TERROR > A PROPóSITO DEL MIEDO ESCRITO (Y LEíDO)
Peter Straub, uno de los más extraordinarios escritores de terror norteamericanos, acaba de editar una antología de nuevos narradores del género llamada Poe’s Children, que sirve como una anatomía de los miedos de hoy.
› Por Rodrigo Fresán
Poe’s Children
The New Horror: An Anthology
Edited by Peter Straub
Doubleday 2008
534 páginas.
El miedo es un animal extraño. Nada envejece más rápido que el miedo (que aquello que nos da miedo) y, sin embargo, el miedo es inmortal. El miedo permanece y, cuando pierde su valor (el valor del miedo pasa por la intensidad del miedo que provoca), el miedo se las arregla para mutar, para surgir y atacar desde otro ángulo de las sombras. Así, lo que nos causa miedo cuando somos niños (la oscuridad) deja de asustarnos al crecer para cuando se aproxima el crepúsculo de nuestras vidas volver a acercarse a nosotros por la espalda. Sin hacer ruido. Y hacernos comprender –con un sobresalto– que cuando éramos chicos nos asustaba lo que había en la oscuridad (y no estaba) y ahora nos asusta lo que no hay en la oscuridad (y ya no estará nunca).
Lo mismo ocurre con el género fantástico. El Drácula de Lugosi que en su momento provocó desmayos de erotizado temor ahora provoca una sonrisa piadosa. Y qué decir de aquellos monstruos radiactivos de los años ’50 o del actual e histérico trash-gore de hacha y garfio.
El miedo leído (que no es igual, que es muy diferente al miedo que se mira) sigue siendo, en cambio, un terreno donde el tiempo no pasa del todo (o pasa de una manera muy diferente), donde los clásicos siguen saliéndose (y entrándonos) con la suya, y donde se establecen conexiones sin importar el espacio recorrido o el paso del tiempo. Así, el Drácula de Bram Stoker aletea sin problemas junto al Salem’s Lot de Stephen King y los fantasmagóricos relatos de Henry James recorren los mismos pasillos que la monumental Fantasmas de Peter Straub.
Y es este último, Peter Straub (Milwaukee, 1943), quien se ocupa del asunto en una más que atendible antología recién aparecida en los Estados Unidos con el título de Poe’s Children: The New Horror.
Hablemos de Straub.
Para muchos, el hermano “complicado” de Stephen King (con quien firmó El talismán y Casa negra) a quien bastante seguido se acusa de que sus novelas “no se entienden”. Para muchos otros, me incluyo, uno de los más brillantes y sofisticados exploradores del espanto, quien más allá de su ya legendaria Fantasmas (que lo consagró en 1979) tiene en su haber otras joyas como La tierra de las sombras (suerte de Harry Potter siniestro de 1980), una serie de policiales góticos (donde destacan el thriller vietnamita Koko o ese brillante artefacto metaficcional que es La garganta, ambos protagonizados por su héroe recurrente, Tim Underhill, escritor gay y sobreviviente a la caída de Saigón), una perfecta colección de cuentos (Casas sin puertas), la novela con asesino serial y esqueletos en el armario (El círculo diabólico), el pastiche lovecraftiano que es Mr. X (atención: Straub editó a H. P. Lovecraft para la canónica The Library of America), el díptico compuesto por Perdidos y La cámara oscura (y ambas funcionando como novelas/ensayo sobre los alcances y peligros de trabajar como contador de fantasías y, sí, otra vez con Underhill, de regreso en el inventado Millhaven en el que transcurren buena parte de los muy reales sustos de Straub). Y, el próximo agosto, llegará A Dark Matter: misterio de campus universitario con gurú sexual de los ’60 y sacrificio humano nunca del todo esclarecido.
Pero a Straub, también, le gusta pensar en lo que hace él y en lo que hacen los demás. Sus ensayos han sido reunidos en Sides (del 2006, donde reúne las “observaciones” de su alter-ego crítico, un tal Putney Tyson Ridge, conocido por despreciar in toto la obra de Straub) y es el editor de varias antologías. La primera de ellas Peter Straub’s Ghosts, de 1995, no es gran cosa. Con la segunda –un encargo del 2002 para el número 39 de la respetada e innovadora revista/libro académica Conjunctions– Straub diseñó algo indispensable: The New Wave Fabulists. Allí ya se encontraba el germen de lo que hoy es Poe’s Children y en el decir del antólogo las primeras evidencias de una nueva era del horror donde comenzaban a difuminarse las fronteras entre especie y especímenes. Así, The New Fabulists sorprendió a sus responsables agotando cuatro ediciones y allí John Crowley, China Mieville, Jonathan Carroll, Neil Gaiman, Kelly Link, Jonathan Lethem, John M. Harrison y Gene Wolfe fueron invocados como los heraldos de un flamante y dorado anochecer.
Atrás quedaban aunque permanecían los tiempos de los fundadores, el estallido pulp y la resurrección descontrolada en los años ’70 cortesía de El exorcista y derivados y su decadencia en los años ’80 con demasiada advenedizos preocupados por convertirse en “The New King of Terror” y hacer dinero fácil. Ahora, por fin, suspiraba Straub, grandes y jóvenes escritores del nuevo establishment literario como Michael Chabon y Jonathan Lethem y Rick Moody no dudaban en manifestar su amor y honrar en sus escritos las inolvidables memorias de comics y películas y paperbacks con portadas empapadas de sangre. Ahora luego de un breve eclipse llegaba, según Straub, la hora de reclamar lo adeudado no desde laterales sótanos y altillos sino desde los más prestigiosos salones de baile y bibliotecas.
Y en Poe’s Children, Straub (quien repite su relato para The New Wave Fabulists, el modelo-para-armar de “Little Red’s Tango”) reitera algunos nombres (la gran Kelly Link, por ejemplo), incorpora otros (el amigo Stephen King, los siniestros Ramsey Campbell y Thomas Ligotti, así como a Joe Hill, hijo de Stephen King), apuesta y gana con realistas “convertidos” para la ocasión (Bradford Morrow y Dan Chaon) y hace que extrañemos, inevitablemente, algunas ausencias (Stephen Millhauser y Sarah Langan y Kevin Brockmeier; el no haber invitado a esa Morticia que es Joyce Carol Oates sólo puede entenderse como un statement estético o desaire más que intencionado) e insiste con convicción en que el Nuevo Milenio es un buen momento para temblar con los buenos. Según Straub, el miedo es siempre el mismo: una emoción noble y creativa. Lo que ha cambiado, por suerte, es su zona de influencia y la zona desde donde influye. Así, aquí hay casas embrujadas, playas siniestras pero, también, mujeres que buscan sobreponerse a una violación, padres atrapados en una mina de carbón, homenajes al gran Arthur Machen y a su “The Great God Pan”, fantasías de un agonizante Lord Byron y aquel ya memorable relato-con-escritor de King titulado “The Ballad of the Flexible Bullet”. Pero por encima de todo impera la voluntad de atemorizar con clase y calidad y estilo descubriendo, casi enseguida, que el “New Horror” no es otra cosa que el buen “Old Horror” pero ahora sin culpas ni problemas de identidad o linaje. Y desde Argentina, donde los más grandes de la literatura jamás le hicieron ascos a monstruos o le voltearon la cara a un espectro, la cruzada y el alegato de Straub nos permiten, al menos por una vez, disfrutar del sabernos más sabios y menos acomplejados.
El mayor elogio que se le puede hacer a Poe’s Children y a Straub, quien alguna vez quiso ser novelista “serio” y quien sigue escribiendo poesía, es que se lee como una especie de novela-en-relatos cuyo tema es la anatomía del miedo y que expone, en el decir de su antólogo a la altura del prólogo, “el más interesante acontecimiento en nuestra literatura de las dos últimas décadas. Algo que ha venido sucediendo en pequeñas editoriales, revistas especializadas y recopilaciones de lo mejor del año y que no deja de ganar fuerza con cada día que transcurre”.
Y lo del principio: si hay algo que pase lo que pase no pasa, ese algo es el miedo. Eso que se siente un poco más a finales y principios de año, cuando no comprendemos del todo qué fue lo que nos pasó y no podemos dejar de preguntarnos entre escalofríos, mientras suenan doce lúgubres campanadas y hojeamos un libro como Poe’s Children qué nos va a pasar.
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