Leopoldo Brizuela apostó por la narrativa de gran aliento decimonónica y por las formas apasionadas del melodrama en su nueva novela situada en la noche en que durante la Segunda Guerra Mundial, Portugal debe tomar una crucial decisión histórica.
› Por Alejandro Soifer
Escrita en un período de felicidad y corregida en otro período más amargo, según declara su autor, Lisboa. Un melodrama tuvo un período de cocción de unos exactos cinco años si se sigue lo indicado en sus últimas líneas.
Este dato de color aporta a la construcción del mito fundacional de una obra que se presenta de modo imponente y anacrónica, entendiendo esto último de modo no peyorativo. Es que las más de setecientas páginas que componen la reconstrucción de una sola noche en una Lisboa considerada capital de un universo al borde del abismo, representan un tipo de literatura que resignifica el folletín del siglo XIX en clave de nuestros tiempos: desde su largo aliento, su estructura de múltiples personajes, sus paratextos que presentan de modo telegráfico al comienzo de cada capítulo un punteo de las situaciones que el lector encontrará, y una simetría casi perfecta, donde cada unidad narrativa ocupa casi el mismo espacio, como si se tratase, en efecto, de una novela por entregas.
Muchas voces dan aliento a este relato coral que también, acorde con la narrativa realista mencionada, incluye la ficcionalización de algunas figuras históricas entre los que se cuentan el poeta del tango Enrique Santos Discépolo, su mujer, Tania, una verdadera femme fatale que el texto aprovecha para su beneficio, y a la que se contrapone la figura de una famosa cantante de fados portuguesa, Amalia Rodrigues.
Al trío se les suman otros varios personajes puramente ficcionales, entre los que se destaca el articulador de una historia de intrigas, el cónsul argentino Eduardo Cantilo y todos ellos aportan a la construcción colectiva de una narración con aire musical. Ese sentimiento de melancolía irremediable encuentra en la ciudad sitiada e inmersa en un tenso clima, condensado en la misma escritura cargada de un barroquismo aletargado, un modo de catálisis.
Si el folletín del siglo XIX se escribía sobre los acontecimientos históricos del mayor conflicto bélico reciente a su época (las guerras napoleónicas), Lisboa. Un melodrama lleva su trama de idas y vueltas, escritura pausada e historias paralelas que terminan o no tocándose desde lejos, al contexto angustiante de la Segunda Guerra Mundial, en un momento en que Portugal se encontraba presionada a dejar su neutralidad, pinzada tanto por Inglaterra como por la Alemania nazi.
Con el peligro patente de que la tormenta se desate con toda la furia sobre una ciudad que es el finis terrae, el fin del mundo libre, la última vía de salvación y escape de Europa, los personajes se desplazan en un ambiente que mezcla lo prostibulario y la bohemia, pero también la alta sociedad y el intento de conservar la dignidad en momentos en que parece estar todo permitido.
Como si el manto negro de la guerra y el peligro hubiesen cubierto con sombras eternas a la capital de Portugal esa noche durante la que transcurre el argumento, los escenarios son lúgubres y despersonalizados: la residencia argentina, un club nocturno, un precipicio que de modo expresionista impulsa al suicidio, el puerto y unas calles atestadas de policías dispuestos a reprimir.
Entonces, sin nada que hacer más que esperar a que pase algo, los personajes se dedican a perder el tiempo hasta poder materializar el escape, tratando de sobrevivir y contándose historias entre sí, sus historias, en una manía confesional que lleva la impronta de la música autobiográfica. Los secretos que guardan cada uno de ellos construyen la impronta melodramática de la trama que terminará de tejerse en los entrecruzamientos de pasiones desbocadas.
Las miserias individuales escondidas enriquecen una narración que se detiene en los detalles para mostrar un cuadro de situación de notable patetismo y decadencia. Así es que nos encontramos con una trama plagada de intrigas palaciegas en un tiempo de espías, donde nadie termina de ser lo que muestra tras las máscaras de una hipocresía burguesa y una bohemia en retirada.
La novela intenta capturar todos los momentos, convertirse en una totalidad, llenar los espacios vacíos saturándose de detalles, lo que permite al relato seguir avanzando en un intento vano de ir tapando filtraciones. El resultado es un condensado texto que aspira a la monumentalidad y apuesta a revivir una forma de literatura decimonónica para nuestros tiempos, planteando la pregunta sobre su posibilidad y devolviendo como respuesta una novela que aprieta con la asfixia de una época y un tiempo terribles.
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