Domingo, 3 de octubre de 2010 | Hoy
El Festival Internacional de Poesía de Rosario va en camino de convertirse en un clásico, pero mientras tanto acaba de cumplir dieciocho años. Primero latinoamericano, ahora mundial, ha logrado un equilibrio entre poéticas nuevas y experimentadas, y un tono auténtico que se respira en actividades donde la poesía tiende un puente y ofrece una fusión entre arte y vida.
Por Juan Pablo Bertazza
Desde Rosario
Así como hay viajes que empiezan antes del viaje –especialmente, cuando se lo programa–, para muchos de los que viajaron a Rosario, el XVIII Festival de Poesía se inició en el trayecto. Aunque se trataba de un reclamo legítimo, los cortes de los obreros de la fábrica Paraná Metal en la Ruta 9, a la altura de Villa Constitución, sumados a las insistentes lluvias que hubo en la zona, dificultaron un tanto la llegada a la ciudad aunque al mismo tiempo ofrecían también espacio para la reflexión. Especialmente cuando micros y autos se metían en caminos alternativos de tierra para evitar los embotellamientos, aunque muchas veces el remedio terminara siendo peor que la enfermedad. ¿La poesía constituye ese camino alternativo de tierra para llegar a una verdad a la que no puede accederse desde las vías convencionales? Tal vez. Lo cierto es que el Festival Internacional de Poesía de Rosario acaba de cumplir la mayoría de edad. Su decimoctava edición se extendió desde el Día de la Primavera hasta el último fin de semana y la mostró fresca y radiante: no sólo porque en los últimos años está empezando a incluir nuevas voces que, por ahí, no cuentan con tanta divulgación ni renombre, sino porque las múltiples actividades ofrecidas buscaron alejarse de la solemnidad en la que puede llegar a caer este tipo de encuentros, logrando hacer sentir de una manera vital la poesía. Libros desparramados entre vasos de cerveza y restos de comida, restaurantes que se llenaban y vaciaban de pronto con el contingente de poetas, conversaciones que mezclaban apellidos de la nueva escena poética latinoamericana con algunas nociones de astrología y hasta confesiones sobre el morbo sexual y fetichista que puede generar en algunos creadores un ropero repleto de corbatas; esas fueron algunas escenas corrientes ya que, además de las maratones características, hubo también recitales de lectura en cárceles, en bares a la madrugada (entre ellos, El Cairo, que inmortalizó Fontanarrosa, o el más bohemio Tercer Mundo), exposición de obras de teatro, talleres abiertos al público –en este caso, la encargada de dictarlo fue Irene Gruss–, valiosos documentales, entre los cuales, los más celebrados fueron el que recorría la legendaria labor del editor José Luis Mangieri y el que mostraba obra y vida de Juan Gelman, y hasta una muestra de retratos de poetas que vinieron a los festivales anteriores.
Una mezcla de experiencia y juventud –extraña mezcla de viaje iniciático y viaje de egresados–, por lo tanto, es lo que ofrecieron estos cinco días a puro verso, que tuvieron su puntapié inicial con un recital del mítico Paco Ibáñez en el colmado Teatro Príncipe de Asturias, al que siguieron un ciclo de recitales con la participación de Fernando Cabrera y Liliana Vitale. Como sucede con los más equilibrados equipos de fútbol, los nuevos talentos, las nuevas voces, se apoyaron en las poéticas más experimentadas, tanto a nivel internacional –entre ellos, el francés Yves DiManno– como en el plano nacional –Roberto Raschella adelantó, por ejemplo, la edición de su poesía completa que está pronta a salir–, dando como resultado un juego poético fresco pero bien estructurado, clásico pero moderno.
Entre los extranjeros se destacaron el inclasificable peruano Rodolfo Hinostroza –poeta que, además de haber ganado el prestigioso premio de cuentos Juan Rulfo en París, se especializó en gastronomía–, Wingston González –un guatemalteco que deslumbró con sus lecturas a puro swing–, Douglas Diegues –quien se autoproclama “inventor del portuñol salvaje”– y Frank Báez, editor de la revista Ping Pong y representante de la República Dominicana, una de las visitas internacionales más jóvenes.
Organizado por el Ministerio de Innovación y Cultura de Santa Fe, la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario y el Centro Cultural Parque de España/Aecid, el Festival tuvo además como objetivo, tal como acostumbra a hacer en cada una de sus ediciones, homenajear al poeta Juan Manuel Inchauspe (Santa Fe, 1940-1991), quien en cierta forma continuó la tradición de Juan L. Ortiz e influyó en una importante cantidad de poetas de la generación del ‘90. Para que el homenaje resultara, en verdad, completo, el sábado a la noche tuvo lugar la presentación de una nueva edición de la Poesía Completa de Inchauspe (hasta ahora agotada), preparada por Sergio Delgado y Francisco Bitar bajo el sello de la editorial de la UNL. Con el sugerente título de Trabajo nocturno, este libro incluye material inédito de gran relevancia: imágenes nunca antes vistas de este poeta oscuro al que habría que empezar a leer más allá del mito, y hasta poemas inéditos. No es casual que el primer poema de la obra completa de Inchauspe –que, tras atravesar una crisis alcohólica, falleció en 1991 a la edad de cincuenta años– se dedique a hablar, justamente, de la vejez: las manos me pesan/ los años han ido acumulándose/ unos tras otros, todos/ y a través de los espejos/ una vaga sensación de vejez;/ El silencio inconmovible/ ha caído/ aplastando la última palabra/ el último rumor/ Un día y otros/ y otros pasan/ y el tiempo invisible/ viejo,/ me colma con su monotonía”. Lo interesante no es sólo que la edición de su Poesía Completa arranque hablando en estos términos sino el contraste de que Inchauspe haya escrito este poema en el año 1961, es decir, cuando sólo tenía 21 años y tenía un largo camino por recorrer en el mundo de las letras.
Con un cierre interdisciplinario, y a tono con la diversidad del Festival, destacó la puesta Mujeres terribles con dirección de Lía Jelín, sobre textos de Silvina Ocampo y Alejandra Pizarnik. Aunque se esperaba que algunas de las actividades fueran disfrutadas por más gente, el 18º Festival de Poesía será recordado como un encuentro en que la poesía mostró un equilibrio interesante y auténtico, entre madurez y vitalidad.
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