Otras voces. otros ámbitos
› Por Mariana Enriquez
Liliana Bodoc está recibiendo una cantidad importante de mensajes de correo electrónico desde que hace dos años publicó Los Días del Venado, la primera parte de la trilogía La Saga de los Confines. Muchos son felicitaciones de fans entusiastas. Pero algunos contienen inflamadas diatribas, todas escritas con mayúsculas y muchos signos de exclamación, para que la indignación del autor quede clara y patente.
La escritora recuerda una en especial, que le causó gracia y, por qué no, cierta irritación. El mensaje era un reproche: cómo se atrevía a escribir una fantasía épica, siendo argentina y, para colmo, mujer. “Es que el género se asocia con los varones –dice Bodoc–, es uno de los tantos prejuicios. Es un espacio en el que no podemos meternos porque parece que de guerras y de héroes las mujeres no entendemos nada. Yo intenté tomar una revancha real y ficcional: no sólo soy una mujer que escribe fantasía épica, sino que en mis libros las mujeres tienen un peso importante, incluso militar.”
Bodoc no es la primera mujer en dedicarse a la fantasía épica. El antecedente más importante es la norteamericana Ursula K. Le Guin, que a mediados de los años sesenta comenzó su pentalogía Los Libros de Terramar. Marion Zimmer Bradley, con su saga Nieblas de Avalon, dio vuelta la leyenda del Rey Arturo y la re-escribió desde la perspectiva de las mujeres que apenas tenían un lugar en la estricta épica caballeresca del mito. Y la escocesa J. K. Rowling destrozó la hegemonía masculina y desbordó los mercados con Harry Potter, la saga del niño mago.
Pero la saga de Bodoc no puede compararse con los sencillos y entretenidos libros de la exitosa escocesa. La asombrosa Saga de los Confines y particularmente su recién publicada segunda parte, Los Días de la Sombra, están mucho más cerca de El Señor de los Anillos de J.R.R. Tolkien y Los Libros de Terramar en su estilo cuidado, cercano a la oralidad y en su imaginario riguroso, incluso su gravedad: es imposible encasillarla en la literatura infantil y juvenil, porque claramente trasciende estos públicos. Probablemente sea lo mejor que se ha escrito en fantasía épica en lengua castellana.
Tolkien Vs. Bodoc
Las similitudes entre los autores son claras: como en El Señor de los Anillos, Bodoc crea un universo autónomo, con sus culturas, historia, mapas y lenguas, y narra una gran batalla mítica ocurrida en un pasado remoto. Ambos comparten un maniqueo enfrentamiento entre el bien y el mal: en Tolkien era la Comunidad del Anillo contra las fuerzas de Sauron que quiere dominar Tierra Media, en Bodoc la Alianza del Venado contra Misáianes, el hijo de la Muerte que quiere dominar las Tierras Fértiles. En Los Días del Venado, se lleva a cabo un Concilio donde los representantes de las Tierras Fértiles deben decidir qué hacer frente al invasor, muy similar al Concilio de Elrond donde las razas de Tierra Media deciden destruir el Anillo de Poder antes de que caiga en manos de Sauron. Y hay grandes batallas, un brujo que acompaña a los valientes (el shamán Kupuka para Bodoc, el mago clásico Gandalf para Tolkien) y un ejército de seres sin más voluntad que la del Mal (los orcos para Tolkien, los sideresios para Bodoc).
Pero son las diferencias las que convierten a la Saga de los Confines en una obra única. El Señor de los Anillos se basa en la mitología y los relatos de caballería europeos, y a pesar de que los protagonistas y héroes son los humildes, el poder sobre Tierra Media queda para Aragorn, el Rey. Tolkien tiene un imaginario monárquico, clásico de la fantasía europea. El imaginario de Bodoc es el del continente americano y el de las culturas precolombinas, aunque prefiere alejarse de las lecturas ideológicas (“no es denuncia, en absoluto”, asegura). Y si Tolkien tomó personajes de la mitología europea (elfos, enanos), Bodoc eligió los pueblos indígenas americanos. Son fáciles de reconocer, pero la sutilezade la escritora impide una identificación obvia. “Son referentes de mi imaginario. No quise que las culturas aparecieran de un modo unívoco. Trabajé con la cultura azteca para los Señores del Sol, con la maya para los ziztahay y la mapuche para los husihuilkes”.
Aquí es necesario hacer una presentación de personajes y escenario. Los Días del Venado comienza con los preparativos para una guerra en las Tierras Fértiles, amenazadas por el Odio Eterno, que viene a invadirlos desde las Tierras Antiguas, del otro lado del Mar. “Todo comenzó cuando la Muerte, desobedeciendo el mandato de no engendrar jamás otros seres, hizo una criatura de su propia sustancia. Y fue su hijo, y lo amó. En ese vástago feroz, nacido contra las Grandes Leyes, el Odio Eterno encontró voz y sombra en este mundo”. Este hijo, Misáianes, apoyado por una casta de magos autócratas, mandará sus ejércitos hacia las Tierras Fértiles, donde, entre otros, conviven los guerreros husihuilkes que viven de una economía solidaria, los Señores del Sol, con su estructura de castas y nobleza, y los zitzahay, en cuya capital habitan los Supremos Astrónomos, magos “positivos”.
Pero lejos de detenerse en los conflictos macro de la guerra y la política, Bodoc se sumerge en las vidas privadas de los representantes de cada pueblo, y así se aleja de los arquetipos de la épica clásica. Ninguno de sus héroes es unidimensional: Dulkancellin, el valiente husihuilke que sólo con su voluntad expulsa por primera vez al invasor, es también un viudo inconsolable, y un padre estricto. Cucub, el ziztahay, es un artista popular que tiembla de miedo en cada batalla y enamora a Kuy-Kuyen, la hija del valiente Dulkancellin. Zabralkán, el poderoso Supremo Astrónomo, está atormentado porque no puede descifrar los confusos mensajes de las estrellas. “Quise entrelazar –explica Bodoc– los acontecimientos épicos colectivos con lo íntimo, lo privado. Aposté a no crear los arquetipos que habitualmente maneja la épica.”
La ambigüedad y complejidad en los personajes que recorren el texto recuerdan a Los Libros de Terramar de Ursula K. Le Guin (ver recuadro). A diferencia del El Señor de los Anillos, donde nadie duda que Sauron es el mal y debe ser destruido junto a todos sus aliados, los Supremos Astrónomos y las Magos de las Tierras Fértiles ignoran, hasta que llegan, cuáles son las intenciones de los invasores. Es que entre los pueblos de las Tierras Fértiles están los Bóreos, una raza de hombres pelirrojos que llegaron del otro lado del mar, y que en su tradición conservan dos profecías: una dice que algún día volverán desde el mar sus antepasados, a buscarlos; otra, que serán los guerreros del Mal y comenzará una guerra nunca antes vista. La Magia no puede descifrar de quiénes se trata. Tal como los indígenas americanos no sabían si recibir al español como enemigo o como Dios.
Bodoc, no obstante, prefiere que el Mal que llega desde el otro lado del océano no sea identificado inmediatamente con la Conquista: “Misáianes y los Magos de las Tierras Antiguas están referenciados en última instancia con el poder que avasalla, que destruye a su paso, que anula las diferencias, y aquí no quiero poner un solo nombre”. Sin embargo, los guerreros de Misáianes montan caballos, son “una muerte que llega desde lejos, con ruido y humareda, y el cuerpo que se cae está herido pero no tiene flecha atravesada”, y traen enfermedades desconocidas para los conquistados, no sólo físicas. También traen la confusión, la mentira y la desintegración.
Los Días de la Sombra
La segunda parte de la trilogía acaba de publicarse. Si Los Días del Venado era sorprendente, la nueva entrega supera toda expectativa. Misáianes, lejos de estar derrotado, lanza una segunda ofensiva contra las Tierras Fértiles, que llega con la Muerte como líder. La crueldad del Odio Eterno queda expresada en las palabras que le dirigea Leogrós, el comandante derrotado de la primera expedición: “Fuiste el roce de la punta de una de mis uñas. Y olvidaste que, detrás de ti, a las costas de aquel continente, llegarán mis dedos. Y detrás mis manos. Y los brazos que tengo que jamás he visto donde comienzan. Detrás mi aliento. Detrás la sombra del aleteo de mi nariz. Y yo todavía estaré sentado en mi trono. No comprendiste que el mundo de este Amo no tiene muertos, sino derrotados. Pudiste traerme mil barcos cargados con cadáveres de las Tierras Fértiles, y yo seguiría esperando por lo más importante. Algo que pueda tener apretado en mi puño durante siglos. De tal forma que cuando abra yo la mano, aquello esté encarnado y viva de mi sangre”.
La Muerte, una anciana de largos cabellos grises, viene con una orden de su hijo: “Ve y desune. Desata los lazos de hermandad, ahonda las injusticias. Diles a quienes las cometen que ejercen su sagrado derecho. Y diles a quienes las sufren que nosotros llegamos para remediarlas. Llévate la magia a un lugar innaccesible para las criaturas”.
Los Días de la Sombra es un libro sobre la Muerte, que quebrantó la ley al procrear. Y tiene que volver a su rol de continuadora. “Al aliarse con el Odio –explica Bodoc– ha perdido su sentido, su función natural, que es procurar al mantenimiento de la vida. La apuesta de las Tierras Fértiles es a que la Muerte vuelva a encontrarse con su esencia, que es el polo opuesto a la vida, para que entre ambas el mundo siga.” Y la que, sin saberlo, le hará comprender a la Muerte cuál es su rol es Wilkilén, una niña husihuilke, que la cuida creyéndola una vieja confusa, una niña que no le tiene miedo.
En Los Días de la Sombra hay páginas de una originalidad reconfortante: un Brujo Halcón que alguna vez fue un niño humano; una lucha entre Kupuka, el shamán, y Drimus, el Doctrinador (vasallo de Misáianes), que se libra en un trance, con voces y olores como únicas armas; la espléndida venganza de las mujeres de los Pastores; la historia de amor entre el hijo del héroe Dulkancellin, Thüngur, y una princesa del Sol, Nanahuatli. Pero sobre todo hay un crecimiento narrativo y una riqueza de lenguaje que plasman definitivamente la consistencia del relato, tan fundamental en un mundo imaginario como las leyes de la física en el mundo real. El autor tiene que obedecer sus propias reglas, y Bodoc no traiciona jamás su estilo ni lo inexorable del relato mítico. Los Días de la Sombra es superior a Los Días del Venado: más profundo pero igualmente sencillo, más complejo pero nunca enmarañado, y valiente en su extraordinaria imaginación.
Desde la cordillera
La saga de Liliana Bodoc es una rareza en el ámbito de la literatura argentina, que apenas registra ediciones de género fantástico. Quizá tenga que ver con su condición periférica: probablemente es muy distinta la literatura que se está gestando en el interior, lejos de los círculos capitalinos.
Nacida en 1958 en Santa Fe, ex profesora en la Universidad de Cuyo (aunque como alumna avanzada, porque le faltan las proverbiales tres materias para terminar la carrera de Letras), Bodoc tiene algunos cuentos y poemas inéditos, pero Los Días del Venado es la primera novela que escribió y la primera que publicó. “Un día me senté y me dije que iba a escribir un libro, y de fantasía épica. Fue un impulso. No soy entusiasta del género, pero soy una apasionada en mi vida, de una manera muy primaria y muy instintiva, de lo mágico y las culturas indígenas americanas. Me propuse escribir un relato que tenía ganas de leer.”
Estuvo dos años escribiendo, a un ritmo de casi ocho horas diarias, juntando toda la documentación antropológica e histórica posible sobre las culturas precolombinas, para lograr el indispensable verosímil que exige la construcción de un mundo mítico. Otro impulso la trajo a Buenos Aires con algunos ejemplares anillados que repartió por editoriales. Lecontestaron solamente dos: una le dijo que estaba muy bien la novela, pero que no se iba a vender. La otra (Norma) la editó. “No creía que alguien siquiera la fuera a leer”, dice.
En los últimos años son escasos los ejemplos de literatura fantástica argentina. ¿A qué lo atribuye?
–Creo que hay una idea errada de que a determinados registros les corresponden contenidos tontos, sin sustento. Que la literatura central tiene que ser el realismo, o estar enclavada en nuestra coyuntura, o ser autorreferencial. Yo no creo en absoluto que sea así. Todos los registros y todos los géneros pueden referenciar nuestro tiempo: supongo que esto entra dentro de la vieja discusión de los géneros menores. Creo que hay un prejuicio, sobre todo desde la intelectualidad progresista, que cree que desde la fantasía se puede escribir algo entretenido, pero nada más. De alguna manera quise demostrar que no es así.
¿Encuentra algún antecedente o referente en la literatura argentina?
–No. Fue referente directo el lenguaje de la literatura indígena, porque busqué rememorar esa forma de decir y de nombrar. Por ejemplo: decir “mañana va a empezar a llover” no es lo mismo que decir, como lo hace el personaje de Vieja Kush, “será mañana que empezarán las aguas”. O la forma de contar los días: los personajes utilizan “un dormir”, o “dos soles”. Es otro modo de priorizar sintáctica y semánticamente las cosas. Encuentro el referente en la oralidad indígena, por lo menos en lo que se preserva traducido. A pesar de que obviamente leo desde el imaginario occidental, traté de rescatar lo que fui capaz de entender. El Popol Vuh, que es un texto tremendamente críptico para mí, fue fundamental para el registro, esta forma de decir paralela, repetitiva, anafórica. También de los poetas aztecas, sobre todo de Netzahualcoyotl, el rey poeta de Texcoco, y bastante de un texto araucano que se llama Carilad y Rocamila, que no está editado. Más cercano en el tiempo, encuentro formas de decir similares en los escritos del subcomandante Marcos.
Liliana Bodoc está terminando su trilogía que, ya tiene decidido, no se extenderá más allá de una tercera parte. Ya no ejerce la docencia y se dedica exclusivamente a escribir. “Quiero cuidar el cierre, para completar con dignidad”, dice. Después quizá se dedique a recorrer Latinoamérica, que, paradójicamente, solo ha reconstruido en su imaginación. Y mientras tanto se conforma con poder demostrar que, y lo dice riéndose, “las mujeres podemos escribir acerca de guerras y mundos perdidos, aunque seamos argentinas”. O precisamente por eso.
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