Domingo, 13 de octubre de 2002 | Hoy
VAMPIROS
Vampiria: de Polidori a Lovecraft (Adriana Hidalgo) es una generosa antología (al cuidado de Ricardo Ibarlucía y Valeria Castelló-Joubert) y mucho más: una edición crítica y una investigación apasionante a través de una de las modernas criaturas literarias de más larga proyección.
Por Mariana Enriquez
Rastros de sangre
Las causas del fenómeno vampírico son diversas: la vigencia del
personaje en el cine de terror, la subcultura gótica con
su ejército urbano de jóvenes que veneran al vampiro como ideal
y, en literatura, la renovación del género que comenzó
Soy leyenda de Richard Matheson (con el vampiro como epidemia en un apocalipsis
de ciencia ficción), siguió con Entrevista con un vampiro de Anne
Rice (con su carga homoerótica y el regreso a la suntuosidad romántica)
y se reforzó en los 90 con Poppy Z. Brite, autora de Lost Souls
(1992), la novela que abrazó la subcultura gótica y creó
el nuevo arquetipo del vampiro urbano, adolescente, de sexualidad múltiple,
violento, inmerso en la cultura rock. Desde 1994, Brite edita la antología
Love in Vein, dedicada sólo al vampirismo erótico, que lleva dos
exitosas entregas. En su primera edición incluía cuentos de la
activista y académica queer Pat Califia y la stripper gótica
Danielle Willis. En la segunda, ya firmaban los nombres más importantes
del terror contemporáneo (Neil Gaiman, autor de The Sandman, el británico
Christopher Fowler, David J. Schow y Caitlín R. Kiernan, escritora de
imaginario muy similar a Brite).
En formato más clásico se destacó la ecléctica antología
de John Richard Stephens Vampires, Wine and Roses (1997) que incluía
un fragmento de Romeo y Julieta de Shakespeare, El Giaour, fragmento de un cuento
turco de Lord Byron, Thalaba, el Destructor de Robert Southey, pero también
narraciones de Woody Allen, monólogos de Lenny Bruce, la letra de Luna
sobre Bourbon Street de Sting (un homenaje al vampiro Lestat de Anne Rice)
y hasta un cuento de F. Scott Fitzgerald.
En España también se padece la fiebre vampírica desde hace
mucho. En 1986 apareció una extraña antología llamada Historias
de Vampiros (ed. Obelisco) que incluía clásicos como Una
muerta enamorada de Teophile Gautier, pero también cuentos de narradores
españoles como Vampiros reflejados en un espejo convexo de
Severo Sarduy y el bellísimo Paisaje de adolescencia con iglesia
románica sumergida de Manuel Vázquez Montalbán. En
1992 se editó por primera vez Vampiros de editorial Siruela, con excelente
prólogo de Jacobo Siruela, que hasta el momento era la antología
definitiva del vampirismo romántico del siglo XIX. Este año, Siruela
acaba de reeditarla, corregida y aumentada, con el título de El Vampiro.
Los autores más modernos también cuentan con antologías
traducidas al español: The Ultimate Dracula, publicada en 1991 en Estados
Unidos con selección de Leonard Wolf fue editada un año después
por la editorial Timun Mas como Drácula Insólito (con cuentos
de Anne Rice, Dan Simmons y Steve Rasnic entre otros). Como se ve, la Argentina
es un páramo en comparación. Vampiria llega en el momento justo
para cambiar un poco el panorama.
Nuestra sangre
Vampiria comienza con un contundente prólogo que narra la paradójica
epidemia vampírica real que asoló a Europa del Este
en pleno Siglo de las Luces. En ese vaivén razón-superstición
aparece el primer tratamiento literario del tema vampírico, Lenore,
poema de uno de los mayores representantes del Sturm und Drang, Gottfried Bürger.
Desde entonces, todos tienen algo que aportar: Goethe con La novia de Corinto,
Samuel Taylor Coleridge con Christabel... Pero no es hasta el inefable Lord
Byron que el vampiro se convierte en un personaje popular. Una de las virtudes
de Vampiria es que, tal como lo enuncia su prólogo, puede leerse como
un único texto que los engloba a todos y narra por sí mismo
una historia de los cuentos de vampiros. Así, revela que El Vampiro
de John Polidori, atribuido en su momento a Byron, desató pasiones literarias:
Charles Nadier, filólogo, entomólogo y escritor, decidió
escribir una continuación, Lord Ruthven y los Vampiros (1820) hasta hoy
inédita en castellano y toda una rareza en francés. Vampiria ofrece
el último capítulo de esta novela en traducción de los
editores, y es sólo la primera de una serie de apasionantes sorpresas.
En la introducción al fragmento hay más sabrosa trivia, como las
numerosas piezas dramáticas y de vaudeville protagonizadas por Lord Ruthven,
en una suerte de matriz insólita de las secuelas en el cine de terror.
Otro de los grandes logros de Vampiria es descubrir, por fin, quién es
el verdadero autor de Deja a los muertos en paz (1823) (o No
despertéis a los muertos, según otras versiones). Generalmente
atribuido al alemán Johann Ludwig Tieck, Ibarlucía y Castelló-Joubert
establecen gracias a la investigación que este cuento clásico
y casi necrofílico es de Ernst Rapauch, autor casi olvidado hasta por
los germanistas. Así, reeditan por primera vez después de más
de ciento setenta años la versión original, con todos los fragmentos
escabrosos dejados de lado.
Algo parecido sucede con el siempre recopilado Berenice de Edgar
Allan Poe: la versión de Vampiria recupera la primera edición,
sin posteriores correcciones de Poe, con cuatro párrafos que incluyen
la macabra visita del protagonista a la cámara mortuoria de la amada.
La mayor sorpresa del volumen, sin embargo, es una nouvelle de Alexei Tolstoi
(primo de León) casi nunca recopilada (por lo general, se recupera de
este autor La Familia del Vurdalak). Se llama Upires (1841) y es
una increíble narración que comienza entre la aristocracia zarista,
se traslada a Milán y vuelve por fin a Rusia con un festín de
sangre donde Satanás viste de polichinela. Otras perlas: la primera versión
de El Horla (1886) de Guy de Maupassant (en primera persona, sin
las tradicionales entradas de diario y con la rehabilitación de la palabra
vampiro), el inédito en castellano La verdadera historia
de un vampiro (1894), del decadente Eric Stanislaus, primer cuento con
un vampiro varón explícitamente homosexual (antecedente del vampiro
arquetípico desde Anne Rice a hoy), Thanatopía (1893)
de Rubén Darío, primer cuento de vampiros en castellano y El
Vampiro (1927) de Horacio Quiroga, gran elección (y notable opción
frente al archirrecopilado El almohadón de pluma).
Irreprochable, con una extensa bibliografía y errores sólo detectables
por obsesivos en la introducción aseguran que La buena Lady
Ducayne estaba inédito en castellano, pero la verdad es que podía
encontrarse en Vampiros extraños (1991) de la colección Cara Oculta
de Editorial Mirach, todos los cuentos tienen traducciones actualizados
(de los editores y de Jerónimo Ledesma y Fernando Cava entre otros) que
respetan el tono original pero facilitan enormemente la lectura de textos que
por lo general llegaban plagados de anacronismos en las traducciones españolas.
Vampiria es una antología encuadrada en una seria investigación
sobre el tema en el romanticismo y el decadentismo del siglo XIX, pero encontrará
lectores fuera del círculo de estudiosos. La deliciosa trivia ofrece
nuevos interrogantes para el gótico consecuente (¿dónde
está la tumba del secretario de Byron?, por ejemplo) y la rigurosidad
crítica ofrece una fuente definitiva para fanáticos de la literatura
del siglo XIX. Un trabajo serio y divertido, que ofrece placeres malsanos tanto
a curiosos como iniciados.
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