Lejos de los fuegos de artificio de las geniales Emily y Charlotte, Anne Brontë fue la más normal de las hermanas, pero no por ello menos radical en su literatura. Destinada a ser una institutriz de jóvenes adinerados e insoportables, utilizó esa experiencia para escribir su primera novela, contraparte realista del desmesurado romanticismo de la familia.
› Por Mariana Enriquez
En vida fue la más exitosa de las tres hermanas Brontë, pero la historia de la literatura la dejó injustamente en un lugar secundario. Como si Anne Brontë hubiera sido no sólo la menos talentosa sino la más dócil, como si no hubiera sido igual de genial que Emily y Charlotte, pero de manera completamente diferente.
El caso de las Brontë es único en la historia. Las tres hijas menores de Patrick Brontë –un clérigo irlandés pobrísimo, emigrado a Inglaterra y casado con Maria Branwell, la hija de un comerciante próspero– vivieron una vida de relativo aislamiento e intensa imaginación en el pequeño pueblo de Haworth, West Yorkshire. Anne era la menor de seis hermanos, y tenía apenas un año cuando quedó huérfana de madre. La tía Branwell se instaló en la casa para cuidar de los niños, especialmente de la bebé Anne, y les permitió el acceso a todos los libros que quisieran: a pesar de que eran muy religiosos, ni el padre Brontë ni la tía Branwell creían en limitar demasiado a sus hijos (el clérigo les permitía a las chicas leer incluso al famosamente perverso Lord Byron).
La vida de la familia se vio sacudida otra vez cuando las dos hermanas mayores, Maria y Elizabeth, murieron de tuberculosis mientras estudiaban en un internado de Lancashire. Emily y Charlotte también estaban en el colegio, y fueron inmediatamente traídas de vuelta a casa por su apenado y muy asustado padre. Durante los cinco años siguientes, los jóvenes Brontë –a las mujeres hay que sumar a Branwell, talentoso pero malogrado– fueron educados en casa, y no tuvieron vida social alguna. Lo que sí tenían era una intensa vida imaginaria: crearon un mundo propio, llamado Angria, que hasta ilustraron en mapas y acuarelas, y al que le inventaron diarios, crónicas y revistas, todos los textos escritos en una letra tan pequeña que sólo podía ser leída con lupa, y guardados en cajas de miniatura. Fueron los primeros escarceos literarios de la familia.
A los 15 años, Anne Brontë dejó por primera vez la casa familiar para estudiar. Estuvo allí durante dos años, y en 1839 consiguió el casi único empleo que una mujer pobre pero educada podía encontrar entonces: entró a trabajar como institutriz para la familia Ingham.
Sus alumnos eran claramente insoportables, difíciles, caprichosos. Anne tomó nota de cada dolor de cabeza, y del desprecio de sus empleadores para escribir la primera parte de su novela Agnes Grey, que se completaría con sus experiencias mucho más satisfactorias en su segundo empleo como institutriz de los hijos de la familia Robinson. En la novela usaría, también, su posible amor frustrado por William Weightman, un ayudante de su padre que moriría de cólera antes de poder iniciar cualquier tipo de relación afectuosa con Anne.
Antes de Agnes Grey, Anne se unió a sus hermanas en un proyecto que, en aquel momento, todavía resultaba extrañísimo para un grupo de mujeres: editar un libro de poemas, pagado por el dinero que les había dejado su tía al morir. Anne y Emily contribuyeron con 21 poemas, y Charlotte con 19. Usaron seudónimos para publicarlo, claro: Currer Bell, Ellis Bell y Acton Bell. En 1846 salió a la venta como Poems by Currer, Ellis and Acton Bell y fue un desastre comercial: en el primer año se vendieron solamente dos ejemplares. Pero eso las fogueó: ese mismo año, las tres enviaban sus primeras novelas a editores de Londres. Emily mandó Cumbres borrascosas, Anne, Agnes Grey; y Charlotte, The Professor. Charlotte fue la única que no consiguió editor y decidió cambiar de libro; enseguida mandó el otro manuscrito que terminó prontamente, el de Jane Eyre. Fue publicado rápido, y con éxito. Para 1847 las tres hermanas habían sido publicadas, y las tres tenían mucho éxito. Pero del trío de novelas, Agnes Grey se distinguía por su evidente falta de estridencia.
El proyecto de Anne Brontë como escritora era muy diferente al de sus hermanas Emily y Charlotte, aunque esa clara diferencia nunca significó una pelea entre ellas, o un posicionamiento público de enfrentamiento con sus hermanas por parte de Anne. Cumbres borrascosas es un libro de gran violencia emocional, potencia lírica, alto romanticismo: es una novela desaforada, guiada por su protagonista, el gigante oscuro Heathcliff. Jane Eyre es una relectura del gótico tan de moda entonces que incluye aires realistas: un internado donde cunde el sadismo, una institutriz no muy agraciada que sin embargo enamora a un aristócrata medio disoluto, una mujer loca en el ático, una familia adoptiva de insoportable crueldad. Ambas son novelas extraordinarias. También lo es Agnes Grey. Pero el tono y el tema no pueden ser más diferentes. Agnes Grey es una novela realista, reposada, reflexiva, muy vívida, de gran contención e inteligencia: está muy cerca en calidad a la producción de sus hermanas, pero lejísimo de sus fuegos artificiales. Fue la primera novela en contar con una protagonista normal y común; la biógrafa de la Brontë, Juliet Barker, escribe: “Llena de un humor poco estridente, es una exposición mucho más palmaria de las condiciones de vida de una institutriz de familia pobre por aquellos años que la ofrecida por la novela mucho más famosa de su hermana, Jane Eyre. Agnes es una mujer dura y tranquila, estoica; oculta su amor por el clérigo –que, desde luego, no es ni Rochester ni Heathcliff: es un hombre serio, amable, algo anodino– y su amor propio, sobre todo ante los altaneros empleadores y los vanidosos alumnos. Le falta dinero, no puede visitar a su familia, es tratada sin respeto ni afecto. Y ella, sin embargo, sigue adelante.
Fue la segunda novela de Anne la que cimentó su fama y, en su momento, el éxito: hasta logró una segunda edición. Esta novela extraordinaria se llama The Tenant of Wildfell Hall y la protagonista es una mujer casada que escapa, junto a su hijo, de un marido alcohólico. Se oculta en una mansión abandonada y vive de la pintura, hasta que se independiza y logra alquilar su propia habitación. La novela, dijo en su momento May Sinclair, contenía la escena del abandono de la esposa, “un portazo que se dejó oír en toda la Inglaterra victoriana”. Es que entonces dejar al esposo no sólo era inmoral sino ilegal: la salvación de esta mujer, que escapa de un hombre violento, era castigada por la Justicia británica del siglo XIX. Muchos creen que Anne se inspiró para el alcohólico en su hermano Branwell; los críticos se horrorizaron ante el realismo de las escenas de violencia y degradación, que Anne en su momento defendió con gran entereza. No era para menos: se trataba de su obra maestra.
Anne Brontë murió de tuberculosis a los 29 años en la ciudad costera de Scarborough, donde decidió pasar sus últimos días junto a su hermana Charlotte. Era 1849; sus hermanos Emily y Branwell habían muerto, también de tuberculosis, un año antes. Charlotte, la sobreviviente –por poco tiempo: moriría en 1855 durante su único embarazo–, decidió no volver a publicar The Tenant of Wildfell Hall porque la consideraba demasiado brutal. Incluso se cree que fue la respuesta realista a Cumbres borrascosas, con su mirada carente de romanticismo sobre la violencia doméstica. El gesto de Charlotte fue de protección, pero acabó siendo una mezquindad, porque dejó a Anne en el lugar de la hermana menos “vistosa”. Cuando en realidad era tan radical, o quizá más, que las otras geniales Brontë.
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