Las aguas bajan turbias es una de las más célebres películas de Hugo del Carril. Está basada en la novela El río oscuro, un texto notablemente adelantado a su época en la literatura argentina. Ahora, lo recupera una colección dirigida por Abelardo Castillo.
› Por Fernando Krapp
El río oscuro
Alfredo Varela
Capital Intelectual
263 páginas
El 9 de octubre de 1952 la sala del Gran Rex estaba llena. Mucha gente se había quedado afuera y hasta los pasillos estaban plagados de ávidos espectadores seducidos no sólo por ver la última película de Hugo del Carril, sino también por los rumores que corrían sobre los problemas que habían tenido durante el rodaje. La sala oscureció, el proyector hizo correr la cinta y apareció el título: Las aguas bajan turbias. Los créditos detallaron los nombres de las personas implicadas en el film, datos a los que no todo el mundo suele prestarles demasiada atención. Como autores del guión figuraban Hugo del Carril y Eduardo Borrás. Pero los créditos guardaban una omisión que el revisionismo documental del backstage revelaría con el tiempo: la cuarta película de Hugo del Carril, amigo íntimo de Perón, estaba basada en una novela titulada El río oscuro, escrita por Alfredo Varela, miembro dirigente del Partido Comunista y preso político del peronismo por causas un tanto oscuras.
Cuando Hugo del Carril leyó la novela no creyó que tuviera mucho potencial para ser filmada. Era distinta, demasiado literaria para el cine. Publicada en 1943, con El río oscuro Alfredo Varela no sólo reflejaba el trato inhumano y despiadado que recibían los trabajadores de los yerbatales al nordeste del país (llamados mensúes), sino que extremaba las convenciones del realismo hasta convertirla en un experimento formal que dialogaba con la obra de Faulkner. El río oscuro es una temprana consecuencia del efecto que tuvo el autor de Absalom, absalom en la novela argentina (y, por qué no, en la novela latinoamericana previa al boom). Pero si bien Faulkner buscó narrar la “naturaleza humana” liberando la conciencia de sus personajes e indagando en sus genealogías familiares, los hombres de Varela son tipos solos, huérfanos que trabajan de sol a sol sin descanso. La descripción de la naturaleza humana se mezcla con las descripciones del entorno natural en un juego de ida y vuelta, como si la selva se les metiera adentro y los llevara a un grado de primitivismo que los hiciera tomar conciencia de sus facultades como hombres.
Incluso hoy, para el lector del siglo XXI, El río oscuro sigue siendo novedosa por su audacia narrativa que mixtura la historia, con el periodismo de denuncia, el ensayo, el guión cinematográfico y el realismo narrativo. Cuando uno se sumerge en la novela tiene la sensación de ser arrastrado por un delta a través de una selva lingüística que Varela entreteje con un oído muy fino para los giros y modismos del habla de los mensúes (una mezcla de español, portugués y guaraní). En ella se alternan tres líneas narrativas: el relato histórico que describe cómo la fiebre del oro y la plata de los españoles se transfiguró en fiebre por el oro verde de la yerba virgen. Una subtrama titulada “En la trampa”, donde Varela apela a declaraciones textuales de los mensúes, quienes cuentan sus experiencias en los yerbatales. Y la historia de Ramón, el personaje principal, que llega al nordeste para trabajar, es tratado como ganado por los capangas y lentamente entra en resonancia con el conflicto en el que está inmerso, a punto de ahogarse.
Probablemente, Hugo del Carril se haya entusiasmado más por el tema que por la novela en sí, y decidió adaptarla. Pidió permiso a Perón, quien puso dos condiciones: tenía que aclararse que los hechos narrados por la película habían ocurrido mucho tiempo atrás y el nombre del autor no podía figurar en los créditos. Alfredo Varela fue trasladado de una cárcel del Chaco a Devoto, y Hugo del Carril y Eduardo Borrás lo visitaron hasta transformar la novela en Las aguas bajan turbias. Con los años, la película se convirtió en un clásico del cine nacional.
El río oscuro tiene ahora una cuidada edición a cargo de la editorial Capital Intelectual e inicia la colección “Los recobrados”, dirigida por Abelardo Castillo. Su reedición ofrece una visión más completa de la tradición del realismo crítico argentino (Viñas, Rozenmacher, Walsh, por mencionar algunos) y obliga a repensar la obra de escritores cuya literatura fue reducida muchas veces por una lectura simplista.
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