Dom 08.08.2010
libros

El secreto y las voces

Una pareja contrata a Arturo Zarco para que investigue el asesinato de su hija. Pero pronto el relato prefiere el diario íntimo y el compromiso sentimental del detective antes que la acción del policial.

› Por Fernando Bogado

Una de las claves del policial negro es que nadie, ni el lector ni los personajes (y tal vez tengamos que incluir en la lista al escritor) sepa muy bien en quién tiene que confiar, cuál de todos los testimonios que aparecen en tal o cual lugar de la novela es el valedero, el que realmente funciona como pieza clave. La gran apuesta de la versión negra del policial es precisamente este aumento de la desconfianza en el testimonio de los personajes que los escritores clásicos del género, como Hammett o Chandler, han instalado: ¿Realmente se puede confiar en esta persona? Marta Sanz, en Black, black, black, apela a un escepticismo generalizado que difícilmente permite dejarnos llevar por la feliz apariencia del testigo.

Arturo Zarco, un detective privado fanático de las novelas policiales negras, separado de su mujer, Paula, tras haber asumido su homosexualidad, se encuentra en el territorio mismo de la desconfianza: la familia Esquivel, una pareja de ancianos que parecen no haberse percatado de la caída de Franco, lo contrata para resolver el misterioso asesinato de su hija, Cristina, ocurrido ya hace bastante tiempo. De todas maneras, el objetivo específico detrás de esta humilde convocatoria es que Zarco pueda reunir las pruebas suficientes para que se pueda declarar culpable a Yalal Hussein, el viudo de Cristina, que siempre les ha resultado incómodo por sus extrañas costumbres “moriscas”. El contratado decide visitar el lugar del crimen, el piso que la víctima tenía en una comunidad vecinal de Madrid, en donde todos sospechan de todos. Cada uno de los vecinos le ofrece al detective la misma cuota de encanto y de rechazo: el punto límite es la particular femme fatale que encuentra en uno de los departamentos, el hijo de una de las vecinas, un adolescente de nombre Olmo que colecciona mariposas. Zarco se involucrará sentimentalmente en el caso hasta el punto de hacer tambalear su propia narración de lo sucedido; de hacerla, claro está, sospechosa.

Estrategias de narración, entonces: Zarco va contando todo lo sucedido en la investigación a Paula, su otrora pareja, en una charla telefónica, imitando voces, dando su opinión, mezclando un relato “objetivo” de los hechos con frases que muestran quién le resulta simpático y quién no. Pero, en el mismo momento en que el lector se sumerge y entra en el juego de referencias oscuras de una antigua pareja de amantes aún preocupada por mostrar quién es el dueño de la última palabra, el relato se corta: la segunda parte de la novela es un diario de enfermedad escrito por uno de los personajes presentados, Luz Arranz, la madre de Olmo, quien comenta sus angustias, sus pesares, desviando la atención del crimen para que tanto el lector como los detectives se pregunten qué conexión se puede establecer entre ese diario y los hechos, conexión que quedará en la responsabilidad de Paula, ahora ella también metida en el caso.

Marta Sanz, escritora y doctora en Filología, consigue en Black, black, black un policial negro que sabe recurrir a las reglas básicas de este modelo pero que, al mismo tiempo, se aleja lo suficiente como para evitar lo que ella misma denuncia: esta tendencia de la literatura contemporánea a complacer, seducir al lector, tal como lo consiguen los medios masivos de comunicación, tratándolo como si fuera un “cliente” con necesidades posibles de satisfacer. Nacida en Madrid en 1967, ha escrito novelas como El frío (1995), Lenguas muertas (1997), Susana y los viejos (2006), obteniendo diversos premios y menciones, incluyendo el presente texto, el cual recibió una recomendación especial por parte del jurado del último Premio Herralde de Novela.

Es en Black, black, black, precisamente, donde el problema de la seducción como aspiración efectiva de una obra literaria queda al descubierto: como los testimonios de los personajes, inclusive de los mismos narradores/detectives, la sospecha y la pregunta están antes que la satisfacción de un caso armado sólo para nuestro entretenimiento. El diario insertado en el centro del relato cumple precisamente ese objetivo, hasta el punto de que lo mejor de la novela son esas notas de un personaje desesperado que ha perdido no sólo la fe en sí mismo, sino la confianza en el mundo, la serenidad que algunas veces nos permite levantarnos de la cama o realizar nuestras tareas cotidianas. Hasta el mismo caso policial parece una excusa para poder leer ese diario escrito marginalmente, una pista que atrae a todos los elementos como un vórtice espacial, ya caracterizado en la repetitiva palabra del título: un abismo tres veces negro.

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