Domingo, 14 de marzo de 2010 | Hoy
Con Arlt va al cine se inicia una colección inspirada en Kafka va al cine y que promete próximos volúmenes sobre Borges y Victoria Ocampo. En esta primera entrega, con abundante material fotográfico, se ofrece un cuidadoso rastreo de algo no tan evidente: Arlt “lector” de cine.
Por Claudio Zeiger
La sola idea de rastrear los vínculos de Roberto Arlt con el cine –en su obra y en episodios importantes de su vida como el viaje a Africa– resulta original de por sí. No es, los lectores arltianos lo saben de sobra, una relación evidente, de esas que –cinematográficamente hablando– saltan a la vista. O una relación plena y productiva comprobadísima como la de Arlt y el teatro. Pero un rastrillaje eficaz las va a ir encontrando asiduamente y no necesariamente en capas muy profundas. Esta es la principal sorpresa no tan sorpresiva del libro de Patricio Fontana, docente de literatura argentina y de cine argentino.
Arlt va al cine es el punto de arranque de un muy buen proyecto inspirado en el libro del actor Hanns Zischler, autor de Kafka va al cine (1996). Borges y Victoria Ocampo se anuncian como las próximas entregas de la colección Los escritores van al cine, dirigida por Gonzalo Aguilar. Empezar por Arlt, entonces, revela un gesto oblicuo y a la vez eficaz.
Hay una intuición básica que tiene Arlt y destaca Fontana: el cine es lo nuevo, lo moderno en el mundo. “En varios textos de Arlt, la presencia del cine en una ciudad o en un pueblito de provincia implica renovación, modernidad, alteraciones tanto en el orden de lo arquitectónico como en el de la moral y las costumbres. De la mano del cine llega –para bien o para mal–, lo nuevo.” Y esto se intuye y manifiesta de diversas maneras. En aguafuertes dedicadas a las salas de cine del barrio o el papel de los cines en los pueblos del interior. Y también aparece bajo el tema crucial de los viajes. El cine es lo nuevo porque el mundo se contrae y se acerca a través del cine. Y por eso Arlt se siente incitado por los films a viajar hacia tierras “exóticas” (para descubrir, en rigor, que el exotismo es una proyección mental sobre el paisaje real, sobre todo en Africa).
Fontana sigue estas rutas de fuga y en especial la de Marruecos. Abunda sobre films como El expreso de Shanghai (“no es necesario ir a Shanghai”), Marruecos, el film de Von Sternberg con Marlene Dietrich y Gary Cooper, que producirá en Arlt un fuerte desencanto al confrontarla con la Marruecos real (“Hoy pensaba en las distintas versiones cinematográficas de Marruecos y me decía que la película de Von Sternberg es falsa y convencional a todas luces”), Una noche en El Cairo, entre otras.
“El cine era para Arlt tanto una experiencia del mundo como un deseo de mundo. Según lo asegura en una de sus aguafuertes españolas para él “ir al cine era una ‘manera ideal’ de viajar. Pero también cuando iba al cine ansiaba viajar”.
Arlt va al cine arranca desde El juguete rabioso, donde descubre esas primeras señales de lo nuevo –uno de los reconocidos logros que con el tiempo se le adjudicarían a la novela, sinónimo de modernidad literaria en la segunda década del siglo veinte– pero pone el acento en detalles como una campanilla con la que se atraen clientes a la librería y espectadores a la sala de cine, o el excelente análisis dedicado al poster que uno de los “granujas” del Club de los Ladrones de Silvio Astier tiene en su cuarto junto a un Cristo sufriente: el no menos sufriente rostro de la actriz Lyda Borelli, estrella indiscutida de las pantallas en los años veinte. El derrotero que hace hincapié en aguafuertes y crónicas –es decir, en la labor de Arlt como periodista, incluyendo su breve tarea como cronista cinematográfico– culminará en la figura de Rodolfo Valentino, que más de una vez inspiró a Arlt para escribir. Y parece que como a tantos hombres de su tiempo, Valentino lo inquietaba e irritaba, captando consciente o inconscientemente, su núcleo de perturbadora belleza diferente en Hollywood. Arlt lee algo perturbador en Valentino, y también parece leer algo turbio acerca de sí mismo.
Los sucesivos capítulos de Arlt va al cine –acompañados de abundante material fotográfico y documental– abarcan éste y otros aspectos, algunos se detienen en micromundos arltianos como el caso de los desocupados que van a cines de dos guitas a pasar las horas y, sobre todo, a regalarse una pizca de evasión. Hay momentos en que las interpretaciones asumen un exceso conjetural, pero en general el libro logra conectar las distintas zonas de sentido y arma un conjunto que siguiendo los pasos de Kafka, acerca una perspectiva novedosa –un valor agregado– sobre Arlt, ahora no tan lejos, podría decirse, de Puig.
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