Dom 20.10.2002
libros

Atavismos culturales

EL AUTORITARISMO
Y LA IMPRODUCTIVIDAD
José Ignacio García Hamilton

Sudamericana
Buenos Aires, 2002
332 págs.

POR DANIEL MUNDO

¿Cómo escribir un libro de historia que provoque en el lector una desapasionada indignación, y que haga incompartibles ideas que en otro contexto se defenderían con cierto entusiasmo? En El autoritarismo y la improductividad, el libro de García Hamilton, despunta el sentimiento que esta pregunta introduce.
La tesis central del libro es sencilla: “Nuestra situación actual se debe, sobre todo, a razones culturales. El aspecto del origen religioso nos ofrece una cantera muy rica” para develar el misterio de nuestra miseria. En otras palabras, los países que conocieron la Reforma protestante han tenido un buen y apacible desarrollo económico-político; los países que provienen de la cultura católica están marcados, en cambio, por el militarismo, la violación sistemática de la ley, el engaño, la explotación indiscriminada, la incultura. La tesis es verosímil, pero está presentada de tal modo que se hace indefendible. El lector se encuentra mareado, no entiende cómo hizo el autor para pasar en una sola página del gobernador de Buenos Aires de 1603, Arias, a Fidel Castro; de él al principio de defensa de las libertades individuales y al exitoso empresario Lee Iaccoca, de Iaccoca al Imperio Romano, y de allí a la costumbre de la América Hispana de no pagar los préstamos oficiales y denunciar el intervencionismo estatal.
Intercalados entre estos saltos aerodinámicos, los tímidos argumentos se verán arrollados por la cascada de nombres: el gobernador Mercado, el vecino José Herrero, el barbero y espadero Jerónimo Miranda, los hermanos Alexandro, etcétera. El sesudo pensamiento culmina afirmando que “a principios del siglo XX dos de cada tres habitantes de la Argentina eran italianos. Quizás sea por ello que durante la intendencia del brigadier Cacciatore se dictó una ordenanza que hacía obligatorio en los taxis el uso del cinturón de seguridad” tanto para el chofer como para los pasajeros. Para utilizar un dicho popular –que a García Hamilton le gusta usar profusamente–, “más claro, échale agua”.
Habría que agregar que lo más incómodo del libro, de cualquier forma, no es el determinismo teleológico que lo guía. Incomoda más hacer el esfuerzo, que todo libro merece, por otro lado, de ponerse en el lugar desde el que el autor se ubica para hablar. Detrás del ahuecado e inútil enciclopedismo que puebla sus incontables páginas se yergue una conciencia bien pensante que cree fielmente no sólo que uno se puede conocer a sí mismo (y que el modo de conocerse es el que se despliega García Hamilton) sino que ese conocimiento ayudará a liberar los rasgos progresistas y constructivos que anidan, dormidos, en todo individuo y en cualquier pueblo. “Entender es el primer paso para mejorar”, concluye el libro. No importa que no entendamos qué significa entender y que ignoremos qué implica mejorar. Lujos que puede darse el argentino ilustrado.

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