Domingo, 10 de enero de 2010 | Hoy
Una serie de casos resonantes y luego olvidados por los medios y una constante: la muerte antes de la adultez. Sangre joven recrea una crónica fría e impactante, entre la novela negra y el caso real.
Por Ezequiel Acuña
La llegada de un libro como Sangre joven era inminente en el nuevo panorama de la crónica argentina. Si Cuando me muera quiero que me toquen cumbia de Cristian Alarcón ocupa por excelencia el lugar de la crónica sobre lo marginal, los pibes chorros y la muerte fácil, era cuestión de tiempo para que alguien siguiera la línea y se encargara de la muerte joven. Y así plantea el juego Javier Sinay, con el objetivo de que no sea un libro descriptivo de una clase social sino el retrato de una generación: “En mi crónica no intenté revelar por qué alguien que muchas veces no tiene permiso para tomar alcohol ni para votar elige matar, ni tampoco indagué en las estadísticas criminales de los adultos jóvenes y los menores; lo que perseguí, en cambio, fueron las claves para retratar ese universo juvenil y a sus personajes, dejando de lado los estereotipos” dice el autor en la introducción.
Aunque la clase alta no aparece, Sangre joven reconstruye seis historias en donde los jóvenes son tanto los que matan como los que mueren. Dos entran en el rango de los crímenes pasionales: el pibe acuchillado por un novio celoso en la discoteca El Teatro y la chica de La Plata asesinada y enterrada en la calesita del bosque por su primo. Les siguen la sangre fría de la masacre de Carmen de Patagones, la marginalidad de la chica que apuñaló a un pibe a la salida de la bailanta S’Combro, la aparente inocencia del caso del Hombre Araña –un chico que trepaba a los balcones– y el homicidio sin resolver de un joven de Chascomús. La mayoría de estos casos tuvieron gran repercusión en los medios de comunicación y eso parece estar bastante claro para Javier Sinay. En cierta medida, Sangre joven intenta dar cuenta de aquellas esencias que quedaron afuera del relato mediático, incapaz de no ligar este tipo de hechos sociales con los patéticos simbolismos que construye día a día como la inseguridad y las adicciones. Sinay busca en detalle los personajes e instala la pregunta antes que la explicación, construye los relatos como si fueran ficción, bien de adentro, reconociendo subjetividades. Un trabajo arriesgado pero inevitable. Eso lo lleva, en muchos casos, a una mezcla entre el relato policial más desapegado y un tono dramático, sobre todo cuando la primera persona entra en escena. Es un equilibrio bastante particular que permite formular, en todo caso, ciertas preguntas sobre los modos de narración de la violencia. Por ejemplo, si desde lo literario el policial negro fue y sigue siendo un tipo de discurso que permite relatar las disfuncionalidades de una sociedad, bucear en la marginalidad y adentrarse en las grietas de la aparentemente sólida civilización, en el ámbito de lo periodístico, del trabajo directo con los materiales reales, ¿no es el policial el lugar por excelencia del sensacionalismo?
En ese sentido vale decir que Javier Sinay sale bien parado, porque, más allá y sobre todo, su relato responde a una de las bases de la crónica: la experiencia. En Sangre joven se nota la calle, las entrevistas, la búsqueda; una investigación muy lograda que alcanza momentos altos como es el caso de la entrevista en la cárcel a la chica que asesinó a puñaladas a un chico a la salida de S’Combro, un trofeo (sombrío, claro) para Sinay. Habría que decir que es un libro jugado por la violencia que abunda, la crudeza, el carácter controversial de las historias. Pero lo cierto es que todas esas características pertenecen más bien a la realidad de los sucesos y no al libro. En Sangre joven no hay afirmaciones arriesgadas, grandes enunciados o formas de la ruptura; no hay tampoco discusiones, ni juicios morales. El trabajo de Javier Sinay es más simple y también más valioso: reconstruir lo mejor posible los aspectos cotidianos, los rincones más normales y dentro de lo común de las historias y los personajes para evitar el relato extraordinario. En la escritura casi costumbrista de un tipo de juventud, en las conversaciones con los personajes que rodearon los crímenes y las reconstrucciones sencillas de los hechos, Sangre joven consigue una frialdad impactante y efectiva. Vale la pena leerlo y que las historias, que a veces vemos con indiferencia en los medios de comunicación, vuelvan a golpearnos o helarnos la sangre.
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