Intelectual de asidua consulta vía internet, Eduardo del Estal da a conocer un volumen sobre teatro y semiología.
› Por Juan Pablo Bertazza
Suele suceder con algunos libros que, además de extraños, son inquietantes: si resulta complicado decir de qué habla Historia de la mirada, mucho más difícil resulta saber de qué no habla, es decir, determinar qué conceptos quedan excluidos de sus páginas. Lo que sí está claro es que una de las grandes ideas que aporta este volumen es una teoría personal y original de su autor acerca de la ley de la figura y el fondo, que está en el corazón de la Gestalt: según esta ley para ver una figura hay que decidir no ver el fondo sobre el que se recorta. Lo notable es que Del Estal revierte los términos y llama significado a la figura y sentido al fondo, dándole especial relevancia a este último.
La misma idea, el mismo ajuste, se puede aplicar a este libro que, en edición de Rafael Spregelburd, compila los principales ensayos de Eduardo del Estal, heterodoxa combinación de pintor, poeta y filósofo, nacido en Buenos Aires en 1954 y ganador, entre otros, del Premio Fondo Nacional de las Artes 2003 al mejor ensayo y premio de poesía Colegio del Rey de la Universidad de Alcalá de Henares.
La figura vendría a ser el corpus de textos que deslizan ideas interesantes acerca del mundo del teatro, la semiología, el arte y también la literatura, entre las cuales podemos destacar la preeminencia del sentido de la vista que, en su complejidad, no tiene nada que envidiarle al sistema general del cerebro; la otra es la relación entre el idioma español –más flexible, lábil y emocional que los idiomas filosóficos como el alemán y el francés– y la poesía, a la que De Estal define como “todo texto en el que no está escrita su lectura”.
El fondo que, a priori, parece menos importante pero tal como demuestra este libro no lo es, radica en el perfil que se dibuja en este libro acerca de un intelectual artista poco conocido pero cuyos textos eran muy consultados por especialistas de distintas ramas, por lo que la publicación de este libro era más que necesaria. Al respecto, cabe mencionar el prólogo de Rafael Spregelburd donde, además de sobrellevar con éxito el imposible trance de presentar y resumir estas páginas, desmiente que este autor sea una invención suya; en primer lugar porque está casado con su hija, “ya que es legalmente imposible y silogísticamente aberrante que yo sea mi propio suegro”.
Necesaria joya para quienes estén interesados en la obra de este excéntrico contemporáneo, la validez de Historia de la mirada radica en que, muy posiblemente, interese a quienes nunca hayan leído, ni siquiera, su nombre.
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