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Domingo, 5 de octubre de 2008

Equívoca, no equivocada

Juan Carlos Martelli cultivó un perfil de narrador duro y la pasión secreta de la poesía. Un libro póstumo homenajea esta secreta afición.

 Por Sergio Kisielewsky


La puerta equívoca
Juan Carlos Martelli

Aurelia Rivera
120 páginas

Si a Juan Carlos Martelli se lo conocía como narrador y en especial por haber obtenido el Premio de la editorial Sudamericana por su novela Los tigres de la memoria (distinción que le otorgó un jurado de lujo que integraron Juan Carlos Onetti, Augusto Roa Bastos, Julio Cortázar y Rodolfo Walsh en 1973), La puerta equívoca rescata lo que por pudor no mostró en años: su obra poética.

Es un entramado donde la voz está al servicio del diálogo con sus padres. Con lo que pudo y no pudo decirles. O lo que no pudo escuchar. Como si las palabras que se trabajan en el texto se convirtieran en un aluvión contra el olvido. Casi, como la evocación que se sugiere y las imágenes donde se nombra el destierro que siempre tiene una playa como destino.

Memorias entonces hechas de sal y oleajes, palabras como agua que se cuela entre las manos. Oleajes que van de un lugar a otro. Lugares al fin donde nada es fugaz y el viento hace de las suyas frente a tanta intemperie.

Martelli bucea en lo áspero y deja margen para las maravillas del camino. Son palabras, por supuesto, en zona de riesgo, lugares a punto de desmoronarse. Toda su obra poética resulta casi como en la cábala judía donde se le habla al padre en ausencia. Se le habla en voz alta mientras se atraviesan las calles, las horas y los deseos. Logra el efecto de que ese instante ocurra de veras en el texto, que se convierta en un réquiem, un kadish según la mística hebrea, un gran lamento por el padre ausente.

“Ella era tan dulce que me cortaba las uñas con la mirada”, escribe mientras se acuna a un niño que nunca se tuvo y se nombra a Kaspar Hauser. Kaspar es alguien que no encuentra un sitio en el mundo, que no encaja con las reglas, que no está educado en los parámetros y las convenciones humanas, que no acepta civilizarse.

Poemas al fin que escarban y desentierran tesoros y se tocan con la zona épica del libro donde aparecen las aventuras del rey Carlos VIII o los trabajos sobre la conquista española. Allí se construyen imágenes que fortalecen la aventura de crear. Martelli trabaja el cuerpo de lo queda rezagado, de lo que no cuenta en las grandes historias. En esa faena, su poesía por momentos desborda en abstracción y también en vehemencia. Como si la expresión necesitara torcer los hechos dados.

Martelli fue alumno de Alejandro Storni, el hijo de Alfonsina. Y esto se advierte en cada nota musical, en cada rostro visible que el poeta construye.

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