Domingo, 5 de junio de 2011 | Hoy
Los escritores secretos no suelen ganar un importante premio en el centro editorial de habla hispana, ni ser elegidos por la insistencia de jurados como Enrique Vila-Matas y Juan Villoro. Pero así fue el caso de Tulio Stella, un porteño que eligió la ciudad de Mar del Plata, geografía de su infancia y juventud, para ambientar los siete relatos que componen La familia Fortuna (Lengua de Trapo). A diez años de haber sido premiada, y en gran parte gracias a la crisis en España, esta novela en partes contenidas en una caja se consigue en las librerías argentinas.
Por Martín Pérez
Una caja de cartón, conteniendo siete pequeños libros. Así es como se presenta La familia Fortuna, una obra tan oculta que, recién diez años después de su publicación, se la pudo volver a encontrar en la última Feria del Libro –¡al fin!– entre los demás títulos de la editorial española Lengua de Trapo, que la premió y editó una década atrás. Pero había que saber buscar, porque su contundente presencia parecía ser útil para los responsables del local sólo para ponerle objetos encima.
Siempre sucedió lo mismo con el particular libro del porteño Tulio Stella, descubierto en Madrid por un jurado integrado por Juan Villoro y Enrique Vila-Matas, entre otros, que lo premiaron luego de encontrarlo entre los manuscritos desechados por los organizadores del premio Casa de América de Narrativa Innovadora. “Nunca he dejado de preguntarme lo mismo: cómo es que a nadie le da curiosidad saber lo que hay dentro de la caja”, confiesa Stella, que cuando recibió el llamado anunciándole que había ganado el premio primero creyó que era una broma. Y después tardó toda una década en resignarse a que su humilde proeza literaria prácticamente desapareciera de escena de la misma sorpresiva manera en que apareció. Porque La familia Fortuna, integrada por siete volúmenes de entre 80 y 180 páginas que son independientes entre sí, y que se pueden leer en cualquier orden, tal vez sea el secreto mejor guardado de la última década de la literatura argentina. Ignorada en el momento del premio, porque la editorial entonces era ignota de este lado del charco y los apellidos Villoro y Vila-Matas no tenían el predicamento que ostentan hoy, con la crisis los libros rápidamente fueron saldados y –por supuesto– separados, y se los podía descubrir a precios ridículos en las librerías de Corrientes. Una década más tarde, con su editorial intentando volver a hacer pie en el mercado local, la caja de La familia Fortuna ha regresado a las librerías silenciosamente, como si nadie quisiera darse cuenta.
“El mundo literario no da crédito todavía a lo ocurrido, jamás se ha visto cosa semejante.” Así es como comienza la crónica que el diario español El País publicó en el 2001, comentando el resultado del premio que terminó recibiendo La familia Fortuna, su único momento de gloria, a decir verdad, en una década de vida. Lo ocurrido aquella vez, que alimenta el mito, es que de entre doscientos originales recibidos, y cuarenta preseleccionados por ocho lectores, los cinco jurados estuvieron frente a cinco opciones, que desecharon. “Queríamos dar un premio con fervor y convicción total”, recuerda Villoro, quien explica que le pidieron a la editorial que buscase entre los originales relegados, donde apareció una gran caja de cartón, conteniendo los originales de la novela de Stella.
“Cuando las vi, tuve la esperanza de que fueran malísimas para poder descartarlas de inmediato”, confiesa el mexicano. “Pero desde la primera página supe que era una lectura atrapante.” Según cuenta divertido su autor, los integrantes del jurado le confesaron que fue una suerte lo de los siete libros independientes, porque así, apremiados por el tiempo, pudieron ir leyendo y pasándose en silencio cada una de las carpetas, y llegar a tiempo con el veredicto final a favor de la obra atípica de un escritor desconocido, pero que no era debutante. “Lo que pasa es que siempre le escapé a la literatura”, explica Stella, que con una novela titulada Travelling supo ser finalista del premio Barral en 1971, el que ganó Haroldo Conti con En vida. “Soy de la generación del Di Tella, y por entonces la novela estaba muerta, junto a la pintura de caballete y muchas otras cosas más.”
Alumno de Pezzoni y Jaime Rest, admirador de Martínez Estrada, Sarmiento, José Hernández y “hasta de Mallea” (sic), cofundador del Teatro del Sur, autor de varias obras de teatro y ensayista ocasional premiado por el diario La Nación, Stella nació en 1944, y pasó todos sus veranos en Mar del Plata –donde sus padres eran dueños de un hotel–, al punto de considerarla como su ciudad, a pesar de haber vivido toda su vida en Buenos Aires. Y por eso es el eje geográfico de La familia Fortuna, a pesar de ser una novela que sucede en un mundo globalizado. “Para mí es un micromundo, una representación de lo que es la Argentina”, asegura el autor de una novela que tardó casi una década en escribir.
Por atrevidas, por dinámicas, incluso por literarias, la sucesión de las breves novelas que forman parte de La familia Fortuna deslumbran y atrapan a cualquier lector lo suficientemente curioso como para intentar saber qué es lo que hay dentro de esa caja de libros. Amor Fati, por ejemplo, es la historia de dos gemelos apropiados, que comparten el amor de la misma muchacha, narrada a partir de la búsqueda online que uno de ellos realiza del otro, que ha huido con ella. El país del Fugu, una de las más largas y también de las más logradas, es un alucinado retrato de una Mar del Plata en guerra, donde se crían peces sofisticados y letales. Hay lugar también para un marinero que secuestra un mono y se pierde en Berlín, para un avejentado escritor gay buscando cariño en un marinero ruso perdido en la rambla, para la venganza de una esposa engañada, y las historias se multiplican, con personajes apenas atisbados, pero que aparecen y desaparecen, de libro en libro. El resultado es “una novela que no es perfecta pero que es radicalmente moderna y tiene de todo: ciudades, muchos personajes, muchos barcos, muchas referencias culturales cruzadas”, según la describió un entusiasta Vila-Matas al momento de premiarla.
Quizás sea demasiado extraña para el mundo editorial y demasiado tradicional para la academia; para colmo, La familia Fortuna ni siquiera era obra de un escritor joven: nunca hubo ningún golpe de efecto para explotar. De hecho, la editorial Lengua de Trapo nunca supo muy bien qué hacer con ella. Con un par de novelas aún inéditas –una de ellas, titulada Bajel perdido, Villoro y Vila-Matas la llevaron a Anagrama, sin suerte–, y atrapado en la escritura de otra novela que parece ser eterna, Stella asegura que se ha vuelto a sentir escritor al ganar recientemente un premio en un concurso de cuentos de Carnaval organizado por el subte porteño. “No sé si el hecho de que haya vuelto a las librerías significa que La familia Fortuna vaya a tener una segunda oportunidad”, asegura. “La siento agazapada, esperando su momento. Pero ese momento está más allá de mi, o de la crítica. Tal vez haya un público que la descubra. O si no seré póstumo”, remata Stella, divertido y trágico en el mismo movimiento. Casi como una Fortuna más de su amplia y profusa familia.
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