Domingo, 5 de junio de 2011 | Hoy
Una hija exiliada y una madre desaparecida en una novela que convoca la memoria pero sin dejar de ser parte del presente.
Por Sergio Kisielewsky
La historia quema entre palabras y el texto es lo que quedó luego de años de combates y heridas. El tono de la novela es el de la voz de una madre presa. Está detrás de barrotes y asume su pesadilla con un ritmo de confesión y recuerdos. La hija, en cambio, está exiliada. El vínculo es entre dos mujeres a punto de decirse palabras de amor cuando la historia lo impidió de un plumazo, a sangre y distancias.
“Me encontré de pronto en México sin saber por qué”, dice Marina mientras la novela está estructurada en juegos, pérdidas y elecciones de vida. Los seres queridos parten en aviones que van surcando el cielo del continente latinoamericano mientras la melancolía por Buenos Aires crece en el país azteca. Allí están los encuentros memorables con las amigas íntimas o cuando la madre en prisión le habla a su hija (“viajo a tus tres años”). La novela es como un lugar donde siempre habla una mujer con la contundencia de los hechos que atraviesan una época llena de injusticias y desarraigos. La mujer habla, protesta y reclama y es una forma de resistir lo que no estaba en la ley natural: la presencia de los campos de exterminio y los vuelos de la muerte. En el medio de ese fragor una mujer tiene que construir su vida: su amante entra en ella como en un bosque.
Paulina Movsichoff también es poeta y sabe que las imágenes dejan rastro, en este caso como una huella en la nieve por momentos eterna. Como quien no quiere la cosa, se nombra en un nuevo país el Nesquick o de pronto un libro de Murakami donde se esconden las canciones, los relatos y las leyendas. En esas claves aparece siempre el amor, la recreación de un encuentro con Cortázar en un viaje a Mendoza a dar clases de francés y Gabriel, un amigo de la infancia víctima del terrorismo de Estado. Entonces la novela es como nadar entre las propias lágrimas y ese fragor es lo que por momentos no permite deslindar a cada personaje. Se evocan escenas como en la película Underground, de Kusturika, donde los seres entrañables nadan bajo el agua y a la novia no se le moja el vestido en pleno trance, como nombrar la guerra mientras los disparos repiquetean en el zoológico y los animales enloquecen.
“Anoche soñé que volvías” dice uno de los personajes y bien podrían enunciarlo todos. La apuesta es grande y la escritora lo sabe. El blanco de la tapa es todo un símbolo.
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