Domingo, 30 de mayo de 2010 | Hoy
Las memorias nicaragüenses de Gioconda Belli arriman una perspectiva femenina a los relatos de la experiencia sandinista.
Por Nina Jäger
Cuando recibió en 1978 el Premio Casa de las Américas por su segundo libro de poemas, Línea de fuego, la vocación primordial de Gioconda Belli no era la escritura. Su actividad principal, cuenta en un capítulo de El país bajo mi piel, era en cambio la militancia en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Ser poeta era solamente tener un talento útil para la revolución que rescataría a Nicaragua de la dictadura de los Somoza, y el reconocimiento literario un micrófono para hablar de la sublevación.
El país bajo mi piel reúne las memorias de la escritora en torno de su militancia en Nicaragua, su exilio en Costa Rica y México, su regreso después del triunfo revolucionario y finalmente su ruptura con el sandinismo en 1993. La autobiografía de Belli, publicada originalmente en Nicaragua en 2001, agrega una perspectiva femenina a la serie de libros de carácter testimonial sobre la experiencia en el Frente Sandinista, entre los que resuenan los nombres de Tomás Borge y Sergio Ramírez.
Con un recorrido histórico que arranca en 1937, año de la instauración de la primera dictadura somocista, y se extiende hasta los ’90, cuando finalmente Belli rompe con el sandinismo, el libro narra con absoluta minuciosidad la trayectoria política y personal de una mujer que dice hacer coexistir los anales clásicos de la feminidad y los privilegios masculinos bajo una misma piel. Pese a que Gioconda Belli se resiste a declararse simplemente feminista, este libro, así como sus poesías y sus novelas, bien tolerarían una lectura de género y una perspectiva feminista militante.
“He sido dos mujeres y he vivido dos vidas.” El país bajo mi piel reúne amor y guerra, erotismo y patriotismo, política y literatura. La poesía de Belli, que en un primer momento fue para ella un hallazgo casual, tuvo un éxito inmediato. Su enfrentamiento directo con el estereotipo “escritura de mujer” (aquel que Virginia Woolf denostaba por no hacer más que adscribir a tipologías organizadas desde lo masculino) supuso, cuando sus versos fueron calificados de “pornográficos” por poner la sexualidad femenina en primer plano, un modo de encontrar formas de “subversión” también en la literatura.
La vida de Belli, y en consecuencia también El país bajo mi piel, está organizada alrededor de la figura sartreana del intelectual comprometido. Pero el orden de los factores en este caso sí altera el producto: durante su juventud fue, en primerísimo lugar, una militante por la revolución. Así es que en 1974, bajo la máscara de una refinada poeta que desea publicar su obra fuera de su atrasado país, Belli pudo entrar de incógnito a diversas embajadas en Managua y levantar croquis de los edificios para colaborar con la organización de golpes revolucionarios.
Con una prosa descarnada que va directo al grano y sin mayores rodeos, Belli habla de fusil y corazón, “de amor y guerra”. Junto con su experiencia como militante sandinista, cuenta también cómo lo conoció a Cortázar, su ídolo literario, en la época en que algunos amigos cercanos la llamaban La Maga por su fanatismo profesado por Rayuela, cómo se enamoró primero de su superior en la militancia y después de un periodista estadounidense.
No sé por qué tenemos, se pregunta Belli en consonancia con una escritura militante muy del siglo XX, esa manía de separar la vida de la política. El país bajo mi piel parece ser una forma de respuesta, un modo de reunirlas y vivirlas a un mismo tiempo.
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