Domingo, 25 de abril de 2010 | Hoy
El poeta y flamante novelista Luis García Montero viene de visita a Buenos Aires con ocasión de la Feria del Libro. Y llega con dos libros bajo el brazo: los poemas de la antología Cincuentena (Tusquets) y la novela Mañana no será lo que Dios quiera (Alfaguara), centrada en la figura del también poeta español Angel González, fallecido en 2008. Radar conversó con él acerca de estos libros y de su rol activo en defensa del juez Garzón en los agitados días que vive España entre su pasado histórico y su presente político.
Por Angel Berlanga
Anotás en Mañana no será lo que Dios quiera que el prestigio de la poesía es siempre ambiguo.
–Sí, porque pertenece a ese tipo de prestigio en el que lo sublime, digámoslo así, a veces le quita poder en la realidad. Todo el mundo respeta y cree que es noble lo poético, tiene una idea imaginaria de su importancia, pero después en lo concreto ocupa poco lugar en la prensa, es uno de los géneros artísticos con menor repercusión en las estructuras culturales, es difícil que una colección de poesía adquiera la difusión o acceda a la red de distribución de la novela, por ejemplo. Pasa con las mujeres cuando les dicen: son divinas. Esa exaltación de lo femenino que sirve para convertirlas casi en ángeles, pero a la vez para evitar que puedan ocupar espacios de dirección.
¿Cómo ves hoy al poeta que eras al principio?
–Me formé en la España de los últimos años de la dictadura franquista y viví una universidad muy politizada, que intentaba transformar el país. Y eso incluía, además de conseguir el derecho al voto, transformar costumbres, huir del clericalismo, reivindicar una sexualidad más libre. Aprendí de Antonio Machado que los sentimientos son históricos, que la historia no solo pasa por una constitución o una revolución o una huelga general, que pasa también por los sentimientos, por la manera que tenemos de amar, de odiar, de pensar en la muerte.
Y por eso siempre quise que mi poesía fuese una meditación sobre la intimidad, para intentar llevar allí también las preocupaciones de la emancipación, del compromiso político. En ese sentido, cuando veo que se aprueban por ejemplo los matrimonios homosexuales, o cuando se siguen políticas serias para conseguir la igualdad entre hombres y mujeres, noto que aquello que proponíamos los jóvenes y que siempre se tomó en serio la poesía se va consiguiendo, poco a poco.
Aunque subsistan resistencias importantes, todavía, allí.
–En lo que llevamos del año ya hay más de veinte mujeres asesinadas por violencia de género. Sigue habiendo discriminación en el mundo del trabajo, todavía son muy notables las diferencias. También hay sectores muy reaccionarios en lo referente a la homosexualidad y las libertades privadas. Todo eso es así, pero suele utilizarse esa persistencia de datos negativos para desacreditar medidas propicias que se toman en ámbitos progresistas. Me gusta, entonces, tomar conciencia de las deficiencias pero defender los avances. Por eso intento conjugar una visión realista con un espíritu optimista.
La voz de Luis García Montero suena del otro lado del teléfono, desde Madrid. Este granadino nacido en 1958 viene a presentar esta semana en la Feria dos libros que acaban de publicarse aquí: Cincuentena, una antología poética de su obra, y Mañana no será lo que Dios quiera, una biografía novelada de las primeras tres décadas de vida del poeta Angel González, fallecido en 2008, íntimo amigo de García Montero, a quien durante largas conversaciones fue contándole sus vivencias de antes, durante y después de la guerra civil. Se palpa en las primeras respuestas: este andaluz entrelaza con fluidez, vida cotidiana, vida política y social y literatura. Seguirá así. Anda, por estos días, “muy liao”, dice, como portavoz y organizador de “la comisión ciudadana que está llevando solidaridad con el juez Baltasar Garzón y la denuncia de los crímenes del franquismo”. “Mantenemos una concentración diaria en la Universidad Complutense, donde se han hecho conciertos, recitales de poesía, mesas redondas, y estamos convocando a una manifestación para este sábado 24 –dice García Montero, por ayer–. Es una manera de responder al protagonismo que ha querido asumir la extrema derecha española al querellar a Garzón”.
“A mí me parece tan importante defender lo que tenemos de histórico y de vínculo con los demás en nuestra intimidad como la necesidad de nuestra conciencia de no aceptar ningún mandato superior a ella, ni de tipo patriótico, político o religioso –dice García Montero–. Porque, al final, la conciencia individual no puede diluirse en ninguna consigna ni en ningún todo. Siempre digo que la conciencia no es un hotel de lujo donde uno puede acomodarse, en una buena habitación, estando seguro de sus ideas: la conciencia es una pensión barata, en la frontera, que te hace estar incómodo, atento a no encerrarte en ti mismo, desatendiendo las causas públicas, pero al mismo tiempo evitando diluirte ahí. Es muy peligroso querer liquidar las conciencias individuales, porque entonces se impone la homologación totalitaria, que puede venir desde los viejos totalitarismos fascistas o desde las nuevas técnicas de control y manipulación que se dan también en la democracia.”
¿Qué tipo de poeta era Angel González?
–Era un poeta cívico que no intentó crear un lenguaje distinto al de la realidad. Trató de la manera más rigurosa posible el lenguaje de todos. Era muy imaginativo, utilizaba mucho la ironía y siempre hacía que las preocupaciones generales encarnasen en su mirada particular. Como escritor de la posguerra asumió la poesía como un ejercicio de conocimiento para indagar en su propia intimidad sus relaciones. Forma parte de la educación sentimental de los españoles y todo el mundo lo tenía muy cercano en su propia vida, mucha gente a la hora de enamorarse o de consolarse de una muerte acudía a la poesía de Angel, para ordenar los sentimientos. Era muy popular y muy respetado académicamente; a veces los poetas se hacen populares a costa de rebajar su calidad literaria, pero él mantuvo esa calidad. No creía, sin embargo, que esa calidad tuviera que estar enfocada al oscurantismo, a hacer una poesía separada de la vida.
¿Cómo fueron esas charlas que mantuvo con él, para registrar sus relatos?
–Angel recordaba, entre los amigos, algunas escenas de su infancia. El nació en una familia republicana y de golpe comprendió que todo lo que le habían enseñado, que el trabajo y el mérito se reconocían, que los buenos acaban defendiendo su razón, se estrellaba contra una dictadura tremenda. Y pagó una factura muy alta, porque su hermano mayor, Manolo, fue ejecutado, y su otro hermano, Pedro, tuvo que salir al exilio. Se quedó desamparado, con una madre también depurada políticamente, que fue apartada del magisterio. Yo le decía que era una lástima que esos recuerdos se perdieran, porque hablaban de la historia de España, y además era muy emocionante ver cómo para él ese pasado seguía formando parte del presente. El pasado nunca pasa: nuestra mirada viene de allí y nos acompaña. Como él no quería escribirlo, me puse yo. Y enseguida supe que no podía utilizar el tono del catedrático, porque se perdía su emoción, así que fui cambiando el tono hasta decidir que iba a ser una novela en la que el propio Angel pudiera vivir con el lector.
“Esa presencia es un recurso literario de la novela que sintoniza con una idea del propio González. Angel decía que hay algunos muertos de muerte imposible, que nos acompañan a lo largo de la vida –dice García Montero–. Algunas personas se llevan un poco de nosotros a la tumba pero a costa de quedarse, también, en nosotros. El no llegó a conocer mucho a su padre, pero por su importancia en la familia y en el barrio siempre fue un referente moral de lo que debía ser la vida. Y cada vez que tomaba una decisión lo consultaba, en ausencia: ¿qué pensaría? Creo que es una sensación que tiene mucha gente. A mí, incluso, me pasa lo mismo; cuando era jovencito me preguntaba qué dirían en el futuro, o qué dirían los periódicos cuando muera, pero al madurar, si uno no es muy tonto, le da una vuelta completa: cuando escribo pienso en qué me diría Rafael Alberti, o Angel González, de un poema. Creo que los muertos que nos acompañan forman una parte muy fundamental de nuestra propia persona.”
¿Y qué tal la experiencia de escribir novela? Esta fue la primera, y por lo que leí estás escribiendo otra.
–Sí. Mira, por primera vez sentí la emoción de la escritura literaria en prosa, porque en artículos y estudios académicos no había sentido una emoción parecida a la de escribir poesía. Me fueron atrapando los recursos propios de la narración; también, así como en la poesía el esfuerzo llega cuando tienes que preparar una metáfora, una música, una atmósfera, en la novela hay que a lo mejor preparar un episodio con la personalidad de un personaje para que emocione cuatro capítulos más adelante. Bueno, la experiencia me llevó a intentar ahora un nuevo proyecto. Me puse este verano a escribirlo y entonces, luego de tres años sin escribir poemas, en cuanto me vio la poesía en manos de la novela, se me vino encima y estoy en sus manos otra vez. Y como cuando llega hay que cuidarla, estoy más atento a que vaya madurando el libro de poemas que estoy haciendo, aunque sigo escribiendo la novela.
¿Me adelantás los núcleos de esos libros?
–Quiero que el libro de poemas se titule Consideraciones: tiene aforismos como títulos que después desarrollo internado en mis preocupaciones íntimas. “Aprender a quedarse solo es necesario para embarcarse en una ilusión pública”, por ejemplo, es uno. Quiero que sea un libro que mantenga el impulso lírico y que mantenga a la vez un claro sesgo reflexivo, intelectual.
¿Y la novela?
–Es una historia generacional entre un padre que vivió la época del subdesarrollo, cuando España llenaba los trenes de gente que tenía que irse para ganarse la vida afuera, y un hijo que vive en una España desarrollada, capitalista, que recibe aquí a gente que viene a ganarse la vida. El padre, a la vez, es alguien muy politizado, que militó de manera ferviente, mientras que el hijo cree poco en la política. La inmigración es una clave en la novela.
¿Cómo has ido viendo la narrativa sobre la guerra civil y el franquismo?
–Hubo obras maravillosas escritas en el exilio, como la saga de Max Aub o la trilogía La forja de un rebelde, de Barea, que nos sirvieron para conocer muchas cosas. Después, con la democracia, en la medida en que se fue diluyendo la censura que se había interiorizado dentro de las cabezas, la guerra se convirtió en un tema de vital importancia, porque están ahí concentrados todos los grandes temas de la condición humana, familias rotas, odios, pero también ejemplos de resistencia y dignidad. Es normal que ahora sea un tema recurrente, y creo que hay que seguir manteniéndolo. Sólo tengo una preocupación: que la nostalgia por 1936 haga que la gente con conciencia crítica se olvide del sufrimiento de 2010. No basta con volver al pasado sin ver las contradicciones actuales en la sociedad española, en la europea, problemas económicos y morales graves.
¿Qué novelas destacarías de los últimos años?
–Empiezo por una que me pega muy cerca, El corazón helado, de Almudena Grandes (es su mujer), que es una reflexión muy profunda. La buena letra, de Rafael Chirbes, es una novela muy importante. Y aconsejaría también una trilogía de Oscar Esquivias: Inquietud en el paraíso, Ciudad del gran rey y Viene la noche.
Te preguntabas, en uno de tus últimos artículos, acerca de qué podía hacerse para devolverle a la política su protagonismo.
–La degradación de la democracia es una realidad y se debe a que la política ha perdido todo su prestigio. Vivimos en sociedades que liquidan los espacios públicos, sin estructuras de estado que permitan a los ciudadanos seguir controlando el desarrollo de su historia. Miro de cerca la Unión Europea y veo cómo hay una irrelevancia política y un impulso fuertísimo de los intereses neoliberales, económicos. Me parece importante tener conciencia de que el sueño democrático ahora está en peligro, y no por la aparición de brotes totalitarios, antiguos, sino por un capitalismo que se desarrolla sin ataduras, como un cáncer, que necesita debilitar estados y poder político para dedicarse a sus especulaciones. Por eso creo que los ciudadanos tenemos que devolverle la prioridad a la política, y hacer algo para que no sea corrupción, sectarismo, demagogia.
Hacer qué, por ejemplo.
–Defender con orgullo los espacios públicos, los amparos sociales, frente al poder del bancos, me parece fundamental. Se está intentando utilizar esta crisis para seguir con el capitalismo especulativo, contra las regulaciones, y se piden recortes de derechos laborales en nombre de la competitividad. Usan el miedo y piden sacrificios de los derechos conquistados. Peligrosísimo.
¿Tienen llegada concreta los escritores, allí, a la sociedad?
–Creo que sí. Hay muchos que están colaborando en la prensa, con columnas que son bastante seguidas. Y participan en movimientos que luego tienen repercusión. Los artistas tuvieron mucha importancia en la oposición a la guerra de Irak, y eso luego dio fuerza para que la derecha perdiera las elecciones. Ahora hay un compromiso muy claro en luchar contra la impunidad de los crímenes del franquismo, en recordar que el derecho internacional pide cada vez más que no haya amnistía, que se investiguen los crímenes de lesa humanidad. Lo que pasa es que somos conscientes de que ni la mejor columna o el mejor poema pueden competir con mecanismos como la televisión. Saben, los escritores, que deben trabajar conciencia a conciencia, y ya no en el tono del iluminado, sino en la búsqueda de diálogo.
Es alucinante que se llame Falange Española la agrupación que querella a Garzón.
–Eso es lo más doloroso, simbólicamente. Porque Falange y un sindicato de extrema derecha –Manos Limpias, otro nombrecito– son los que han puesto la demanda que ahora ha sentado a Garzón en el banquillo y paraliza sus investigaciones y las de otros jueces, que ya no se atreven a indagar. Más allá del debate legal –y yo creo que se le acusa injustamente– es inaceptable que una fuerza orgullosa de sentirse heredera de los golpistas, acuse al juez que intenta investigar los crímenes de una guerra con muchos miles de muertos, desaparecidos, torturados. Que las mismas siglas que sirvieron para ejecutar a los padres ahora sirvan para humillar y reírse de los hijos y los familiares, para impedir que se recuperen los restos humanos de sus antepasados, que siguen todavía en una cuneta o una fosa común, me parece inaceptable. La Transición estuvo bien en lo institucional pero tiene pendiente una deuda moral muy grave de reparación de las injusticias cometidas por el franquismo. En los años ‘70 el ejército era todavía muy reaccionario, pero hoy se ha transformado radicalmente y ya no hay excusa para no amparar a las víctimas, para que se sepa la verdad. Me gustaría mucho, por ejemplo, que se declarara ilegal al tribunal que condenó a muerte al poeta Miguel Hernández: qué mejor homenaje, en su centenario, que dignificar la memoria.
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