Domingo, 21 de marzo de 2010 | Hoy
Por Martín Kasañetz
Produce una dolorosa identificación la lectura de Rey de Azares, escrita por Silvana Melo en la apocalíptica Argentina de 2002 y representada en la genérica ciudad de Los Pozos. Porque esta novela describe, exhaustivamente, el derrumbe social, la caída estrepitosa de todos los componentes que interactúan en una sociedad, acentuando la violencia en las contrastadas diferencias. La realidad de Los Pozos resulta retratada no sólo en el texto, a través de hechos y personajes oscuros, sino también en las ilustraciones de Norberto Onofrio que actúan como extractos de ideas otorgándole impactantes imágenes al desastre.
Melo, que también se desempeña como periodista gráfica, no presenta esta novela como un texto político, sino como una ficción que se encuentra fuertemente condimentada por la política social. La escritora también aclara: “En realidad, la política te sirve para conocer esas situaciones en las que la gente se muestra tal como es o exhibe su peor cara”.
El lector puede interpretar que existe un punto en que la decadencia humana se concibe desde diferentes accesos y uno de ellos es la (anti) política.
El relato nos lleva por la metamorfosis particular pero también general que van sufriendo los “pocenses”. Dentro de esta mutación se ve afectada la Refinería (centro de actividad comercial y poderío laboral de la ciudad), ahora usurpada por los violentos y rubios alemanes. Melo escribe: “Los Pozos aceptó siempre devotamente su destino. Firmó, como borracha, la ciudad, el libro en su página final”, demostrando que la responsabilidad social también está presente desde la pasividad ante la injusticia en dirección al abismo. Los hechos aislados de violencia que comienzan a ocurrir no reciben resistencia por la gran mayoría de los ciudadanos y mucho menos de Ladislao Rey, representante del orden, de la gobernación municipal.
En el descenso acelerado que esta ciudad vive hacia infiernos impensados, Melo nos impregna con una observación constante de la institución gubernamental; una impotencia cómplice y corrupta que de alguna manera “deja hacer” permitiendo la vejación, pública y privada, de los seres que van pasando a la clandestinidad selvática que la noche representa.
“Sentí que me paraba a renacer sobre las losas de un cementerio. Alrededor solo había respiraciones esforzadas, la garganta del país había enmudecido”, declara Silvana Melo sobre la situación del país al momento de escribir Rey de Azares. Paradójicamente, esta novela debió esperar siete años para ser editada.
La ferocidad del Hombre llevada hasta su máximo extremo de tolerancia se ve reflejada por el crecimiento desmedido de la Refinería que como una especie de ciudad privada y exclusiva dentro de la misma ciudad pone cercos de seguridad cada vez más altos, dejando al verdadero Los Pozos como un barrial pequeño y sucio cercado por las inmensas murallas. Todo decae y se destruye y la noche pasa a ser un territorio de sombras que recorren violentamente las calles, perseguidas por los militares ordenados por el comisario y sus gallos asesinos. La confusión ante la pérdida extrema produce enfrentamientos de inocentes que van devorándose en el sálvese quién pueda decretado por la ausencia institucional. Melo insiste: “Eran decenas de quemados irreconocibles y sombras de caras escondidas, lobos de la noche más noche que jamás abandonarían su territorio. Hijos de la tragedia que jamás tendrán lengua para mañanas”.
“La política es una herramienta de cambio, de transformación. O al menos debería serlo. Pero cuando el ser humano mete la cuchara, toda la maravilla va a parar a la basura. ¿Pesimista? Sí, muchísimo”, se define Melo a sí misma aunque quizá quiere ignorar que escribir y describir la realidad es un punto de partida a comprenderla, a lo mejor, no repetirla. Escrita en una prosa poética destacable, que sólo se envicia por momentos en repetir una única estructura en la búsqueda de la metáfora, intenta con muy buenos resultados mostrarnos a través de ilustraciones y alegorías lo que permitimos aflorar de nosotros mismos. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
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