Kaltenburg, de Marcel Beyer, es claro exponente de la literatura alemana que empezó a publicarse tras la caída del Muro. Un retorno a la historia y la revisión del pasado a través de una figura inspirada en el controvertido Konrad Lorenz, investigador de la conducta animal que adhirió al nazismo.
› Por Samuel Zaidman
Kaltenburg
Marcel Beyer
Edhasa
288 páginas
Luego de atravesar un período que ha sido calificado de intimista y subjetivo, la literatura alemana a partir de los ’90 parece haber retomado el interés por la historia y la revisión del pasado. Marcel Beyer (1965) es un claro exponente de esta tendencia. Perteneciente a la generación que empieza a publicar después de la caída del Muro de Berlín, vive en Dresde, en la ex Alemania Oriental, desde 1996 y esta ciudad es precisamente el escenario de Kaltenburg, su cuarta novela. Desde allí piensa la compleja relación de la sociedad alemana con el pasado nazi, la posguerra en el Este bajo el régimen stalinista y el poder del Estado en la ex República Democrática Alemana.
Ludwig Kaltenburg es un prestigioso zoólogo austríaco especializado en el estudio del comportamiento animal y su vida repite sustancialmente la biografía de Konrad Lorenz, el fundador de la etología moderna, que adhirió en su momento al nacionalsocialismo, se incorporó como médico al ejército alemán, trabajó en el hospital de Posnania, en la Polonia anexada, atendiendo enfermos psiquiátricos y luego de ser capturado por los rusos, también ejerció la medicina en distintos campos de prisioneros. Como se trata de una reelaboración ficcional, Beyer se toma ciertas licencias y desvíos para poner al personaje Kaltenburg en Dresde, donde Lorenz no estuvo nunca. Kaltenburg es un enigma que el narrador intenta descifrar, una excéntrica y ambigua figura que miente sobre su pasado, que tal vez realizó inconfesables experimentos con seres humanos durante la guerra. La historia es contada por Hermann Funk, ornitólogo y discípulo de Kaltenburg, pero el protagonista de la novela no es uno ni otro sino el lazo que los une. La relación entre maestro y alumno, padres e hijos, animales y crías, pone en el centro el vínculo entre una generación y otra: qué se transmite, qué se enseña, qué se calla. Esto implica también preguntarse cómo los alemanes se cuentan su propia historia.
La vocación ornitológica de Funk está signada por dos experiencias traumáticas. De niño, está solo en su casa y un vencejo entra en la sala por error. El ave se desespera porque no puede salir y le transmite su pánico al niño aterrorizado en un rincón. La situación es dramática pero Hermann hace su primer descubrimiento: contra la opinión generalizada, pudo ver que el vencejo tiene patas. El segundo episodio tendrá lugar cuando tiene once años y su familia decide abandonar Polonia. Llegan a Dresde, pero es el 13 de febrero de 1945 y esa noche el bombardeo de la aviación aliada destruye la ciudad. Funk deambula entre escombros y cenizas buscando infructuosamente a sus padres, mientras los pájaros caen calcinados desde el cielo. En los dos casos, luego del desamparo, aparece Kaltenburg. Primero, es el fascinante profesor cuya luz viene a opacar la figura del padre; en Dresde será su protector y maestro.
Beyer escribe así una inquietante novela sobre el miedo. Desplazándose del mundo animal al humano, el miedo es también una discusión pedagógica en la que Kaltenburg y el padre de Hermann representan dos modelos opuestos. Mientras el padre quiere enseñarle al hijo a superar aquel episodio dramático con el vencejo albergando en su casa pájaros heridos y huérfanos para curarlos y protegerlos, Kaltenburg sostiene que esa compasión es inútil porque un animal que no está en condiciones de sobrevivir en su hábitat natural no lo logrará con buenas intenciones. Kaltenburg sabe que el miedo más imprevisible y peligroso es el que se transmiten unos a otros, se expande colectivamente, impone un modelo social. Mientras Beyer nos describe el bello mundo de las aves, nos recuerda que la fascinación puede ser el revés de lo siniestro.
La novela pone en primer plano el estudio de las aves, la cuidadosa observación de sus hábitos y, por último, el proceso de disección y clasificación para integrarlas a una colección ornitológica. Cada ave disecada cuenta una historia, está extrañamente viva porque en la precisión del archivo adquiere una individualidad, habla de sí misma y de su investigador. Con las virtudes del zoólogo Beyer construye una metáfora sobre la vigilancia y el control en Alemania del Este. Aquí todos observan, el científico que estudia las aves, el artista que quiere dibujarlas, el documentalista que las filma. Se observan unos a otros, se acechan, se esconden, se protegen. Un punto negro en el techo de una habitación podría ser el agujero por el que espían los vecinos. Es la mirada de un Estado paranoico que sólo puede ver conspiraciones y enemigos; la mirada omnipresente del retrato de Stalin, en el instituto, en la ciudad, en todas partes, con los ojos abiertos.
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