Si hay una poesía que consiste en practicarle boquetes al muro de lo cotidiano, es la de Pancho Muñoz. Asomaderas, grietas, visillos furtivos hieren la superficie de lo que creemos es la vida: siendo que la vida es otra cosa, muy otra cosa, si nos atenemos al propio decir del autor. Esa poesía ha puesto allí tales hendiduras para que miremos a su través lo que debería ser pura evidencia. Pancho nos recuerda que anquilosamos las palabras en usos menudos y que las bebemos a las apuradas sin apreciar el gusto de lo que quieren decirnos. Las palabras en Pancho son como pibes desatendidos que obstinadamente pretenden conquistar la atención de lo que debe ser atendido. Los padres creen que los pibes hacen una cosa diferente a la sola cosa que hacen en estos casos: recordarles que son sus padres. Grosso modo la poesía; ahora el autor. Se trata de un poeta de mirar de más. No es de los que se obstinan en mirar diferente, huyendo de su propia identidad para encontrarse en la diferencia. El es de mirar de más, obsceno en la práctica pero inocente en el resultado. Por eso nos tira al borde de esa playa para ver pasar cosas que suelen pasar sin ser vistas ante la indisposición natural que tenemos a mirar de más.

Al hablar del libro, y ya no de sus palabras ni de su autor, se advierte que miente en su organización. En realidad, el libro no tiene dos partes, o sí las tiene, pero ambas son primeras partes. No hay orden para alterar, pero tampoco hay manera de suprimir su división.

Hay un “qué dice” general en 20 Poemas Peronistas” y Equitación japonesa. Se siente, desde el principio, que se trata de una declaración de libertad. Después se comprueba. Claro que no se trata de la declaración de alguien que se ha liberado de alguna prisión o estado, sino de alguien que grita su permanecer libre dentro de la misma cárcel. En el modo, lo que más impacta es el arte de ensamble. Una condición insuperable de desarmar las cosas por donde no hay que desarmarlas. Sin embargo no las destroza, sino que pone en evidencia otra arquitectura. “Un amor sombra arriera y un amor yunta” muestra cómo el amor se lleva en soledad o en unión indivisible y cómo ambas situaciones son vecinas inmediatas en el mismo universo.

Finalmente está la cuestión del peronismo, esa cultura intemporal de los argentinos, que tiene realizaciones históricas pero que siempre refiere a una forma inédita de la esencialidad americana. Pero es imprescindible resaltar todas las decisiones existenciales que contiene este libro, elecciones de un camino que debe ser comprendido antes de ser emprendido: “Subir es más difícil, transpiraba, pero bajar es más peligroso”.

Todas esas proclamas tienen, como el peronismo, más la pertinacia de las enfermedades venéreas que la vocación irrefrenablemente asesina del cáncer. Se trata sin más de una poesía peleadora y, contra lo que el autor suele declarar, con los rencores gastados. Y por gastados mañosos y nunca resignados. Como en los niños, los filos de este rencor pronto se mellan, para poder más pronto aún buscar con la vista el comienzo de otra historia en donde lo que importe sea la mera pelea y no cualquiera de sus eventuales resultados. El peronismo de este libro, como toda la cultura del peronismo, instala las reglas de la lucha para ser su parte constante, como quien dice la causa, que suele ser la lucha misma.

Al cabo, la tentación de ponderar méritos resulta inevitable. Pancho Muñoz es un poeta extraordinario en general, y singular en 20... y Equitación.... En rigor, descubriendo sus mecanismos y sistemas, estaría en cualquier escritor decir con el mismo tino de Pancho, todos podrían estar en condiciones de proferir las mismas explosiones de realidad que Muñoz. Pero sucede que lo requerido es lo más infrecuente. “Claro que también hace falta un poco de audacia, y la anuencia de las musas, todo el tiempo”.