A partir del monólogo interior de Emma, la protagonista, se abre una semificción biográfica donde desfilan personalidades de mediados del siglo XX destacándose Borges, quien la pretendió como su musa inspiradora. Fernando Loustaunau, escritor, crítico y docente uruguayo, asumió el riesgo en Emma, Karma de Borges, de escribir una novela biográfica donde su única protagonista, Emma Risso Platero, escritora, pintora y diplomática uruguaya, relata su vida y la asocia a la de Borges. Esa interrelación emocional entre ambos es la que produjo el karma y de alguna manera el destino de no poder escapar de su influencia. No aceptó ser su musa inspiradora pero lo admiró desde la amistad y la literatura. Emma confiesa que no hubiera publicado sin el respaldo de Borges, quien le escribió el elogioso prólogo del libro Arquitectura del insomnio (1948) y le dedicó el cuento La escritura del dios.

La voz íntima y reflexiva que imprime el autor al personaje de Emma, siempre en primera persona, resulta verosímil a su condición de agregada cultural que estuvo destinada en París, Londres, Budapest, Praga, Tokio y tuvo la oportunidad de conocer a las distintas personalidades que desfilan por estas páginas: Jules Superville, Barthes, Foucault, Camus, Xul Solar y los presidentes Perón, Batlle y Bordaberry, entre muchos más. Pero de la infinidad de nombres, el que adquiere mayor protagonismo es el de Borges, quien visitó a Emma en París, Londres, Montevideo y Buenos Aires e intercambiaron apasionadas cartas.

Loustaunau asume el riesgo de adentrarse en un artista que, como Borges, es continuamente abordado en todos los géneros –biografías, entrevistas, cuentos, poemas, novelas, ensayos, investigaciones periodísticas– y no por ello deja de ser siempre atractivo por su genialidad.

Sin embargo, la mayoría de los recuerdos y opiniones de Emma –su memoria infinita, su antiperonismo, su torpeza para toda posibilidad de romance, el humor ácido hacia sus colegas, sus dislates sobre la política, la vida concebida como una biblioteca, la simbiótica relación con su madre, la admiración por sus antepasados– resultan demasiado conocidos para la mayoría de los lectores a esta altura. Otros conceptos resultan más novedosos y polémicos, como el argumento de que no escribió una novela porque ese género nació con la expansión burguesa y él odiaba a la burguesía, sobre todo a la pequeña.

La historia de Emma adquiere profundidad cuando pasa de la vidriera cotidiana de las personalidades de la época –desde la década del ’40 a los ’80– a discurrir sobre el pensamiento de Barthes, Foucault, Marx, Sartre o cuando hace suyo el pensamiento de Borges al afirmar que “el lenguaje poco y nada tienen que ver con eso que llamamos realidad. Y para colmo, la realidad no existe, ni cosa que se le parezca”.

También el texto ahonda cuando el autor conduce a Emma hacia una introspección difícil, donde menciona sus amores y conjetura sobre su vocación plástica y literaria y arriesga comentarios sobre el marxismo: “Detectó algo muy sabiamente, muy aplicable a los occidentales: la gente se desespera por tener lo que tiene el otro. Sólo envidiamos lo tangible, no podemos envidiar la espiritualidad del otro”.

Por momentos, el monólogo reflexivo de Emma hubiera necesitado de otro espacio atravesado por la acción, tal vez de diálogos, para romper con la linealidad de esa voz que abarca toda la novela y le habría conferido más dinámica. De todos modos, esta novela biográfica, narrada con un estilo impecable, aporta a la reflexión y a los conocimientos culturales de los lectores, a veces subrayando información conocida y a veces abriendo alguna puerta a lo desconocido.

Emma
Karma de Borges
Fernando Loustaunau
Sudamericana
270 páginas