Después de la muy destacable investigación sobre los gitanos Enterradme de pie, Isabel Fonseca publicó su primera novela. Una mujer enredada en mails y vínculos afectivos problemáticos, protagoniza un libro sobre la infidelidad.
› Por Luciana De Mello
La infidelidad, para quien no la protagoniza, puede considerarse uno de los temas más trillados de todos los tiempos. Sin embargo, no hay nadie que no se siente a escuchar un culebrón ya sea en boca de las actrices venezolanas o leyéndolo de un libro. Pero ¿cuál es la condición sine qua non para que se presten oídos a su relator? Que la historia enganche, como cualquier otra. En esto no hay secretos. La villanía tiene que ser sabrosa, por no decir sádica, para que nos aprestemos a escuchar. El segundo elemento, es cómo se cuenta. En la literatura, si el segundo ingrediente falla entonces se está frente a una historia tranquilamente olvidable.
Después de su primer trabajo, Enterradme de pie, la aclamada historia del pueblo gitano que la llevó a viajar sola por el este europeo durante cuatro años de investigación, Isabel Fonseca presenta su primera novela. Jean, una mujer que lleva cuarenta y cinco años de edad y veinte de casada, con una vida económica acomodada y una familia bien compuesta se retira junto a su marido publicista para vivir un año sabático en una isla paradisíaca habitada por gente tan “vaga” como “exótica”. En medio de ese idilio insular, Jean descubre que su marido la engaña con una jovencita porno que posa para él en el ciberespacio. A partir de esta ruptura del ideal, comienza el desmoronamieanto se convertirá en pesadilla. Jean comienza a contestar los mails que son para su marido haciéndose pasar por él. A esto Fonseca le llama un “tema de identidad” en la novela y acto seguido hace la siguiente confesión: al igual que la protagonista de su novela, Fonseca pasó dos años de su vida en Uruguay, país de origen de su padre, Gonzalo Fonseca –escultor discípulo de Torres García– y donde se instaló a vivir con su marido, el escritor británico Martin Amis. Durante esa estadía, y siguiendo el ímpetu sociológico de su primer libro, Fonseca se dispuso a escribir sobre la dictadura en Uruguay y realizó varios reportajes a familiares de desaparecidos y presos políticos. Pero sin embargo y debido a sus puntos de vista, no se atrevió a hacerlo por miedo a cómo se lo fuesen a tomar sus propios familiares, algunos de los cuales tuvieron que exiliarse en el extranjero. Así es como comenzó a pensar en una historia corta y ficcional cuyo tema fuera el robo de la identidad y que finalmente derivó en esta novela de casi 400 páginas. Ahora bien, ¿cuál es su confesión? Confiesa haber tomado el tema de la identidad de una experiencia personal en Londres, cuando una tarde entró a comprar en una de esas tiendas llamadas “shopping-manía” y donde le robaron su tarjeta de crédito. “Esta persona había comprado a mi nombre casi 4 mil dólares en bombachas. ¡Y yo nunca habría gastado esa cantidad de dinero en ropa interior!”
El personaje de la mujer que actúa a la sombra del marido exitoso, por más que sus artículos sean publicados en diferentes revistas del mundo, es un personaje conflictivo. Pero no tanto por la imagen que propone sino porque, al igual que el libro sobre la dictadura y al igual que esta novela, su construcción se queda a mitad de camino. Es un personaje que no se atreve a terminar de definirse a sí mismo. No hay nada de revelador en Jane. Discurre en largas reflexiones sobre el amor, la vida y las especies animales que cuando no resultan inconexas, suenan a confesiones de diván trilladas. Lo mismo ocurre con su apreciación sobre la isla en la que vive, o de su Nueva York natal: en la primera hay una mirada por momentos demasiado eurocéntrica y en la segunda el llanto por la castración de las torres gemelas, la descripción de los chinos que venden sushi barato y en mal estado, o del adolescente punga y, cómo no, de origen latino quien le roba una raqueta de tenis al buen ciudadano que le ofrece un aventón, deja un sinsabor a opinión pública norteamericana. Más allá de esto y de que el texto esté recargado del adjetivo “terrorista”, el problema no es que la novela sea antifeminista o políticamente incorrecta. El problema es que esta primera novela de Isabel Fonseca tiene algunos momentos estéticamente buenos, tiene algunos giros que si bien pueden adivinarse, mantienen bastante el suspense de la trama, pero esto no es suficiente para que las 400 páginas de Vínculo puedan sostenerse por su propio peso.
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