Domingo, 5 de octubre de 2008 | Hoy
De Alfonsín a Cristina, de La historia oficial a Historias extraordinarias, del divorcio a la unión civil, entre tantas otras continuidades y rupturas, han pasado 25 años de la vuelta de la democracia en Argentina. Y ha corrido mucha agua bajo diferentes puentes. Esta diversidad de temas, protagonistas, cultura, arte, políticas y sectores sociales es lo que intenta reflejar la colección 25 años, 25 libros, flamante realización de la Biblioteca Nacional y la Universidad Nacional de General Sarmiento. Escritos por una nueva camada de investigadores y de cara a un público amplio, se repasa aquí el devenir de una esperanza que, a pesar de todo, cumple sus bodas de plata.
Por Gabriel Lerman
De los celulares de la policía a los blackberry, de las huelgas a los piquetes. De Federico Luppi a Ricardo Darín, y de Ayala y Olivera a Martel y Trapero. Del PC a la PC. De Alfonsín a Menem, de Duhalde a los Kirchner. Del Juicio a las Juntas a la Obediencia Debida, del indulto a los juicios sin cepos. De Viedma capital a la Cutral-có de Repsol. De la ley de divorcio a la unión civil. Del Plan Austral a la hiperinflación, de la convertibilidad a la devaluación. Del Programa Alimentario Nacional al Programa Jefas y Jefes. ¿Cómo contar 25 años? ¿Nos encontramos ante una celebración, ante una conmemoración fría, ante un balance taciturno? ¿Todo ha ido cuesta abajo en la rodada o existen signos sociales y culturales que reivindicar? ¿La fragmentación social fue tal que es imposible hablar de una sino de muchas sociedades argentinas? ¿Qué ha sido del Estado, que hace 25 años gestionaba la mayoría de las empresas de servicios públicos, escuelas, hospitales, rutas, empresas de energía?
Continuidades, rupturas. Algarabías y desmayos. Tales parecen ser los extremos que dibujan los trabajos de la colección 25 años, 25 libros, realizada por la Biblioteca Nacional y la Universidad Nacional de General Sarmiento. “Lo bello siempre es raro –dijo Charles Baudelaire–. Lo que no es ligeramente deforme presenta un aspecto insensible. La irregularidad, lo inesperado, la sorpresa, lo asombroso, constituye una parte esencial y característica de la belleza.” Acaso guiados por esta premisa que admite de antemano la imperfección, más de treinta investigadores, seleccionadores, diseñadores y personal técnico de dos instituciones públicas emprendieron una tarea editorial nada fácil: intentar aproximarse a un conjunto de temas emblemáticos e inciertos a la vez, ostensibles y provisorios, cargados de claroscuros. En su mayoría jóvenes, lo cual implica que vivieron y se formaron prácticamente durante el período que estudian, los autores de estos libros abordaron el desafío de escribir sobre los temas que conocen e investigaron, y para los que han dedicado sus mejores años, en un lenguaje que busca no tanto la divulgación sino la intervención. Se trata de libros escritos en estilos depurados, que sin perder complejidad invitan a un lector abierto y no especializado a sumergirse en sus páginas. En cierta forma se trata de un diálogo polifónico, un intercambio entre saberes y disciplinas que cruzan la economía, la comunicación y la cultura, la sociología y la antropología, la política y la religión, y buscan una suerte de lector curioso y entreverado con el acontecer del país. Algunos de estos libros, por la pericia con que fueron confeccionados, quedarán como manuales, como obras de consulta, aunque no sea el objetivo de la colección tener la última palabra o convertirse en un estado del arte.
¿Cómo pensar el conjunto, conscientes de lo inabarcable? 25 años, 25 libros se para sobre un mosaico de problemas y encrucijadas, y construye su enunciación desde la pertinencia de los autores y los estilos elegidos. Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, y Eduardo Rinesi, director del IDH (Instituto de Desarrollo Humano) de la UNGS (Universidad Nacional de General Sarmiento), son los directores generales del proyecto. Ligados desde hace años por la docencia, por la reflexión crítica en la universidad y en revistas político-culturales como El ojo mocho, esta vez se han lanzado a una empresa editorial que se hace cargo del porte y las implicancias que genera comprometer a las instituciones que dirigen: defender el espacio de lo público como lugar de la incomodidad y del compromiso, de la pertenencia y la crítica, de la responsabilidad y el desafío.
El aporte de la nueva generación encuentra en Gabriel Vommaro, sociólogo y escritor, investigador y docente de la UNGS, un exponente claro. Como coordinador general de la colección, Vommaro ha leído cada original como un curador, proponiendo ajustes, rompiendo lugares comunes y avisando dónde pensaba que podía irse a más. El comité de selección contó con la participación de investigadores como María Pía López, Aída Quintar, Pablo Bonaldi, Cecilia Pereira, Germán Pérez, Osvaldo Iazzetta, Daniela Soldano, y Gustavo Seijo. En el diseño, que mantiene una identidad, trabajaron Alejandro Truant, José Ricchiardi y el ilustrador Juan Bobillio.
Vommaro señala que la colección tiene una vocación de ir “a contrapelo de las prácticas académicas más habituales con jeroglíficos o guiños cerrados y endogámicos. Queremos tener un discurso abierto. No hay notas al pie, no hay un sistema de citas académico. Tampoco hubo una vocación enciclopedista ni es un atlas de los últimos 25 años”.
Qué se ha creado y qué se ha visto y leído es uno de los ejes por los cuales pensar la Argentina. El cine argentino, la telenovela nacional y la literatura son zonas que la colección 25 años, 25 libros aborda especialmente. Pero también los cambios de la televisión, Internet, la telefonía celular y otros dispositivos técnicos pronto masificados, la vida de las universidades argentinas, las clases sociales, la protesta social, la Iglesia Católica, las fuerzas de seguridad, la Patagonia y el peronismo son otros de los temas que se ponen sobre el tapete.
En la huella de algunos balances realizados en 2003 para los primeros 20 años de democracia, esta colección no escapa al carácter desparejo e irregular de una serie tan extensa de autores y materiales. Tal vez sea el punto de partida para problematizar un período original e intenso, que comienza a recortarse de otras décadas con sus propias marcas, tics y obsesiones. Si bien no todos los autores publican por primera vez ni carecen de una trayectoria previa, en su mayoría se trata del ingreso al debate público de una generación nueva de intelectuales.
El mandato de convivir con la diferencia, con los pedazos y la incertidumbre parece ser una de las recurrencias de estos libros, una suerte de espejo que devuelve una imagen en ruptura con el sentido común. No a la celebración ingenua pero también no al decálogo de la desdicha o a la exégesis del argentino castigado. Focalizados en un período pero apoyándose en lecturas de largo plazo, estos libros invitan a pensarse en la crudeza del aquí y ahora, y en la idea de que todavía hay mucho por hacer.
La colección 25 años, 25 libros cubre también temas sociales y políticos. La protesta social como forma característica de estos años tiene su lugar. De los movimientos de derechos humanos a las marchas del silencio, de los escraches a los piquetes y las cacerolas. “Mientras que hace unas décadas los fenómenos de movilización social se relacionaban con los sindicatos y los partidos políticos –destaca Sebastián Pereira, autor de ¿La lucha es una sola?–, actualmente las formas de protesta exceden esos ámbitos específicos. Los grandes objetivos de la política de masas (el control del poder, del Estado) así como los grandes movimientos de escala nacional, han perdido importancia, dando lugar a otras formas de organización y protesta que tienen un carácter más específico y especializado, interactúan cada vez más con instituciones y representaciones estatales, sostienen demandas concretas y suelen inscribirse como actores dentro de la definición y gestión de políticas públicas”.
Para Mariana Luzzi, autora con Carla del Cueto de Rompecabezas. Transformaciones en la estructura social argentina, la sociedad ha sufrido básicamente un proceso de fragmentación que puede verse “en la ampliación de las distancias entre las clases, en la heterogeneidad en el interior de ellas y en la profundización de las desigualdades entre regiones y provincias”. Los procesos de segregación urbana, la intensificación de la segmentación en el consumo y la mayor diferenciación de los servicios educativos y culturales son rasgos de nuestra época. Incluso una serie de cortes o escisiones en la propia clase media, tan mentada para el caso argentino. “Siempre se ha hablado de una extensa clase media como una excepción en Latinoamérica –señala Carla del Cueto–. Pero el hecho de que amplios sectores puedan calificarse como de clase media no habla necesariamente de un grupo homogéneo. Dentro de estos sectores podemos encontrar comerciantes, empleados públicos, pequeños empresarios o profesionales independientes.”
Esa imagen de aparente homogeneidad, sostienen las autoras, comienza a ser cuestionada hacia el final de la dictadura militar. Se consolida desde entonces, y recorre los 25 años de democracia, un proceso de polarización social por un empeoramiento de la distribución de los ingresos, lo cual aumenta la heterogeneidad de la pobreza. Se da un fenómeno inédito: el empobrecimiento de una parte de la clase media. Como contraste, a mediados de los noventa se evidencia el ascenso social de ciertas franjas medias, lo que da una idea de mayor fragmentación aún. A su vez, a comienzos del siglo XXI puede observarse, en los extremos de la escala social, una distancia mayor que décadas atrás entre las clases altas y las clases populares.
Si algo tuvo este cuarto de siglo fue el supuesto de estar atrapados o ensombrecidos por dos fantasmas ligados a la inestabilidad, uno de carácter político y otro económico. El primero tenía que ver con el temor a que se interrumpiera la senda institucional, el otro a que la economía se deteriorase tanto que hiciese imposible la vida en común. Ambos casos aparecían sobredeterminados por el agite de fracasos previos que debían evitarse, por caminos que ya no debían seguirse. Para qué la democracia, para quiénes, hasta dónde y cuándo.
Eduardo Rinesi: Uno podría identificar muy nítidamente un período, que se llamó “transición democrática”, caracterizado por un clima de ideas liberal político muy marcado, con el intento de situar la centralidad de las decisiones de los representantes del pueblo, conforme a ciertas garantías legales, frente a los representantes de las corporaciones y de los intereses económicos. Y luego, un momento de reaparición muy intensa de un discurso económico articulado en clave neoliberal con el que solemos resumir el espíritu de los ’90. Posteriormente, un momento de fuerte conmoción, un momento de rearticulación de un orden, y un presente lleno de incógnitas en las que parecemos estar tirando al mismo tiempo de distintos hilos de ese pasado reciente y no tan reciente, para reconstruir de algún modo el escenario, para transitar hacia adelante.
Horacio González: Uno de los cortes de Alfonsín tuvo que ver con el terror de los años previos: corría un éxtasis muy fuerte en la ruptura. Ahora me parece que con esta colección, a través del trabajo de jóvenes profesores e investigadores, puede profundizarse este debate. Un debate que está ausente hoy, siendo que está muy presente el debate sobre los años ’70. Los ’70 están presentes bajo varias formas, una que critica al gobierno de la indebida acción en los setenta, y la otra es la historización que hizo el gobierno de aquellos años. Al alfonsinismo haríamos muy mal en marcarlo como un período insignificante, dados los problemas que se reiteran, los nudos, que son muchas veces casi los mismos.
Gustavo Aprea, autor de Cine y políticas en Argentina, señala que en los dos extremos del período hay momentos muy exitosos, muy diferentes entre sí, y en el medio la peor crisis como industria, como estética y en cuanto a pérdida de público. “Es muy distinto el lugar que ocupa el cine en 1983 –dice Aprea–, a tal punto que Alfonsín intenta una campaña de prestigio nacional a partir del cine, al lugar que ocupa hoy. En los ’80 se da un fenómeno muy extraño, irrecuperable ahora, donde van de la mano espectáculo masivo, cierta legitimidad estética y corrección política que genera éxitos como La historia oficial y Camila. Lo que se fue dando es un fraccionamiento de públicos. Desde los ’90, cierto tipo de películas tienen éxito en ámbitos ya no masivos. En el campo de la memoria social, hay toda una serie de documentales que se consideran hitos. Si esto se compara con la cantidad de espectadores es mínima. En los ’80 no es que no se hablara de la crisis, no encontraban una forma válida o creíble de hacerlo. Era un tipo de realismo muy pegado al costumbrismo, al testimonio, que resultaba poco convincente.”
La FUC, universidad del cine dirigida por Manuel Antín, es rescatada como un ámbito primordial para ese cambio. Agustín Campero, autor de Nuevo Cine Argentino: de Rapado a Historias extraordinarias, recuerda: “Cuando Antín crea la FUC él dice que lo hace para seguir con algunas de las iniciativas que había tenido como presidente del Instituto de Cine. La FUC permite que, por primera vez, haya excelentes técnicos de cine, que sólo se había dado en la época de oro del cine argentino. Se da de una manera más continuada y sin las prácticas burocratizadas de la vieja carrera de la industria”. Aprea, por su parte, dice que en la FUC muchos alumnos “detestaban a los tipos que les enseñaban o se hacían muy amigos de algunos profesores y odiaban al resto, pero tenían contra quién discutir. Lo que había pasado en las generaciones anteriores era que no tenías con quién discutir. Se había roto ese vínculo por los exilios y la represión”. “En 1994 –dice Campero–, la ley de cine quintuplica los fondos, democratiza el acceso a esos fondos, pero nace con un vicio que es la corporativización de las prácticas, por cómo se decide qué películas se financian y cómo se establecen los mecanismos que hacen que hoy por hoy sea más importante un formulario que una película en sí misma. Además, no hay que olvidar que cuando se sanciona la ley de cine el presidente del Incaa, arquetípico del menemismo, era Julio Márbiz. En sus manos, la nueva ley de cine y el fondo de fomento que posibilita esa ley hicieron que gran parte de la torta fuera a manos de los multimedios”.
La telenovela es otro de los tópicos de la colección, tomado por Victoria Bourdieu en Telenovela argentina: pasión, heroísmo e identidades colectivas. “La telenovela no es un género que hable directamente de la situación del país –dice la autora–. Muchas cosas hay que leerlas entre líneas, y es bastante difícil pensar su contextualización. Había un estilo tradicional que se puede ver en los primeros años de la década del ’80, de buenos y malos, de la mujer estereotipada cuya honradez jamás será perdida. Migré es levemente más moderno porque lo social aparece en sus tramas desde los ’70: en Rolando Rivas había un guerrillero. Durante los ’80 prevaleció este estilo moderno mechado con el tradicional. Y a partir del análisis uno puede ver cómo se gestionaba el pasado violento. Desde Luisa Kuliok y Arnaldo André en Amo y señor, con esos cachetazos famosos, donde la violencia se responde con la violencia, y donde ella en el fondo se lo merecía. Por esa época aparece Pelito, que dice: disciplinemos a la juventud que tiene que ser buena y sumisa, si es necesario hay que ponerlos en su lugar. En los ’90, en cambio, nos olvidamos del pasado. Viene Andrea del Boca con su saga de medias y vestidos de colores, en mansiones, cuando la realidad del país era completamente otra. No hay exteriores en estas novelas, es difícil que aparezcan porque no hay que mostrar lo que es el país. Es un estilo neobarroco y posmoderno donde se mezcla todo para contar una irrealidad absoluta. El paradigma era cerrar los ojos hacia atrás. Esto se ve en cómo se conforma la heroína, cómo se construye un hombre discreto.”
Hacia finales de los noventa, dice Victoria Bourdieu, se redefinen el público y los contenidos, y aparece un costumbrismo de clase media en las producciones de Pol-Ka como Gasoleros y Campeones. A partir del 2001, enfatiza, cambia nuevamente el paradigma hacia un relato de la crisis. “Es lo que llamaría el retorno de los héroes. La mujer pierde protagonismo, la pareja se conforma desde el vamos y no al final, y lo que se busca, el enigma en realidad, es la justicia. Esto aparece con Resistiré, con Padre Coraje, con Montecristo muy claramente. Vidas robadas recupera una temática de delincuencia con un único héroe, la pareja está pero no es central, y lo que esperamos es ver cómo el delincuente paga su culpa. A partir de la crisis aparece esta necesidad de recuperar al héroe, y tal vez sea una forma indirecta de reivindicar algún tipo de lucha heroica.”
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.