Domingo, 29 de mayo de 2011 | Hoy
Marcos Herrera tributa en La mitad mejor a una tradición literaria argentina que pone en escena la marginalidad social en una zona metafórica que va desde el matadero a la villa miseria.
Por Alejandro Soifer
Una célebre frase de Goethe dictamina: “La noche es la mitad de la vida y la mitad mejor”. No hay ni siquiera un epígrafe que sirva de ancla referencial a esa aseveración que da título a la nueva novela de Marcos Herrera. Este es el primer espacio vacío, pero no el último y será ocupado por una prosa seca y dura, como si hubiera sido cortada con la precisión tosca del carnicero que disfruta dando el golpe de cuchillo. La mitad mejor se constituye como un policial de climas, donde la trama coral queda en un segundo plano.
La Foca es un líder del crimen organizado de una geografía indeterminada pero que se superpone con ciertos arrabales entre alguna villa del conurbano bonaerense y la ciudad. Desde las sombras, sin hacer acto de presencia sino como un nombre, un espectro omnipresente, dirige una organización mafiosa que se dedica a la prostitución forzada de mujeres, el boxeo ilegal y la comercialización de una nueva droga sintética. Alrededor de su figura se articulan Perla, la madama avejentada de su prostíbulo; Leira, que le consigue las esclavas sexuales en verdaderas “cacerías humanas”; Pico y Perro, dos sicarios que le hacen algunos trabajitos sucios, y el periférico Cuervo, buchón que se escuda en el montaje de un adivino. Un hecho mencionado pero nunca explicado del todo (la autoincineración, a lo bonzo, de un muchacho que tenía como misión de la Foca matar a Jinete, otro muchacho que ronda por las periferias del esquema del mafioso) desencadena una especie de efecto dominó que será lo que inicie la trama de la novela. El muchacho marginal, Jinete, escapando de la venganza de la Foca, se hospedará con Juan, un tipo con delirio místico desde que su mujer se ahogó en el río, que mata sus penas adoptando chicos de la calle en su modesto rancho al lado de un basurero. Además será vecino de Leira, lo que unirá sus destinos. No conforme con el abanico de personajes, la historia tiene lugar para que aparezcan subtramas de la mano de Mulno Mikof, cruza entre periodista y detective amateur, su esposa Cherry y la hija de la pareja. Por último, el relato desarrolla de a destellos los avatares de Ho Chi Minh, un delincuente juvenil, líder de una bandita de adolescentes pesados que se alinean detrás suyo.
El desborde narrativo, excedido de personajes, situaciones, subtramas y giros inesperados, se hace denso por el peso de su propio barroquismo: situaciones llevadas a un extremo que parecen calcadas de películas clase b (como una mención casi al pasar al negocio secundario de la Foca, la producción de snuff movies, es decir, películas de sexo explícito con torturas y asesinatos reales; un viejo mito urbano crecido a la par de la industria porno), inconsistencias y lagunas varias en la trama principal, generan un texto que parece dispuesto a cualquier cosa con tal de hacer espacio para unas descripciones brutales, construidas por acumulación de adjetivos y acomodadas como si el texto fuese un cuadro hecho de salpicaduras. Justamente en esas descripciones frías, desapasionadas y de bordes rudos se encuentra la potencia de un texto que nunca pierde la calma para narrar, como si se tratara, en muchos casos, de menciones al pasar, una serie de horrores que articulan, retomando una tradición clásica de la literatura argentina, los espacios habitados por las clases bajas como mataderos humanos. El narrador acota a unas palabras de Pico: “Hablaba con tanta tranquilidad que era imposible no creerle”, y condensa en esa observación el tono total de la novela, donde ese mismo narrador habla y pone en escena asesinatos, canibalismo, prostitución, delirios seudocientíficos entre otras cosas que bordean lo ridículo, pero lo hace con un tono tan calmo que es imposible no creerle.
Si la noche es la mitad mejor, la trama medio endeble se queda con la mitad del día y los climas construidos con artesanía sofocante y oscura se quedan en este relato con lo que le corresponde a la noche.
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