Norbert Elias indagó en sucesivos ensayos acerca de la singularidad de la nación y el pueblo alemanes, un punto de vista que no podía sino concluir en el gran tema de este libro: el Holocausto perpetrado por el nazismo.
› Por Juan Pablo Bertazza
“Normalmente, uno se pregunta cómo es posible que personas que viven en una sociedad maten a otras. Sería más adecuado plantear la cuestión de otra manera: ¿cómo es posible que tantos individuos puedan vivir en paz, sin temor de ser lastimados o muertos por otros más fuertes, de forma tan pacífica? Hoy se pasa por alto con demasiada facilidad que nunca antes, en el desarrollo de la humanidad, tantos seres humanos habían convivido de manera tan relativamente pacífica”, escribió el sociólogo alemán Norbert Elias (1897-1990). La frase condensa el valor novedoso que su teoría sociológica cobró en los últimos años –pese a que sus ideas ya habían madurado a fines de los ‘30, su reconocimiento nacería recién en los ‘70– y también su original perspectiva sobre el Holocausto.
Si en su libro más famoso, El proceso de civilización (1936), Norbert Elias exploraba minuciosamente el pasaje de la Europa guerrera a la Europa cortesana, es decir, el puente entre la barbarie y la supuesta civilización, Los alemanes –un conjunto de ensayos sobre realidades, fantasías y traumas de la civilización alemana, entre la Prusia guillermina y el nazismo y la culpa posterior– podría entenderse como una continuación de aquel proyecto, aunque esta vez haciendo hincapié en un país que, según Elias, cuenta con demasiadas singularidades dentro de lo que es la realidad europea.
Con una interesante combinación de teorías tan disímiles como las de Emile Durkheim, Max Weber y Sigmund Freud, Norbert Elias se concentra en explicar, en términos sociológicos, aquello que linda con lo inefable: el exterminio de los campos de concentración.
Y el hecho de que Elias revuelva un poco el estómago pidiéndonos que nos sorprendamos y agradezcamos el hecho de que no haya más violencia y matanzas de las que hubo y hay, tiene que ver entonces con una serie de verdades cristalizadas que se propone combatir, especialmente aquella de que el Holocausto fue un mero acto de locura que constituyó una excepción total de la historia caída del tiempo; idea que acaso nos proteja de la posibilidad de la repetición. Justamente, lo que le parece más inconcebible es que el Holocausto no haya tenido lugar en la Antigua Siria, ni en Roma, ni en sociedades feudales, ni en tiempos de cruzadas católicas, sino en pleno siglo XX, un período del que sólo se esperaba progreso, civilización y crecimiento; un siglo que creía que sus normas de racionalidad y civilización eran superiores a las de pasados remotos. Lo que plantea entonces Elias es que si bien la matanza de judíos respondió a una idea irracional, fue llevada a cabo con métodos que no parecen salirse tanto del marco lógico de las sociedades mecanizadas de masas. “La satisfacción de las necesidades animales elementales de un ser humano sin impedir las necesidades elementales de otro o de grupo de individuos.” Esa es la definición que da Elias de “civilización”, revelando así que el asunto, lejos de ser un problema de contrarios, implica que al mismo concepto de civilización de Occidente le sobra barbarie. Tan es así que Elias da una serie de características del ser alemán, rasgos a largo plazo que habrían posibilitado una catástrofe semejante, planteando así la influencia del destino de un pueblo a lo largo de los siglos en el carácter de los individuos que lo conforman: antes que nada, la pluralidad y extensión de las distintas regiones del imperio alemán que crearon un fervoroso anhelo de unificación, una unión desprovista de cualquier rastro de disidencia; lo cual redundó, a lo largo de los siglos, en la búsqueda de una figura total, omnipotente y única –fuera príncipe, emperador, monarca hereditario o führer–. Idiosincrasias que habrían llevado a los alemanes a crear una brecha irreversible entre su ideal de tradición y su realidad; algo que Elias relaciona con la palabra “Reich” que, a diferencia de su equivalente inglés Empire, no indicaba una evolución paulatina de los antiguos reinos dinásticos, sino algo perdido, el Gran Imperio del pasado. Justamente, en esa analogía de pueblo y persona que lo emparenta a las teorías de Freud, Elias encuentra la excepcionalidad de Alemania en relación con Francia o Inglaterra, en el sentido de que su propia estima colectiva siempre fue mucho más frágil, más inestable; algo así como una patria bipolar que terminó hundiéndose en el barro de la culpa. Aunque algunas de las ideas de Elias resultan sumamente discutibles –en especial la contradicción de buscar causas a largo plazo cuando entiende la civilización como algo tan frágil que puede desmoronarse en cuestión de segundos– los ensayos incluidos en Los alemanes (aun con los años que pasaron) constituye un libro clave a la hora de entender lo que parece inexplicable.
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