Dom 11.01.2009
libros

Todo sobre el dolor

La pérdida de un hijo es el áspero punto de partida de Perder, la novela ganadora del Premio Clarín.

› Por Fernando Bogado

Perder
Raquel Robles

Alfaguara
256 páginas

La idea de la literatura como refugio frente a una realidad hostil ha sido objeto de numerosos trabajos de corte psiquiátrico y, claro está, literario. Desde Madame Bovary en adelante, ambos campos del saber humano se han cruzado con muy variada suerte, arrojando como resultado el tan cómodo e intrigante término de “bovarismo” para señalar a aquellas patologías que llevan al límite lo que muchos suponen como el cálido hogar suministrado por la lectura, la imaginación a fin de cuentas. Perder, de Raquel Robles, nos provee de un personaje que encuentra en la literatura la única forma ya no de lidiar sino de alejarse de una realidad atroz: la de la vida de una madre con un hijo muerto.

La novela comienza contando en primera persona cómo la protagonista, sentimental y mentalmente desgarrada luego del accidente automovilístico que le cobraría la vida de su hijo, se limita a seguir obsesivamente la lectura de diferentes textos sugeridos por la infaltable lista de ediciones publicadas al final de cada ejemplar que llega a sus manos: El barón rampante de Calvino o América de Kafka son algunas de las obras que se dan cita en el trabajo de Robles. Y no sólo a las novelas se limita este afán por evitar el contacto con el dolor individual: pronto, y ya recluida en una clínica psiquiátrica, el personaje comienza a dejarse atravesar con lentitud por las historias de María, su compañera de cuarto, o del extraño recluido en una habitación cercana, un rumano de nombre Stephan que hará notar la influencia de su pérdida personal en la segunda mitad de la historia.

La novela de Robles, rayando una prosa sentimentalista de la cual se aleja con cierto esfuerzo, tiene en su haber ciertos interesantes experimentos de desmenuzamiento de obras: Tres rosas amarillas, de Raymond Carver, se reduce a una suerte de lista alfabética de palabras que la protagonista realiza con el fin de evitar conectarse sentimentalmente con el relato (y así, claro está, empezar a remover demonios personales). Orlando, de Virginia Woolf, corre con la suerte de transformarse en una linda colección de aviones y barcos de papel que cruzarán el congelado paisaje de Rumania, una vez que haya decidido viajar y (pese a ciertas resistencias) tratar de llevar adelante una nueva vida. Será allí, entre Bucarest y Rimnicu Valsea (pueblo de donde proviene Stephan), donde la fatídica madre tratará de sobrellevar al menos una parte de su sufrimiento en la crianza de un niño huérfano de nombre Radu.

Raquel Robles, militante de H.I.J.O.S. e hija de desaparecidos, ha resultado ganadora del Premio Clarín de Novela con esta, su primera novela publicada. Pese a ciertas reiteraciones que tratan de mantener atento al lector, el texto se convierte lentamente en el testimonio de un dolor para el cual no existe ni consuelo ni salida: Perder –ya lo anuncia su título– habla de lo irrecuperable.

Ni la literatura ni el sumergirse en la vida de otras personas ofrece consuelo o reemplaza una ausencia que, de tan fuerte, cobra identidad y genera un oscuro sentido de pertenencia: como muchos, el personaje no quiere, no puede, desprenderse de su dolor. Se puede leer claramente desde la primera página: hay tormentas para las cuales no existe ningún tipo de refugio.

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