Domingo, 25 de enero de 2009 | Hoy
RESCATES
Sin llegar a las cimas de Agatha Christie o Dorothy Sayers, Georgette Heyer fue una popular autora de entreguerras. La reedición de sus novelas policiales permite reconstruir la vida de una mujer a quien en vida no le dedicaron ni una sola reseña.
Por Mariana Enriquez
Aquí hay veneno
Georgette Heyer
284 páginas
Salamandra
Georgette Heyer no vivió para ver ninguno de sus libros reseñado por un diario serio. A pesar de su gran popularidad, la crítica nunca la registró. Aparentemente, a ella poco le importaba: escribía para divertir a sus lectores y para ganar dinero, y según aseguran sus biógrafos, no sufría por la falta de reconocimiento. Hija de una familia de clase media alta de Londres, empezó su carrera a los 19 años, con un relato escrito para entretener a su hermano, enfermo de hemofilia (La polilla negra, 1921). Muertos sus padres, escribió para sostener a su familia y luego, ya casada, para sostener el ingreso familiar en un nivel importante. Cuando murió, en 1974 (a los 72 años), 53 de los 57 libros que publicó en vida se seguían reeditando. Y eso a pesar de que ella jamás promocionó su trabajo. Es que la publicación de una de sus primeras novelas, These Old Shades (de 1926), coincidió con una huelga general en Inglaterra, y sin embargo vendió miles de ejemplares. Eso la convenció sobre lo innecesario de la publicidad, y jamás dio una entrevista. Ni una. En los años ‘30, cuando empezó a escribir policiales de enigma, publicaba dos libros por año: una novela romántica y un thriller. Pocos conocían su cara, nadie su vida privada.
Georgette Heyer sigue reinando hasta hoy en la ficción popular, pero con el género que “inventó”: las novelas de romance ambientadas en el período de la Regencia (entre 1811 y 1820), la misma época que retrató Jane Austen. Sin embargo, ahora Salamandra rescata su otra faceta, la de escritora de policiales, con una serie de suspenso y enigma que se inaugura con Aquí hay veneno, uno de sus best sellers ambientados en los años ‘30.
La trama es bien típica: el patriarca de la familia Matthews, Gregory, corredor de Bolsa, aparece muerto en su cama de la mansión de Poplars. La familia cree que se murió de una pataleta tras un atracón de pato asado y whisky, pero la adusta cuñada Gertrude tiene sus sospechas, exige una autopsia, y pronto se descubre que alguien lo envenenó (con nicotina, veneno por demás extraño para ser utilizado en un asesinato). Entonces llegan a la casa los policías investigadores (el dúo conformado por el superintendente Hannasyde y el sargento Hemingway) y descubren que cada integrante de la familia tiene sus motivos particulares para terminar con la vida de Matthews. Desfilan, entonces, personajes que en sus diálogos a puro ingenio apelan a las comedias de clase y costumbres de Oscar Wilde: el sobrino Randall, un dandy disoluto; la tía Harriet, avara y excéntrica; Stella, la sobrina libertina; Guy, el joven quejoso que está a punto –contra su voluntad– de ser enviado a Brasil para continuar los negocios del muerto; el médico de la familia, que oculta un padre alcohólico. Todo es leve, vivaz y coqueto, pero al mismo tiempo amargo en su implacable ironía; y aunque no está a la altura de un enigma de Dorothy Sayers o de Agatha Christie, Heyer suma fuerzas por el lado de la observación de los tipos sociales, consiguiendo que ciertos pasajes resulten una sátira de clase y hasta de género (especialmente con los personajes del dandy y las esposas que tejen sus redes de poder). Heyer fue contemporánea de Christie, y está claro que no compite con la gran maestra en el tabulado terreno del policial de enigma; tampoco lo hizo en vida, cuando sus novelas románticas de época vendían unos 100.000 ejemplares y sus policiales alrededor de 15.000. Se sabe por sus biógrafos que Heyer se tomaba estas novelas como un juego, y que pedía sugerencias a su marido y a su hijo para la trama. Pero leída desde la actualidad, una novela de puro entretenimiento como Aquí hay veneno revela los modos de la clase privilegiada en la Gran Bretaña de entreguerras –no de la aristocracia, sino de la burguesía acomodada, que Heyer conocía–. Sin embargo, la observación social se queda en el umbral, y ésa es la intención de la autora, que no tiene mayores pretensiones. Ella, que nunca fue reseñada como una escritora legítima, tenía una mirada muy inteligente sobre su propia obra. A propósito de la publicación de una de sus novelas, escribía en una carta que recogen sus biógrafos: “A veces creo que deberían pegarme un tiro por escribir semejantes tonterías. Pero sé que es buena literatura escapista y creo que la disfrutaría si estuviera en un refugio antibombas o recuperándome de una gripe”.
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