Domingo, 29 de mayo de 2011 | Hoy
Una exploración poética en torno de la pérdida del padre.
Por Juan Pablo Bertazza
Extravío, vigilias, invade, vagones, vacío. Hay libros que cuentan con una letra capital y, sin lugar a dudas, la de esta obra es la “V”. Alejandro Archain, que dedica esta obra al gran editor José Luis Mangieri, traza en Deriva –título despojado y abismal que, ni siquiera, ofrece el bastón de la cita a Quiroga– un panorama de la perdición total y consecuencia inmediata, la vuelta a los orígenes: la deriva que es perder el rumbo pero también proceder, venir de algo o de alguien.
Un tren que parte a las cinco es el gran leitmotiv, un tren que se confunde con el río (que también parte, que también descarrila), con un barco y con cualquier metáfora de la fatalidad temporal que desemboca, inexorablemente, en el gran puerto común: la muerte.
Deriva es, también, el viaje que emprende el hombre después de la muerte del padre: “una manera de viajar hacia delante/ yendo hacia atrás”, dice Archain en el verso más grandioso y desgarrador de este libro.
Como el viaje en tren, la vida no es más que eso: un constante ir hacia delante en el que, sin embargo, y como Orfeo tras “recuperar” a Eurídice, no dejamos de mirar atrás: ante cada ausencia (“que ninguna voz puede nombrar”), ante cada muerte, la incertidumbre, la desesperación, la deriva: “El viaje hacia atrás no es nítido/ y se refleja en el vidrio/ del tren empañado”.
Con aliento poético pero sin ninguna artificialidad, un léxico cotidiano pero revelador y un estilo anclado con sumo equilibrio entre el Manrique de Coplas por la muerte de su padre y el Discépolo de “Cafetín de Buenos Aires”, Archain logra con este volumen de 62 páginas un efecto similar al que le atribuye a la muerte: “Crear una eternidad que devora el ahora”.
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