Domingo, 14 de noviembre de 2010 | Hoy
Ensayo interferido, diario de sensaciones de una época, el nuevo libro de Josefina Ludmer recoge los primeros trazos de América latina y su literatura en el siglo XXI.
Por Susana Cella
Llegar a la Argentina del 2000 por un año sabático plantea un fuerte contraste entre un tiempo de suspensión del trabajo habitual en la universidad norteamericana y el de un país cuya devastación se iba haciendo cada vez más nítida y tangible. Tal la situación que se evidencia al recorrer el trayecto que propone Josefina Ludmer en su último libro.
No era precisamente el problema haber cruzado el límite del siglo sin que colapsaran los sistemas informáticos, sino algo más hondo y menos espectacular: una suerte de coexistencia entre hechos y dichos más o menos habituales de un visitante paradójicamente local y el oscuro fondo del desmoronamiento. De ahí que cuando la autora habla de “realidadficción” para definir un entorno en el cual “todo es representación”, es posible vislumbrar en el término otra vertiente, una heterogénea mixtura en la cual algo indecible, inescribible, real en definitiva, queda elidido en la trama de imágenes, voces o simulacros. Ludmer se propuso, tal como lo declara, una especulación, especie de intento de ver y pensar, y de hacerlo según otros parámetros diversos de los utilizados en ensayos anteriores, en el gesto de abandonar categorías de pensamiento ya aplicadas para volcarse ahora a una variopinta recolección de lecturas, que se afinca más bien en estudios culturales.
El modo que encuentra para efectuar lo que quiere ser recuento de su experiencia y, a la vez, sondeo y meditación sobre lo que alguna vez declaró haber podido comprender a la distancia (es decir su país y por extensión el subcontinente) es el de cierta mixtura de géneros. Aun cuando sean otras las referencias, las citas aparezcan apenas nombradas, no se esfuma una práctica y un tipo de escritura, que se corresponde con la prolija división del libro en dos grandes partes de matiz abarcativo al remitir a las categorías de tiempo y espacio (“Temporalidades” y “Territorios”). Si la segunda se presenta más acorde con el despliegue argumentativo, la variante discursiva que se presenta aquí como singular es una suerte de notas fechadas a las que denomina “El Diario Sabático”. Miscelánea donde se trenzan los hechos de la vida diaria, las charlas literarias, los encuentros o paseos, los comentarios de un film, un libro, un artículo periodístico o un programa de televisión, pero además, la interferencia del Diario con tramos netamente ensayísticos y algunas hipótesis que van desde merodear por condiciones sociales, históricas y políticas de América latina hasta interrogar qué pasa cuando la literatura parece transformada en lo que denomina “literaturas postautónomas”, nombre con el que intenta definir textos en los que parece haber caído todo parámetro literario, forma genérica, entramado, lenguaje. Como alguien que deambula por una ciudad visitada registra estados de ánimo (“¡Felicidad!” anota varias veces), y a partir de la experiencia que lleva a cabo, va desgranando conclusiones, entre la aseveración y la nítida conjetura.
La literatura postautónoma se enlaza así con esa idea de realidadficción que aporta a “la realidad de lo cotidiano... una realidad producida y construida por los medios, las tecnologías y las ciencias”. ¿Sería entonces esa postliteratura la reproducción sin mediaciones de la época y sus principales fuerzas?
Al razonamiento y el relato, al diario y la teorización podría quizá sumarse otra inflexión discursiva; su libro como testimonio de ese espacio-tiempo peculiar que fue el inicio del milenio, cuyos rasgos hoy trastrocados hacen pensar en aquello como un recuerdo del futuro, que afortunadamente viró completamente unos años después.
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