Domingo, 3 de abril de 2011 | Hoy
Figura siempre sometida a revisión pero también olvidada, Simón Bolívar y el sueño de la patria grande regresan en una coyuntura muy especial en América latina. En la reciente biografía del escritor William Ospina, el libertador regresa desde el fondo de la historia con un despliegue apasionado, barroco y heroico.
Por Gabriel D. Lerman
Elegancia, buena factura y profundidad son las palabras que surgen de esta nueva biografía del Libertador Simón Bolívar escrita por el notable ensayista colombiano William Ospina. Oportuna, además, porque se presenta en un tiempo en que la figura del prócer americano es revisitada como figura señera de movimientos políticos que ejercen el poder, donde se destaca ostensiblemente el venezolano Hugo Chávez, pero también Rafael Correa y Evo Morales y, como contraparte sureña, quienes desde Argentina, Paraguay y Perú ven en su liderazgo una tradición soberana y emancipatoria a reivindicar. En busca de Bolívar, presentado en una edición de lujo por Norma, podría tomarse a primera vista como una más de las tantas biografías del prócer, incluso con cierto aire despolitizante, como si el recorte del personaje en un pasado potenciadamente remoto operase en la clave del anticuario, del museo, del frío mármol. Sin embargo, allí está el acierto enunciativo de este narrador encendido, poeta romántico, gran demiurgo. El libro construido guarda el estilo de una semblanza de época, casi como el montaje cinematográfico de una película histórica sobre la Revolución Francesa, las cortes inglesas o españolas, o incluso sobre la unificación italiana. Vestuarios y paisajes profusos, frases definitivas, encuentros cumbres con Humboldt, Simón Rodríguez, Miranda, San Martín y Sucre.
Capítulos breves trabajados a modo de viñetas, redondas y envolventes. Pero entre medio de una prosa documentada y una forma ligeramente barroca, el Bolívar de Ospina muestra una respiración biográfica, una fiebre y una demencia que juega con el mito sin romperlo pero tampoco aumentándolo. Es decir, sin refutar la leyenda, pero tampoco abonándola, sino por el contrario centrándose allí donde la figura ofrece su potencial, la espesura del legado como acción performativa, el lenguaje como siembra, la palabra como futuro, el vacío grande y la promesa, el sueño pendiente. “No sólo salió derrotado –escribe Ospina sobre el abrupto final de la Primera República de Venezuela y su relación con Miranda–. Aquel pasaporte era el símbolo del fracaso de una nación, pero también del fracaso de una amistad y de un destino. Atrás sólo había ruinas: el terremoto de 1812 parecía llenar con su estrago todo el horizonte de aquella época. Pero en adelante encontraremos esa extraña capacidad de Bolívar para reinventarse. Y es importante ver que el primer instrumento de esa reconstrucción siempre fue la escritura.” Se refiere al Manifiesto de Cartagena, donde Bolívar evalúa la primera gran campaña en la que participa, define plazos, aliados y, sobre todo, una actitud: la independencia no podía ganarse con juegos de ajedrez de la diplomacia o en la vida cortesana de las metrópolis, sino en la lucha concreta de los hombres, de los campesinos y los indios, de los mestizos, de los criollos que creyeran en la libertad de América. Es entonces cuando produce la liberación del río Magadalena, uno de sus grandes logros, que le valieron la simpatía de Nueva Granada, futura Colombia, el comienzo del ascenso imparable de Bolívar.
La habilidad de William Ospina consiste en encender a Bolívar desde los pliegues profundos de la historia, sin necesidad de traerlo al presente como personaje político, sino que él mismo surge gigante como efecto de lo que su obra libertadora aún reclama. Bolívar soñó una gran nación, pensó la patria grande. Bolívar fue devorado en vida por las elites de quienes emulaban a Europa creando pequeñas repúblicas y olvidando el sueño continental, el lugar de la región en el mundo. Lo discutió con Santander, lo discutió con Dorrego, con Sucre, lo discutió, en definitiva, con el otro coloso, José de San Martín. Eran, ambos, los Washington del sur. Lo sabían ellos, lo sabían los norteamericanos, lo sabían en Europa. El Congreso de Panamá que promueve y realiza Bolívar en 1826 es el antecedente más claro de la integración latinoamericana.
Uno de los últimos trabajos que realizó David Viñas fue una compilación de textos históricos, literarios y ensayísticos sobre Bolívar (Peón Negro, 2008). En una entrevista concedida a Radar, Viñas señaló: “El punto de partida es que no hay nada en Buenos Aires sobre Bolívar, nada. No se habla de algo que está en primera plana de los diarios, viejo. Es la vieja tradición liberal, el desconocimiento de América latina. Yo estudié en el Liceo Militar en el año 1945, y los latinoamericanos allí eran monos. Titíes, ¿eh? No orangutanes. Nosotros éramos los grandes tipos de la historia, el mito de Lavalle señorito. Es toda una ideología. San Martín que se abstiene en Guayaquil, que no entra. Marginalidad, presunto profesionalismo. Los porteños somos los grandes tipos, blanquitos, la hermana mayor, toda la historieta. Y en el Liceo Militar te la vendían, ¿eh? En La Nación, hace cuatro meses, hablando de Chávez, aparece una foto con un epígrafe que dice ‘Chávez gesticula delante de su gente’. No habla, gesticula. ¿De qué están hablando?”.
Ahora tenemos más material, una bella biografía, para pensar al Libertador.
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