RESEñAS
La patria deportiva
FUTBOL Y PATRIA. EL FUTBOL
Y LAS NARRATIVAS DE LA NACION
EN LA ARGENTINA
Pablo Alabarces
Prometeo libros
Buenos Aires, 2002
228 págs.
POR MARTIN DE AMBROSIO
“Vayamos todos a la Avenida de Mayo y demostremos a esos señores de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que la Argentina no tiene nada que ocultar.” En la Avenida de Mayo al 760 funcionaba la oficina de recepción de denuncias por violación a los derechos humanos. El año es 1979. Quien insta a la protesta es el relator de fútbol José María Muñoz. Y el marco es la obtención –en Japón y de la mano de Maradona– del Campeonato Mundial Juvenil de Fútbol. Es el punto más alevoso (naturalmente, junto con el perverso Mundial ‘78) de la apropiación del concepto de patria, del que es tan gustoso el poder: la patria, mezclada con el deporte, suele dar generosos dividendos.
Es que, desde su misma invención como país, la Argentina ha necesitado de un relato unificador privilegiado. Por supuesto: el fútbol. Y hacia las relaciones entre (lo que se dice sobre) el fútbol y las prácticas sociales que le dan forma y sustento, apunta sus cañones interpretativos el sociólogo Pablo Alabarces, profesor de la UBA e investigador del Instituto Gino Germani.
Desde aquel criollismo que se oponía a los inventores del deporte (que, para colmo de las simetrías, son los ingleses) hasta la era post-Maradona que empezó en el año ‘98 en Francia; desde el “hacer la nuestra” que supuestamente significaría la realización del ingenio en la gambeta, hasta su contrapartida “europeizante” del modelo del músculo y las férreas defensas –en un remedo de la dicotomía Apolo vs. Dionisos– es posible seguir el recorrido de la cristalización de un discurso que no siempre tiene un equivalente fáctico. En una palabra, discursos que son falsos, al menos en sus expresiones más “duras”. Aparece así claro que la retórica del fútbol está rodeada de un halo de misticismo que suele repetirse notoriamente durante las grandes conflagraciones planetarias (es decir, los Mundiales) o en sotto voce en los discursos de tribuna o filotribuneros (como esos pobres teleprogramas de pseudo discusiones).
Lo que propone Alabarces es un repaso cronológico: la historia nacional, futbolísticamente revisitada, e interpretada por sus enunciaciones, entre las que se destaca el cine (se analizan una veintena de películas, desde Los tres berretines de 1933, hasta El día que Maradona conoció a Gardel de 1995, pasando por Hay unos tipos abajo del año 1985) y la literatura (en especial El área 18 del también futbolero Roberto Fontanarrosa). Alabarces parafrasea el simple aforismo “se juega como se vive” por el mucho más elíptico “se dice que se juega como se piensa que se vive” (tal vez pariente de los análisis discursivos del filósofo francés M. Pecheux).
Defecto: a veces, Alabarces se olvida de que existe un referente “objetivo” más allá de la mediación de los textos que hacen referencia a una realidad que parece cada vez más diluida; y eso a pesar de que el autor es consciente de ese peligro. Tan consciente que explicita que no quiere caer en “la tentación posmoderna de transformar la nación en un mero acto de habla”. Y la frase de Muñoz del comienzo deja claro que la verdadera trama muchas veces transcurre fuera del campo de juego (discursivo).