Dom 20.10.2002
libros

Un mundo privado

POR ALEJANDRA GIBELLI

El pasado 2 de octubre, Editorial Planeta organizó en la librería La Boutique del Libro de San Isidro una charla abierta al público con motivo de la reedición de la novela El limonero real (1974) de Juan José Saer, quien habría de ser (según los anuncios) entrevistado por un psicoanalista (Martín Fontenla). La platea, como no podía ser de otro modo, estaba integrada en su mayoría por paquetas señoras del lugar, bronceadas con los primeros rayos de sol primaveral, embebidas en perfumes dolarizados, con manos tersas y uñas prolijas. En la sala (llena), las dos primeras filas estaban copadas por ellas: había sólo dos hombres entre nueve mujeres, de las cuales cinco tenían su ejemplar nuevito para que Saer lo firmara. Se oían muchos adverbios terminados en -mente y yeísmo sonoro. Nada de “amarisho”: lo que se dice, clase. A media hora de comenzado el encuentro, uno de los señores (seguramente arrastrado por la patrona) dormía con el cuello peligrosamente inclinado hacia atrás.
La charla comenzó con los saludos de rigor. Un micrófono acopló. Comentarios y risas. El psicoanalista dijo: “Saer no es Saer. A Juan José Saer se le entrecomilló el nombre, que es lo que le ocurre a un escritor cuando se convierte en autor. Por eso Juan José Saer puede hablar de Saer”. Las primeras palabras del autor fueron en esa dirección: que a priori el escritor no es nadie (nada, nunca), dijo. “Me parece que un escritor debe necesariamente guardar una especie de disponibilidad para que todo aquello que puede llegar a ser relevante pase por la escritura. Me parece que todas las otras acciones, públicas o privadas, de un escritor, son contingentes. Considero que la escritura es una forma de interpretación, de creación del mundo, por eso pienso que un escritor no es nada mientras no escribe. Pavese tenía razón cuando decía que cuando uno no escribe está como un fusil descargado, no tiene función. La única función de un escritor es escribir.”
Luego de la renuncia de Saer, el psicoanalista no tuvo más remedio que contar la trama de El limonero real y desglosar los temas centrales de la obra. Sonó un celular: un hombre se levantó y se fue (a los diez minutos de comenzada la charla), una mujer a los veinte, y así...
Las fans de Saer se quedaron. Y preguntaron: ¿Qué quiso decir con...? o ¿Podría comentarnos su interpretación de...? Y Saer, que es un hombre con el fusil descargado, que viajó desde Francia para presentar la reedición de El limonero real y dar una conferencia en el Malba, explicó lo que pudo. Aun en medio del tedio, las anécdotas de Saer resultaron deliciosas, pero no alcanzaron.
¿Para qué sirven estos encuentros? Se espera establecer algún tipo de comunicación con alguien a quien conocemos sólo por sus libros. ¿Estos encuentros se proponen revelarle al lector atento el revés de la trama del trabajo del escritor? En todo caso, preguntas que no tuvieron respuesta, al menos en este encuentro.
El autor lee un pasaje de El limonero real. El público arriesga interpretaciones contradictorias. Para saldar la discusión, se requiere el veredicto del autor, como la voz de un padre en medio de una pelea entre hermanos. Y la respuesta de este hombre oriundo de Santa Fe es simple como el discurrir de un río, ágil y parsimonioso a la vez. Dice que no puede opinar sobre la lectura de otro. La literatura, concluye, es un hecho privado, una experiencia íntima y personal. Las señoras del lugar aplauden suavemente.

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