Los relatos cortos y exasperados de Etgar Keret retratan la actual vida en Israel: entre el modelo norteamericano de consumo y la cotidianidad a ambos lados de la Franja de Gaza.
› Por Alejandro Soifer
La chica sobre la nevera y otros relatos
Etgar Keret
Siruela
150 páginas
Dos abogados llegan a un puesto fronterizo. Son conducidos hasta el despacho de un árabe que los deja solos; de a poco van a ir pasando los clientes: “Hay cuatro demandantes –nos dijo–, dos ojos, un pie y un huevo”. Los abogados israelíes escuchan a los palestinos, habitantes de la Franja de Gaza. Las demandas son, se presume, por malos tratos y torturas en una cárcel israelí (todo sugerido). El relato es Gaza blues –del volumen La chica sobre la nevera de Etgar Keret, israelí nacido en Tel Aviv en 1967 y considerado una de las promesas más interesantes de esa literatura–. En un momento como el actual, sus relatos que dan cuenta de la vida juvenil en Israel (amores, trabajos, búsquedas, añoranza de la infancia, la vida en el ejército y la construcción de grandes relatos estatales) cobran mayor vigencia que nunca.
En otros relatos Keret explora la ingenuidad, la esperanza, las ilusiones y la forma en que Occidente es un tamiz por el que pasa la vida israelí.
El modelo estadounidense de felicidad en forma de comida chatarra, pornografía, hipotecas y Club Med se convierte en una amenaza que parece colarse por todos lados y hasta la paranoia en el relato Tan estupendamente bien.
Los personajes de Keret aparecen extrañados, desubicados, fuera de lugar. Y los relatos a veces terminan ganando esa misma intensidad incómoda: el lector se bandea entre la risa, el espanto o la risa por el espanto.
Pensar en un humor en zona de guerra constante es pensar necesariamente en términos de humor negro y eso hace Keret con bastante destreza.
La prosa no presenta grandes sobresaltos ni emociones, lo que genera una perfecta estructuración entre la violencia y la vida cotidiana: un reportero se queja por no poder hacer una nota para su diario sobre un soldado israelí en estado vegetativo luego de un piedrazo en la zona ocupada; un mago saca de su galera la cabeza decapitada de un conejo sin explicárselo y el dependiente del negocio de magia le sugiere que mejor, ahora lleve una tortuga, que le diga a los chicos que es una Tortuga Ninja y con eso se va a ganar a su público (cosa que sucede).
Listo para disparar también transcurre en la frontera de la Franja de Gaza, con la visión del soldado raso judío siendo provocado por un árabe. Ante las ganas de disparar, el superior lo frena y el cuento sostiene la visión romántica que el Estado de Israel construyó de sus fuerzas armadas bajo el exculpatorio nombre de Ejército de Defensa Israelí. “¿Se puede saber qué me estás haciendo aquí con el fusil pegado a la cara como un vaquero cualquiera? ¿Qué te crees que es esto, el Lejano Oeste, y que le puedes andar disparando a quien te venga en gana?”, lo reta su superior al soldado raso.
Los relatos de Keret, de unas pocas páginas cada uno, atraviesan varios registros: minimalismo, realismo sucio, ensoñación y fantástico, siempre guiados por la aventura de descubrir lo extraño; parecen narrados por un Holden Caufield mucho más desencantado y con el estruendo de las bombas como ruido de fondo.
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