Domingo, 18 de abril de 2010 | Hoy
Judith Butler polemiza sobre las justificaciones bélicas de Estados Unidos en un crudo ensayo que plantea la postulación de vidas dignas de duelo y vidas que no.
Por Susana Cella
“Vida precaria, vida digna de duelo” –título de la Introducción de este lúcido ensayo de Judith Butler–, alude simultáneamente a la condición general de la precariedad de la vida y a la diferenciación establecida mediante la cual unas vidas no son reconocidas como tales, y por tanto su pérdida no implicaría un duelo. Para abordar la cuestión parte de los “marcos de guerra”, en una crítica fuerte a la política norteamericana y sus justificaciones: “¿Puede un poder ‘llevar’ –o ‘instalar’– la democracia en un pueblo sobre el que no tiene jurisdicción alguna?”.
En su argumentación tiene en cuenta la complejidad de diversos enfoques relativos a la preservación de la vida así como alude críticamente a los estudios culturales, de género e identidad, y alerta acerca de la intervención subyacente del poder en los discursos defensores del multiculturalismo moldeados según las ideas de “modernidad” y “progreso” en clave de Occidente.
Butler insiste en la importancia de los marcos –la estructura de saberes y sentimientos– que posibilitan la aprehensión y reconocimiento de las vidas de los demás. El cuerpo, ligado a la subjetividad, aparece como un núcleo fundamental en tanto ineludiblemente ligado a redes sociales y políticas, existente en un espacio-tiempo, lo que lleva a “considerar los modos de materialización mediante los cuales un cuerpo existe y mediante los cuales esa existencia puede sostenerse y/o verse en peligro”.
Dos contundentes ejemplos del funcionamiento mediático ligado a lo político sirven para analizar cómo somos interpelados por manifestaciones de las vidas bajo extremas condiciones de sometimiento. Por una parte, los poemas de los presos de Guantánamo salvados de la censura, donde la pervivencia puede darse en una palabra que cuestiona su propia posibilidad de surgir: “Después de las cadenas, el sufrimiento y las lágrimas/ ¿cómo puedo escribir poesía?” (recordando, aunque Butler no lo mencione, la conocida frase de Theodor Adorno). Por otra, en una postura opuesta a la demonización de los musulmanes (que también aparece en afirmaciones de Benedicto XVI), Butler hace referencia a las difundidas imágenes de las torturas en Abu Ghraib. Estas últimas se revelan como una escena preparada de gratificación sádica por parte de quienes infligen el daño y quien filma, es decir, ese periodismo “incorporado” que muestra de la guerra únicamente lo autorizado, por tanto, afirma, “es sólo desafiando a los medios de comunicación dominantes como ciertos tipos de vida pueden volverse visibles o cognoscibles en su precariedad”, en lo cual la intervención de los sentidos (no restringidos a la vista) es imprescindible –Butler entabla aquí un diálogo con Susan Sontag respecto de la fotografía– para la recepción de escenas montadas en nombre de la civilización contra la barbarie adjudicada al otro, a la víctima.
La reiteración del marco, su necesaria repetición para instalarse como hegemónico, revela en esa estructura reiterable su misma ruptura, del igual modo que la norma regulatoria, por su mismo funcionamiento, conlleva la perspectiva de deshacerse. Y por tanto, posibilitar otra diferente y crítica. Esta hipótesis fuerte, que aparece desde el inicio del texto, llega a “La pretensión de la no violencia”, donde Butler no sólo reafirma la importancia del contexto (“dudo mucho de que la no violencia pueda ser un principio, si por principio entendemos una norma fuerte que se pueda aplicar con la misma confianza y de la misma manera a cualquier (y toda) situación”), sino también la dimensión subjetiva (las referencias y comentarios sobre las posturas de Melanie Klein y Emmanuel Lévinas son particularmente relevantes).
“Repensar la precariedad, la vulnerabilidad, la dañabilidad, la interdependencia, la persistencia corporal, el deseo, el trabajo y las reivindicaciones respecto al lenguaje y a la pertenencia social”, apuntan a constituir una nueva ontología corporal a partir de la cual sostener y ampliar la defensa de los derechos básicos.
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