propósito de los inmigrantes) y este uso de la palabra, con mayor o menor control, constituye, por sí sólo, un dato antropológico”.
La nueva atención a la cultura no es, sin embargo, una especialidad francesa: la cultura se ha puesto en el foco del pensamiento social tanto en Europa como en los Estados Unidos desde las dos últimas décadas del siglo pasado. También entre nosotros, latinoamericanos, el interés por los temas concernientes a las relaciones entre cultura y sociedad no sólo creció enormemente en el medio universitario sino que ha escapado al campo académico para ingresar, con mayor o menor control, como dice Augé, en el lenguaje corriente.
La observación de este interés fue lo que dio impulso al presente libro, es decir, la de un volumen que recogiera, en la forma de entradas para un diccionario, los temas centrales de la sociología de la cultura. La preocupación por la cultura no caracteriza, ciertamente, la situación de una disciplina en particular sino que se la encuentra extendida en todas las disciplinas del mundo social, incluida la historia. Pero lo distintivo es el retorno del interés del pensamiento sociológico por ella. La cuestión de los sistemas simbólicos, la religión, el arte, la literatura, el conocimiento, las ideologías, en fin, todos los dominios y temas asociados habitualmente con la noción de cultura no han estado por cierto nunca ausentes de la tradición sociológica. Basta pensar en Marx, en Durkheim y en Weber. Sin embargo, dentro de esa misma tradición, allí donde ella se institucionalizó como saber empírico-analítico, la cultura terminó por cristalizar como un área subalterna de la investigación social: la cultura como pariente pobre de la estructura. Lo nuevo no es, por lo tanto, la presencia de los temas relativos a la cultura sino la importancia que se le concede a las relaciones de sentido y, por ello, a esos temas, en la descripción y la interpretación de la vida social. El mundo de la cultura, escriben Jeffrey C. Alexander y Philip Smith, se ha desplazado “hacia la escena central de la investigación y el debate sociológicos”.
La sociología de la cultura ha visto así reverdecer sus credenciales. Esta vuelta no tiene, sin embargo, el carácter de una restitución de la empresa que se asocia con los nombres de Max Scheler, Alfred Weber y, sobre todo, Karl Manheim –es decir, la clásica sociología de la cultura-. La proliferación de los estudios que actualmente colocan en el centro de sus preocupaciones las relaciones entre cultura y sociedad no remite, ciertamente, a una escuela o a una tendencia teórica determinada, ni siquiera a un campo disciplinario único. Los autores cuya influencia se invoca con más frecuencia al hablar de la reanimación de la sociología de la cultura –Pierre Bourdieu, Raymond Williams y Clifford Geertz– difícilmente podrían ser identificados como expositores de una misma concepción. ¿Cómo ajustar, en efecto, la antropología interpretativa de Geertz y lo que él llama “descripción densa” a los términos del “estructuralismo genético” de Bourdieu? Ya en 1980, en un artículo que tenía algo de manifiesto, Geertz registraba que la tendencia a poner el foco sobre la dimensión simbólica de la vida colectiva no hacía sino crecer y, al mismo tiempo, que había todo menos consenso entre las posiciones que él mismo mencionaba para ilustrar la mutación que estaba experimentando el pensamiento social. En fin, Raymond Williams, cuyos trabajos han sido capitales para el surgimiento de la sociología de la cultura, concebía a ésta sobre todo como un ámbito de convergencia –y como problemática de esa misma convergencia– entre orientaciones y disciplinas distintas.
Obviamente, la renovación que conoce actualmente el análisis sociológico de la cultura no proviene sólo de este proceso de préstamos, reformulaciones y contaminaciones interdisciplinarias. Provieneprincipalmente del esfuerzo por interpretar el significado de las transformaciones de la sociedad contemporánea (el debate entre “apocalípticos” e “integrados” en torno de la llamada cultura de masas, así como el más reciente sobre la modernidad y la condición posmoderna, son indisociables de ese esfuerzo) o del desafío radical que algunos movimientos cívicos y culturales, como el que alimenta los estudios feministas y los estudios étnicos, han planteado a las categorías más consolidadas del pensamiento social.
Todos estos elementos rápidamente evocados fueron tenidos en cuenta al considerar el caudal léxico, por así decir, que contendría una obra destinada a proporcionar un mapa actual de la sociología de la cultura. Aun cuando de antemano había renunciado a toda pretensión de exhaustividad, pensé que el repertorio no podría ignorar ni los dominios y conceptos que provenían del período que denominamos clásico de la disciplina –como la sociología del conocimiento o de la religión, o el concepto de ideología– ni los temas, nociones y enfoques que han surgido del fermento más reciente. Ahora bien, un repertorio de este tipo sólo podía ser fruto de la reunión de varias competencias, de la colaboración intelectual entre sociólogos y críticos literarios, historiadores y semiólogos, especialistas en educación y en medios masivos de comunicación. A partir de esta premisa confeccioné una lista de cincuenta entradas y le di forma de propuesta a la posibilidad de invitar a investigadores de la Argentina y de otros países latinoamericanos a colaborar en la producción de una obra que sirviera como texto de referencia para quienes estuvieran interesados en las relaciones entre cultura y sociedad. Si echábamos de menos un instrumento así en nuestro subcontinente, ¿por qué no producirlo con el concurso de nuestros estudiosos? La Editorial Paidós aceptó el desafío implicado en esta pregunta y le dio su respaldo al proyecto. La respuesta de quienes fueron invitados a colaborar y que hicieron posible este libro no pudo ser, a su vez, más alentadora.
En fin, más allá de un contenido informativo básico, se dio a cada autor libertad para encarar su tema. Hay, pues, no sólo diferencia de materia de una voz a otra sino también de tonos. El conocimiento no debe elaborar el fantasma de una totalidad, decía Adorno, quien celebraba el pensamiento de la Encyclopédie, que permitía el rigor sin sistema, es decir, desarrollado en forma discontinua, asistemática, laxa.

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