Después de Derrumbe, Daniel Guebel vuelve al cuento con cinco piezas inspiradas en las lecciones de Sherezade.
› Por Fernando Bogado
Los padres de Sherezade
Daniel Guebel
Eterna Cadencia
112 páginas
Volvamos a un problema de escuela secundaria: ¿cuál es la diferencia específica entre una novela y un cuento? ¿Cómo se hace para establecer características privativas de un género y el otro sin recurrir a complejas definiciones cuando, en el fondo, nuestra necesidad infante de una definición absoluta no está satisfecha? Los padres de Sherezade, el nuevo libro de cuentos de Daniel Guebel, se aproxima peligrosamente al límite absoluto entre un género narrativo y otro, asumiendo en cada relato de los cinco que componen al libro, el reto de sugerir sin revelar una esencia literaria, en principio, imposible de alcanzar. Y claro, si hablamos de núcleos literarios lo suficientemente fuertes como para atravesar siglos, en algún momento tiene que aparecer inevitablemente Las mil y una noches, libro del cual Guebel extrae no sólo algunos personajes del trabajo final, sino una de las estrategias por las cuales el libro es ampliamente recordado (y revisitado): a la manera de las cajas chinas, de las mamushkas, cada historia contiene dentro de sí otra historia que rivaliza en importancia con respecto a la primera, como si los párrafos iniciales que ofrecen el marco de la anécdota inaugural fueran el pretexto más efectivo para ingresar en la segunda historia. El resultado es un dispositivo narrativo que, tal como en el relato de Sherezade y Shahryar, obliga a dejarse atrapar, a dejar con vida al cuento hasta la noche siguiente.
Las historias atraviesan como mínimo dos siglos (el XX y el XIX) y dos continentes (Europa y Asia). La fórmula de los jesuitas es un texto misterioso que tiene a Lenin viajando a la universidad jesuita más importante del mundo, ubicada en Lovaina, tratando de resolver la pregunta que lo mantuvo cautivo durante los primeros momentos de la conformación de su partido revolucionario: ¿Qué hacer? Un sueño de amor y El secreto de la inmortalidad tienen un mismo tema: el amor y las personalidades impostadas, espacios lícitos para el ingreso de la magia y sus muchas disciplinas (la alquimia, por ejemplo). La nariz de Stendhal recae también, a su manera, en la magia, pero con el afán de diseccionar que luego la ciencia convertiría en credo. Los padres de Sherezade, cuento que da título al libro, reduce el arte de contar algo a sus mínimos componentes, sólo para referir la misma historia una y otra vez: siempre habrá alguien que cuente, siempre alguien que lea o escuche.
Daniel Guebel regresa a los cuentos luego de su temprana publicación de El ser querido (1992). Con un tono borgeano que parece crecer hasta llegar al clímax del último relato, el libro logra convertirse en un despliegue de destreza narrativa que ahonda en los momentos huecos de ciertas biografías personales de las cuales la simple documentación profesional no puede dar cuenta: donde la historia calla, se erige el monumento literario. Lenin viajó a Lovaina, Stendhal a la actual Letonia: pero ¿a qué? He aquí la materia prima de una narración.
Guebel ha confesado que varias de sus últimas novelas –y también todos los cuentos de este volumen– son desprendimientos de un relato mayor que viene construyendo desde hace algunos años, obra inédita que cuenta con el sugerente título de El absoluto. ¿Qué es un cuento y por qué no forma parte de un momento en una novela? Con un nabokoviano primer título rechazado (Lecciones de literatura europea), Los padres de Sherezade cuenta con esa extraña virtud paterna de recurrir a una de las figuras retóricas por excelencia para poder dar a entender un punto de vista, para conformar el hambre por el conocimiento que los niños demuestran con la impaciencia del lactante: no hay mejor explicación que el ejemplo.
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