Conservadurismo
POR M.E.
Los números de Harry Potter son sobrenaturales: J.K. Rowling, la escritora escocesa que concibió a su aprendiz de mago cuando estaba desocupada, sola a cargo de su hija, huérfana y virtualmente en la calle, ya ganó 40 millones de dólares desde que publicó la primera entrega de la saga, Harry Potter y la Piedra Filosofal. Éste y los tres restantes (Rowling asegura que serán siete, pero el quinto se está atrasando, y cunde el terror en su editorial) fueron traducidos a cuarenta y dos idiomas, vendieron 90 millones de ejemplares en todo el mundo, se editaron dos “manuales” de magia que usa Harry, y el merchandising lo abarca todo, desde cuadernos hasta ropa. La primera película, dirigida por Chris Columbus y con Daniel Radcliffe como Harry, recaudó 129 millones en la primera semana. El 15 de noviembre se estrena en EE.UU, la segunda parte, Harry Potter y la Cámara de los Secretos, para muchos el libro más flojo de los cuatro publicados. Además de Radcliffe, actúa Kenneth Branagh como Gilderoy Lockhart, el nuevo maestro de defensa en las artes oscuras de la escuela. Y cuenta con la última actuación del recientemente fallecido Richard Harris como el profesor Dumblefore, uno de los magos más poderosos del mundo. J.K., mientras tanto, escribe Harry Potter y la Orden del Fénix que, asegura, será un libro mucho más oscuro que los otros, justo ahora que ella al fin es feliz. Tiene 35 años, y conserva el J.K. de su nombre, un absurdo consejo del editor que le dijo “las aventuras de un aprendiz de mago de once años no les van a gustar a chicos reales de once años si las escribe una mujer”. Su enorme éxito editorial, y su propio cuento de hadas personal, la hacen inmune a críticas como la de Claire Armitstead en The Guardian, que escribió sobre Harry Potter: “En su mundo cómico y gótico se encuentra la clásica fantasía del colegio pupilo, con su comida mala, maestros sádicos, matones y lealtades inamovibles. Es literatura fantástica, sí, pero convencionalmente doméstica en su descripción de la niñez. La llave para su mundo no es el descubrimiento sino el aprendizaje. La magia no es algo que separa a los niños de los adultos (como en las narraciones de Roald Dahl): es una habilidad que se estudia y que, si se aprende, les da a los niños ventajas de los adultos. Como los chicos que los protagonizan, los libros de Harry Potter son simpáticos, ingeniosos, pero básicamente conformistas. Libros conservadores para tiempos conservadores”.
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