Oliverio Coelho sorprende con una novela donde el ritmo de la road movie se enlaza con una indagación de índole psicoanalítica: la búsqueda del padre y la revelación de secretos que, en realidad, sirven más si no se los termina de conocer.
› Por Fernando Bogado
La última novela de Oliverio Coelho, Un hombre llamado Lobo, ahonda en esa suerte de verdad que se imprime en la vida de cualquier persona en un momento dado: cualquier familia es un revuelto de cosas no dichas, de traumas, momentos incómodos, también, de vez en cuando, de cariño, aunque suele ser mucho más palpable el costado negativo antes que el positivo. Quizá por eso el psicoanálisis se hace cargo de toda esa tensión implícita cuando trabaja sobre el inconsciente de algún paciente para revisar de qué manera todo este magma volcánico a punto de estallar ha decidido conservarse en un lugar secreto. Y si hay algo de lo que este texto se alimenta es, precisamente, de secretos que ejercen su despotismo sobre los personajes por mantenerse en el límite de la confesión. Pero atención: los secretos rinden en la medida en que permanecen secretos.
Secretos, entonces, y habrá que revisar el primero: el porqué de la huida de Estela, una chica joven que ha decidido contraer matrimonio con un cuarentón inspector municipal de nombre Sergio Lobo, abandonando no sólo a su esposo sino también al hijo que tuvieron y que conforma el precario hogar que entre ambos han construido. ¿Por qué escapó de todo eso? ¿Por qué eligió la fuga antes de tratar de remontar la relación con su esposo, de hundirse en la monótona vida familiar que se le abría en ese preciso momento? Todas estas preguntas son las que llevan a Lobo a tratar de hallar a su mujer en fuga, recurriendo a un detective privado de nombre Marcusse que le asegura dar con el paradero de la mujer en cuestión a partir de una honda revisión no sólo del pasado de la chica sino, también, de la historia personal de Lobo, argumentando que cualquier información puede ser útil para tratar de entender la relación de causas y consecuencias que se han organizado a lo largo de los años para terminar en este desenlace extraño y fatal.
Psicoanálisis e investigación policial, dos prácticas que viven del secreto: Marcusse se convierte pronto en el confesor de Sergio, quien semana tras semana se encuentra con él en un perdido bar con el objetivo de reunir nuevos datos y, de paso, hacer una revisión de su propia vida. A lo largo de varias páginas, la narración se concentra en la búsqueda desesperada de Estela, quien siempre parece estar a punto de aparecer en una esquina, pero que finalmente vuelve a entregarse a la fuga, como si se encontraran un solo paso detrás de ella. Y es tan sólo una pista la que parece darle un sentido a tantas reuniones acumuladas, un dato: Estela, aparentemente, estaría buscando a su progenitor.
Oliverio Coelho es uno de los escritores jóvenes de mayor renombre luego de trabajos como Los invertebrables (2003) o Parte doméstico (2009). En esta novela logra combinar la práctica detectivesca con el drama familiar de una manera original, sin caer en lugares comunes, ofreciendo un relato ágil que se sirve al mismo tiempo de los desolados paisajes de Carmen de Patagones, La Pampa o Tandil para ofrecer una infructuosa búsqueda que no sólo recorre kilómetros sino también décadas: de finales de los ’80, momento del nacimiento de Iván, el hijo de Lobo y Estela, hasta la actualidad, una búsqueda se superpone rápidamente a la otra cuando el joven decide ubicar a ese innominado padre luego de la muerte de su madre, continuando en alguna medida el hilo dejado por la investigación anterior.
Ni Sergio Lobo en busca de su esposa en fuga, ni Iván tratando de ver por primera vez a su padre, ni mucho menos Estela, parecen destinados a satisfacer el deseo que despierta en un primer momento toda esta serie de averiguaciones y traslados por la geografía argentina. Hay algo que todos los personajes perciben en sus trayectos, que sienten con la contundencia de una pared o de un bloque, que habla más acerca de un destino al que están condenados antes que a una afortunada y voluntaria resolución del problema. Una sentencia en el punto límite del secreto: a un padre, a un verdadero padre, se lo busca, pero nunca se lo encuentra.
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