En el libro de cuentos del venezolano Alberto Barrera Tyszka, los crímenes, por pequeños o grandes que sean, se enhebran en una metáfora mayor sobre las relaciones humanas.
› Por Juan Pablo Bertazza
Crímenes
Alberto Barrera Tyszka
Anagrama
161 páginas
En la literatura muere más gente que en la realidad. El asesinato, desenlace natural de tantas historias, suele ser puesto en primerísimo plano: se cuenta el itinerario de la bala desde el revólver hasta el blanco, el brillo del cuchillo justo cuando toma contacto con la piel. En este segundo libro de cuentos del escritor y periodista venezolano Alberto Barrera Tyszka –ganador del premio Herralde en 2006 con su novela La enfermedad–, los crímenes aparecen, en cambio, sugeridos, contados indirectamente, o apenas enhebrados con problemas de distinto calibre. Crímenes que se engarzan a la vida cotidiana como un rosario que se traba en una cuenta demasiado grande. La sangre de este libro siempre aparece, entonces, coagulada, descolorida, añeja. Porque lo que perturba de estos crímenes no es su realización sino la imposibilidad de explicarlos o elaborarlos en la memoria, a tal punto de que terminan generando crímenes menores que los personajes llevan a cabo a partir de un raro contraste entre conciencia y acciones. Lo que dicen que piensan nunca es lo que dicen que hacen, como se ve claramente en Una historia mexicana: “Decidí ir a ver a Hilda, pero para decirle que no. Para restregarle, con solidaria firmeza, que Lencho y yo éramos cuates, que dejáramos de una vez ese jueguito absurdo, que yo jamás traicionaría a mi hermano. Apenas crucé la puerta, comencé a besarla, a tocarla, a desnudarla. Hicimos el amor ahí mismo”. Ese vaivén, esa inestabilidad convive en cada individuo, en cada hogar retratado por estos cuentos, incluso en lo que hace a la intensa realidad política venezolana que el autor también se preocupa por vislumbrar. Tyszka –quien escribió junto a la periodista Cristina Marcano una biografía sobre Chávez– habla en el excelente cuento Balas perdidas de quienes están a favor de Chávez, de quienes están en contra, pero sobre todos de quienes, un poco por confusión personal, un poco por confusión mediática, no saben en qué país están: al desaparecer un joven aparentemente apolítico durante una manifestación, un canal opositor se adueña de la palabra de su esposa para hablar contra Chávez, mientras que un canal oficialista se respalda en la ideología del hermano de la víctima para contraatacar; hasta que ambos familiares parecen perder de foco, incluso, el deseo de encontrar al desaparecido.
Mención especial merece el excelente primer cuento de la serie: una pareja con el amor en peligro de extinción encuentra gotas de sangre en la alfombra y van tratando de descifrar el enigma al tiempo que repasan, como quien no quiere la cosa, los pequeños crímenes que acontecieron durante el tiempo que estuvieron juntos: el desgarro de corazón producido al novio anterior de ella cuando lo deja de un día para el otro; la matanza con revólver de un murciélago alojado en la persiana de su habitación y la muerte de un hijo antes de nacer. El lenguaje de Alberto Barrera Tyszka es económico, hipnótico, pero plagado de comparaciones poéticas. Si bien ninguno de los diez cuentos que componen este libro se ponen a conversar entre sí, mediante recurrencia de personajes, lugares ni fraseos, Tyszka logra, de manera muy original, un efecto semejante. Estos cuentos no remiten a un pasado lejano ni a un futuro próximo, sino a un presente perturbador: “Esta mañana, al levantarse, encontraron cuatro gotas de sangre sobre la alfombra”; “Dos o tres metros más allá, casi en el mismo momento, Idelmaro Jiménez se derrumbó. Es un hombre de sesenta y cinco años que se mantiene en muy buena forma física”.
La combinación entre la narración en tiempo real y el pasado de esa sangre nunca fresca de estos crímenes, sumado a que muchos de estos finales son superabiertos, hace que los personajes se vayan acumulando en una especie de largo pasillo aun cuando su respectivo cuento haya terminado. Como si este libro de cuentos constituyera una novela en la que, en distintos espacios pero en un único tiempo, carne fresca vislumbra sangre añeja. Algo que concluye el propio autor diciendo, en uno de sus cuentos, que “el tiempo es el único crimen perfecto”.
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