Una oportuna reedición de la escritora que llegó a ser Dama del Imperio británico.
› Por Violeta Gorodischer
Los Encubridores
Muriel Spark
La Bestia equilátera
151 páginas
Cuando Truman Capote escribió A sangre fría, no sólo dejó al mundo el legado de una obra maestra sino que cerró las puertas (con candado) a quien quisiera hacer algo parecido y salir airoso. Los que sobrevivieron, los que destacaron, fueron quienes tuvieron la agudeza de hacer algo totalmente distinto. Y ese fue el caso de Muriel Spark (1918-2006) con Los Encubridores. Basada en uno de los casos más trascendentes de la historia policial de Inglaterra (un crimen ocurrido en el seno de la aristocracia británica) la novela reelabora los hechos y despliega incorrección política y humor negro a mansalva. A sus 82 años, la escritora nacida en Edimburgo que saltó a la fama con The Prime of Miss Brodie, seguía defendiendo el título de “Dama del Imperio Británico” con la vigesimoprimera novela de su obra. ¿La trama? Una reconocida psiquiatra cuyo apellido (Pappenheim) es homónimo del de la célebre paciente de Freud, Anna O., un criminal llamado Lucan que busca paliar su cargo de conciencia por el asesinato de su niñera 25 años atrás, una práctica clínica que plantea el reverso de la terapia lacaniana (hablar, hablar y hablar, sin dejar que el paciente emita palabra). Apenas la punta del iceberg en esta historia atractivamente delirante. Porque la doctora Pappenheim se hace llamar Wolf y esconde un pasado de falsa mística enriquecida a costa de los pobres, mientras que el asesino Lord Lucan, dandy escurridizo gracias a una red de aristocráticos encubridores, tiene a su vez un doble (cuál es cuál deja de ser importante) con el que intentan chantajear a Wolf. “Usted cubrió sus manos, costados y pies con sangre menstrual, doctora Wolf. Estamos ambos en este negocio de la sangre”, dice Lucan al recordar los chorros que desprendía la niñera muerta a mazazos (“¿por qué será que las clases bajas sangran tanto?”). Porque claro, pequeño detalle: los falsos estigmas de la doctora habían sido hechos con sangre de su propia menstruación. Así, los tabúes son puestos sobre la mesa del modo más irreverente (“qué otra cosa debería hacer una mujer de su imaginación con su sangre menstrual?”), la jerarquía de clases es ridiculizada, los personajes se van hundiendo en sus propias contradicciones con un humor ácido que se agradece en cada nueva aparición. Mientras la doctora Wolf se refugia en Londres, los Lucan siguen su escapatoria en base a la red de contactos desperdigados por el mundo. Y en el medio, la relación sádico-dependiente entre el verdadero y el falso Lucan, la burla del título aristocrático utilizado como baluarte en el siglo XX, la enigmática relación de Wolf con un artesano cinco años menor, la reacción de sus otros pacientes, el servicio doméstico a cargo de una pareja gay de estudiantes de psicología a los que la psiquiatra había encontrado “interesados el uno el otro, ansiosos de huir de sus familias y sin ganas de estudiar”.
Sin dudas, el gran hallazgo de la novela es conjugar una verosimilitud accesoria (casi no importa ese desenlace que muchos calificaron de abrupto), con un hilo argumental atrapante. Algo parecido a lo que sucede en los otros dos libros de Muriel Spark próximos a editarse: Memento Mori, donde un grupo de viejitos son acechados por un llamado que les recuerda que deben morir, y Vagando con intención, historia de una joven escritora en la posguerra que al trabajar para una Sociedad Autobiográfica descubre que los sucesos reales son como los de su novela sin terminar. Podría decirse mucho más, tanto de un libro como del otro, pero lo cierto es que las hojas de Los Encubridores todavía están tibias. Por ahora, entonces, celebremos este ímpetu editorial que puso el foco en una de las autoras que, no en vano, fue calificada como “la más talentosa y original nove-lista inglesa de su generación”.
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