Domingo, 1 de junio de 2008 | Hoy
BARRETT
Una edición de los Cuentos breves de Rafael Barrett continúa el rescate de una obra que empieza a ser valorada más allá de la romántica figura de su autor.
Por Fernando Krapp
Cuentos breves
Rafael Barrett
Mil Botellas
117 páginas
Hay autores cuyas vidas tienden a opacar sus trabajos escritos. En esos casos, el lector siente la tentación de buscar en las palabras escritas rasgos, deslices, marcas que le permitan trazar un puente con las peripecias vividas por el autor, como si la hoja fuera un papel transparente. Rafael Barrett pertenece a esa clase de escritores. Hijo de un inglés y de una aristocrática madrileña, Barrett nació en España, donde llevó su vida de dandy intelectual, a caballo de las nuevas corrientes modernizadoras de la hoy ya célebre Generación del ’98, con Pío Baroja a la cabeza. Encandilado por la nueva vida al sur de América, vino a Buenos Aires en 1903 sin un solo peso en el bolsillo, ya que había derrochado casi toda (si no toda) su herencia. Según lo relató Abelardo Castillo, Barrett decidió quedarse en este continente luego de ver a un hombre hurgando entre la basura por un pedazo de carne cruda. Barrett, entonces, abrazó la causa de los pobres y se hizo anarquista. Pronto zarpó hacia el Paraguay, donde se estableció. Un buen día, a pesar de su abrumadora pobreza, decidió dedicarse de lleno a la escritura, desarrollando una vasta y prolífica obra que abarcó la novela (Mirando vivir), el periodismo, el ensayo y el cuento breve.
En sus cuentos se respira mucho Rubén Darío, probablemente porque el modernismo es el movimiento de la época. Compuesto por treinta y seis cuentos, con una prosa despojada de todo color local (uno cree, o espera, ver reflejado en sus descripciones algo del exotismo contextual vivido por Barrett) y contundente con frases como machetazos, Barrett traza una galería de temas diversos. Algunos relatos parecen meras impresiones, o reflexiones, ya sea sobre la magnificencia de la naturaleza contrapuesta a la necesidad humana de destruirla, o una mirada poética (con un tinte de decadentismo francés) sobre la experiencia del ajenjo. Otros relatos buscan el gancho final con moraleja, como la historia de un niño que ve en un príncipe un modelo ideal, pero el príncipe es en realidad un derrochador, egoísta y ególatra que se desprecia a sí mismo. Y otras piezas (si no en su mayoría) condensan su activismo político, y su visión ética sobre la pobreza y la riqueza; en ese caso, resulta un tanto incómodo un relato como “La cartera”, donde un mendigo devuelve a su dueño una abultada cartera que ha encontrado en la calle; el mendigo espera una propina, pero el rico se la niega bajo el argumento de que pedir propina es un acto despreciable. El relato le sirve a Barrett como reflexión sobre el papel caritativo de los que tienen, y el lugar inactivo que eso conlleva para los que no.
A principios del corriente año se publicó la biografía Asombro y búsqueda de Rafael Barrett, de Gregorio Morán, a lo que ahora se suma la joven editorial Mil Botellas con una reedición de estos Cuentos breves. Si bien en el ámbito académico se valora (y se rescata) a Barrett por su producción ensayística, sus cuentos permiten otra puerta de ingreso a la obra y vida de quien, según Augusto Roa Bastos, fue el fundador –voluntario o involuntario– de la literatura paraguaya.
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