Figura clave de la literatura brasileña, Machado de Assis es aún hoy un escritor enigmático y periódicamente rescatado del olvido. Se publica ahora en castellano Quincas Borba, historia de un filósofo, un perro y un inocente que recibe una herencia que lo excede.
› Por Alicia Plante
En botánica los injertos están indicados cuando se busca incrementar las posibilidades de éxito en la reproducción de una especie arbórea. Algo semejante argumentan aquellos veterinarios que no se identifican con los criadores en su preocupación protonazi por la pureza de las razas, y en cambio respaldan la excepcionalidad del perro mestizo que mediante la presencia en su sangre de genes mixtos, probablemente estará a salvo de los problemas característicos de las razas de sus gestadores: por razones naturales que no se comprenden cabalmente, cada una aportará lo mejor de sí misma a la nueva cría. ¿Una extraña reflexión para abrir la reseña de una novela? Y sin embargo, no tanto. El autor, Joaquim Machado de Assis (1839-1908), nació y vivió en Río de Janeiro, por esos años sede de la corte del emperador don Pedro II, una época en la que irreversiblemente se avanzaba en Brasil hacia la transición a la democracia republicana. Por supuesto, la porción más poderosa y recalcitrante de la burguesía se resistía a la pérdida de sus encantadores privilegios imperiales, y una expresión de esa resistencia fue la convicción –más acendrada tal vez que nunca– de que “la negritud” estaba directamente asociada a una inferioridad racial intrínseca.
Esta circunstancia, que sería simplista definir como “prejuicio”, convertía la dramática historia de la esclavitud en un hecho natural, casi necesario. Don Pedro II la abolió en 1891, antes de terminar abdicando el mismo año en que Machado de Assis publicaba Quincas Borba. Y es dentro de ese contexto conflictivo y encrespado, una época de cambios profundos en la cual ser blanco es considerado prácticamente una virtud moral, que Machado, mulato e hijo de libertos (esclavos liberados), cuestiona desde su escritura los principios estéticos vigentes. En realidad lo hace para un público al que mediante penosos esfuerzos ha llegado a pertenecer gracias a logros laborales y facilitaciones matrimoniales. Por supuesto no existe otro ámbito donde desplegar el talento y es necesario hacer concesiones a esa sociedad a la que Machado desprecia en secreto y a la cual, a la vez, aspira a seducir. Irónicamente es a través de esos lectores y críticos de una burguesía vacua y carnalmente europeizada que el escritor va a inscribir su palabra innovadora en el panorama literario brasileño y latinoamericano. Se apartará de las tendencias románticas a las que adhirió en sus comienzos, liberando así a la narrativa nacional de una cierta miopía provinciana que exageraba los acentos en lo vernáculo. Eventualmente también superará las formas puras del realismo a cuya maduración contribuyó –por ejemplo a partir de la composición de Memorias Póstumas de Blas Cubas, de 1881–, para establecer una identidad nacional que tiene mucho que ver con el simbolismo y los adelantos vanguardistas. Machado, periodista, poeta, ensayista, dramaturgo, narrador, se convertirá en un escritor que se permite ser asociado con la ambigüedad literaria.
Quincas Borba, publicado en 1891, y Don Casmurro, de 1899, retoman los personajes y las circunstancias de Blas Cubas, conformando entre todos un tríptico que retrata con frescura y fulgores impresionistas a la burguesía carioca de la segunda mitad del siglo XIX. Machado llegó a planear otra prolongación de la historia, que tendría como eje a Sofía, personaje central de Quincas Borba, pero desistió del proyecto por considerar que la mujer y su mezcla deliciosamente perversa de encanto y frivolidad ya habían alcanzado su plena estatura.
Quincas Borba es el nombre del supuesto filósofo que dejó una fortuna... y un perro, a Rubiâo, el sujeto inocente y mediocre que lo cuidó cuando estaba enfermo. Toda la historia está armada para que en torno de las andanzas e ilusiones de Rubiâo se dibujen las redes de la ambición, el exitismo y la indiferencia de sus contemporáneos.
La austeridad y el delicado pintoresquismo de Machado configuran asimismo un antecedente indispensable para que un siglo más tarde el otro gigante de las letras brasileñas, Jorge Amado, afectara definitivamente el imaginario de sus compatriotas. Los personajes de Amado, que sudan en colores, con humor, pasión y ternura, se inclinan ante el perfil austero del hombre que les abrió las puertas, su legítimo padrino, Joaquim Machado de Assis.
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