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Domingo, 19 de abril de 2009

El Poder y la Gloria

Omar Ramos se animó con un tema de recurrente actualidad, pero poco transitado en la literatura: el abuso sexual en la Iglesia Católica. El último pecado busca indagar en la conciencia de los que de una forma u otra se ven implicados en la trama del sexo, el dogma y el poder.

 Por Juan Pablo Bertazza

El último pecado
Omar Ramos

Planeta
309 páginas

Así como existen temas prohibidos, temas olvidados, temas tan recurrentes como agotadores y temas que no le interesan a nadie, están también los temas que, pese a su notable atractivo novelesco, por alguna razón no fueron muy tratados por la literatura. Y casi nunca fueron escritos.

En esa categoría, quizá más extensa de lo que creen quienes aseguran que todo ya ha sido dicho, se encuentra el abuso sexual de menores por parte de sacerdotes y jerarcas de la Iglesia Católica. En El último pecado de Omar Ramos —cuentista, abogado y periodista— esa apuesta por recorrer un camino poco transitado se advierte en las dificultades que el autor tuvo que ir zigzagueando para desarrollar la obra. Uno de los mayores desafíos es, quizás, el verosímil, el equilibrio a mantener entre la ficción y la realidad, ya que aun cuando haya una clara intención de hacer una novela, y no una crónica ni nada por el estilo, es inevitable situar este tipo de historia en una escenografía más o menos real.

El último pecado se abre con la lenta agonía de Juan Pablo III, un papa español (combinación, por demás, complicada), sucesor de Benedicto XVI y de Juan Pablo II —el papa cuyo carisma se encargó de esconder un notable conservadurismo—, en el sentido cronológico, pero también en cuanto a la ideología que manifiesta, y en un contexto más que complicado de la Iglesia Católica, no sólo por la cantidad de delitos cometidos en su seno y por su total alejamiento de la realidad a partir de su férrea negativa a aceptar métodos anticonceptivos, el divorcio y el firme sostén del celibato, sino también por el notable éxodo de fieles seducidos por los evangelistas y otras iglesias con carisma.

Justamente, una de las virtudes de El último pecado, uno de cuyos modelos parece ser El nombre de la rosa de Umberto Eco, es haber abordado una temática tan explosiva conteniendo, sin embargo, el arsenal de críticas que tan fácil resulta hacerle, hoy por hoy, a la Iglesia. Omar Ramos logra, haciendo uso de recursos psicológicos como transcripciones de diarios íntimos y la intromisión en la conciencia de sus personajes, un tono muy interesante que (sin ánimo aleccionador) insinúa, siempre mediante la ficción, no las motivaciones de un abusador sino más bien las contradicciones prácticamente insalvables de los responsables eclesiásticos, entre la auténtica vocación evangelizadora y el inevitable abuso de poder.

A Juan Pablo III, tan desmejorado como Juan Pablo II en el magnífico y recordado episodio de South Park, le llega un documento de parte de una enigmática monja que compromete, ni más ni menos, a quien él acaba de elegir como su sucesor; un DVD que muestra al cardenal brasileño Caetano de Souza en plena sodomización de un menor de una favela de Río de Janeiro. Para investigar el caso, el Vaticano contrata a Massimo Tenco, un ex investigador policial convertido al sacerdocio justo cuando estaba al borde del suicidio, a causa de la muerte de su hijo y de su esposa en un atentado terrorista en Roma.

Si bien a veces da la sensación de que se mete en demasiadas cabezas —Juan Pablo III, Massimo Tenco, Caetano de Souza—, Omar Ramos demuestra sobrada habilidad no sólo al inmiscuirse en la mente de sus personajes sino también al trabajar escenas literarias de alto riesgo y alto voltaje, como aquellas que tienen lugar en la cama de dos plazas del cardenal De Souza y en la favela Teresinha, a cargo del “protector” Fernando.

En definitiva, esta novela rica también en referencias a libros poco conocidos y que estuvieron en guerra con el cristianismo, como Xhristo del argentino Agustín Cuzzani, mucho antes que El código Da Vinci y tantas obras saqueadas por Dan Brown, logra insinuar una conclusión muy potente. Pese a los miles de años en que se viene manteniendo vigente, la Iglesia parece estar fundada sobre una piedra fundamental muy endeble: una gran concatenación de culpas y redenciones, una milenaria cadena de devolución de favores.

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