Domingo, 31 de agosto de 2008 | Hoy
Miguel Vitagliano compone una novela a cuatro voces, con historias entrelazadas por la relación que los personajes, excéntricos y solitarios, construyen entre sí.
Por Luciano Piazza
Cuarteto para autos viejos
Miguel Vitagliano
Eterna Cadencia Editora
172 páginas
Esta nueva novela de Miguel Vitagliano, Cuarteto para autos viejos, bien podría ser también una pieza inconclusa para instrumento mecánico. Compone historias montadas sobre la ilusión de que nada pasa, o pasa en otro lado fuera del relato, y la resolución de los personajes siempre queda en suspenso. Confirmando un estilo que se construye evitando los grandes gestos, el fraseo complejo y la búsqueda metafórica, Vitagliano da voz a cuatro personajes cuyas historias se disfrutan más por lo que queda opacado que por lo que ilumina la narración. La novela comienza con la voz de un hombre que construye ciudades de cartón y fósforos. Se trata de un taxista que se está separando de su mujer y que, a causa de la decisión de seguir conviviendo mientras se concreta la separación, es testigo del nuevo romance que su mujer mantiene con un viejo amigo. De este extraño trío se podría esperar una gran historia pasional, de celos y frustraciones, o de reencuentros furtivos hacia una épica de la pasión. Pero la trama se genera a contrapelo de las expectativas. Cuando llega a una instancia en que podría estallar en recursos, Vitagliano repliega la retórica a la expresión mínima, casi imperceptible.
A la primera voz del taxista se le ensambla la de Octavio, coleccionista de objetos viejos; la de Perla, una abogada que clasifica todo lo que sucede; y finalmente la de Matilde, en su esfuerzo por encontrar la compañía verdadera de un hombre. El cuarteto tiene al amor como tema base. Las cuatro voces indagan en la posibilidad de generar un postergado cambio en sus vidas sentimentales. Unas gravitan en torno de la de los otros, a veces están en contacto, y otras veces ejercen un curioso efecto que provoca cambios inesperados en las personas inesperadas. Las historias están entrelazadas por la relación que los personajes van construyendo entre sí, pero efectivamente esas vidas colisionan a partir de un accidente de auto. Desde allí queda más en descubierto que el cuarteto es un entramado sobre el azar y la fatalidad, la ignorancia de la felicidad y el conocimiento de la desdicha.
En el desafortunado choque de autos crece la esperanza para un cambio definitivo en esas vidas. La novela llega a un clímax insospechado con la esperanza de que cada personaje comience a reescribir su propia historia como si no tuviera pasado. Aunque nada de eso se resuelve. El resultado de la tensión que genera la trama no es una tragedia, ni mucho menos un drama. Los contrapuntos son apenas insinuados, la compasión dramática aparece y se disuelve en historias mínimas. La tensión se gesta a partir de la diferencia entre lo que el lector sabe y lo que los protagonistas ignoran. Los puntos de vista llegan a distancias inconciliables: las diferencias mínimas de información generan enormes diferencias de comprensión de lo que sucede. El lector es testigo de lo miserable que sería el protagonista si conociera la información que le pasa por al lado, pero que le es inaccesible. Por allí finalmente llega la empatía y la compasión con estos personajes.
Sus voces quedan sostenidas en una pieza que se niega a concluir. Si terminan es porque se acepta que ocurre lejos del sentido que se está leyendo. “Las cosas pasan, y siempre dejan algo que se ignora”, cita de un texto amoroso que de algún modo une a los cuatro protagonistas. Y allí resuena la propuesta estética de Vitagliano, en la que siempre el sentido se encuentra desplazado: fuera de foco, o en el silencio, o también en el margen. El lector junto con los personajes se conforma con reconocer que existe otra historia que ignoramos.
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