Domingo, 3 de abril de 2011 | Hoy
Integrante de la Generación del crack, Ricardo Chávez Castañeda ha logrado fusionar las preocupaciones sociales y políticas en un trabajo muy logrado con el lenguaje, como motivo y como expresión. En Severiana, una original trama recupera el tema de las desapariciones.
Por Luciana De Mello
“La historia más infeliz es siempre la que nos pertenece a todos”, afirma en sus últimas páginas el narrador de Severiana, y con esto apunta directamente a la complicidad de un grupo, de una comunidad, de todo un país cuando la experiencia del horror se instala y se percibe como un accionar siniestro perpetrado desde afuera. Porque la última novela del autor mexicano Ricardo Chávez Castañeda es la historia de chupadores y desaparecidos, de las posibilidades e imposibilidades de la lengua para transformar una realidad atroz, que ha sido construida con el mismo material de las palabras. “Con el lenguaje, no se puede destruir el lenguaje. Lo que creaban las palabras se volvía eterno; el mundo y la literatura son un mismo lugar.”
Chávez Castañeda –que entre sus novelas, cuentos y ensayos le ha dedicado una parte importante de su producción a la literatura infantil– escribe Severiana dentro de los parámetros de la novela adolescente con elementos del policial negro y del género fantástico, para narrar la tragedia dentro de una comunidad en la que los niños comienzan a desaparecer sin que los adultos puedan hacer nada para evitarlo. Los parques, los teatros, las idas a jugar a las casas de los amigos, todo se clausura dentro de esta ciudad donde día a día lo único que crece es el pánico de pensar que el propio hijo será el próximo en ser llevado. Cualquier descuido, la mínima grieta en el cuidado y otra foto irá a empapelar la ciudad con el nombre de “desaparecido”. Un grupo de amigos descubre entonces dónde está el secreto: los chupadores de niños residen dentro de los libros, dentro de las grietas del lenguaje por las que se puede entrar a una realidad paralela. Los chupan hasta desintegrarlos cuando son sorprendidos en la lectura. Ellos entonces inventan Severiana, una isla que van escribiendo y a donde transportan las palabras que quieren rescatar del viejo mundo, pero pronto se dan cuenta de que es inevitable, “que desde el momento de nacer, Severiana ya era un lugar para los chupadores, porque si hay chupadores en las historias de los libros es porque hay chupadores en las historias del mundo”.
Tan nuestro, tan metido está dentro de esta parte del mapa latinoamericano el sentido de la palabra “desaparecidos” que es imposible no trazar ejes cercanos en la lectura de esta novela. Sin embargo, y seguramente por estar esta escritura tan alejada en tiempo y lugar de nuestra historia más reciente, la novela de Chávez tiene un ritmo y una estructura narrativa tan bien logradas, que las “desapariciones” no se cristalizan en un solo espectro temático ni semántico, sino que funcionan como un puntapié de la trama para reflexionar acerca del signo lingüístico.
Y esto no es casualidad, Ricardo Chávez Castañeda, junto a otros escritores de su generación como Jorge Volpi, Pedro Angel Palou y Eloy Urroz, dio origen a la llamada Generación del crack, un movimiento literario que se proclamó en ruptura con el llamado postboom latinoamericano. Más allá de durar poco como “movimiento” y de lo cuestionable de su planteo de la literatura “profunda”, como también del canon literario al que sí adscribían, la operación de marketing funcionó y estos autores fueron justamente publicados y difundidos.
En Severiana puede observarse esta preocupación por lo formal, el rescate estético de los autores del boom que sostenía la Generación del crack, como también los temas que Chávez no abandona. Ya en Desapariciones, uno de sus últimos libros de cuentos, hay un padre que nunca más regresa después de haber ido a ver un partido de fútbol, un marido que vuelve a casa sólo para descubrir que su esposa se ha esfumado sin llevarse nada, y un país entero que fue devastado por un terremoto. En su novela El libro del Silencio también el protagonista es el lenguaje, sin embargo el planteo es inverso: una lingüista debe descubrir cuál fue el hecho atroz que ha dejado a toda una comunidad desprovista de lenguaje.
Quien haya leído a Chávez Castañeda encontrará en Severiana muchas de las frases predilectas del autor, así como su ácido sentido del suspenso, donde todos los personajes están intentando sobrevivir a algo, puestos en situaciones límites en las que revelarán, como individuos y como sociedad, no sólo su oscuridad más siniestra, sino también su pulsión de supervivencia que, como Kamchatka, será para siempre el lugar de la resistencia.
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