Domingo, 26 de junio de 2011 | Hoy
La educación religiosa y el roce del erotismo en una novela de matices y situaciones extremadamente cuidados.
Por Martin Kasañetz
Novela de una iniciación descentrada, Ruda macho describe la historia de un niño, el Virgencito, criado en el contexto sofocante de un colegio religioso y perteneciente a una familia disfuncional de padre ausente, que parece tomar, como forma de escape a tamaña realidad, el camino del misticismo y las ciencias ocultas. Esta construcción de su personalidad determinará su relación con los que lo rodean, establecerá fuertes atracciones pero también odios y rechazos, llevándolo a ser considerado por un lado un niño santo y por otro, un paria.
Enzo Maqueira es escritor, editor y docente universitario. Fue secretario de redacción de la revista Lea. Publicó Cortázar, de cronopios y compromisos (2003), El Perseguidor de la libertad (2004) e Historias de putas (2008).
Aunque el esmerado texto de Maqueira detalle situaciones extremadamente cuidadas –en donde ciertos temas buscan ser rozados pero sin ser alcanzados del todo– se presiente una relación de Maestro-Discípulo que se forja con una marcada tensión erótica por parte del Virgencito y su admirado guía espiritual, un hippie llamado Coya que parece demostrarle lo que antes permanecía oculto a sus ojos. La misma tensión lo relaciona con Manuel, amigo del Virgencito y compañero de escuela algo mayor, que lo protege de un ambiente salvaje que parece no aceptarlo.
Sumada a las figuras de estos dos hombres existe una imagen femenina en la vida del Virgencito –una de las pocas permitidas por él– que es su madre. El permanece atento a sus necesidades y al halo de fragilidad que la rodea desde la ausencia de su padre, del que aún se encuentra enamorada. En esta relación no faltarán las visiones que el niño sufre anticipando el futuro para reforzar los temores y el cuidado hacia las necesidades de la mujer, trastrocando los papeles, volviéndose padre de su madre.
Este aniñado personaje creado por Maqueira, así como también el tono ajustado del relato, encuentra cercanías con el Demian de Hermann Hesse. Sobre todo con su adolescente protagonista, Emil Sinclair. La realidad de estos personajes atraviesa una aparente evolución espiritual, ambos guiados por un joven mayor –lazarillo que los comprende y les permite ser quienes son– que parece acercarles un mundo de protección ante un entorno violento, con una relación cerrada que posee –y permite– varias lecturas.
La construcción de Ruda macho contiene un segundo punto de vista de la misma historia –parecida al efecto que se busca cuando en las filmaciones existe otra cámara tomando la misma escena– en la que Maqueira aporta un sentido diferente de la historia a través de un hombre que se dedica a vender libros por las escuelas. Este vendedor se ve llamativamente atraído por la figura del Virgencito hasta obsesionarse con hacer un balance de su vida respecto de sus sentimientos más íntimos.
Ruda macho plantea un relato de formación en un tono que resalta la observación desde la niñez pero con un audaz y muy logrado nerviosismo constante que acaricia las perversiones. Oscar Wilde decía que “el medio mejor para hacer buenos a los niños es hacerlos felices”.
Esta novela demuestra que la sencillez de la frase de Wilde no refleja la complejidad de querer llevarla a cabo.
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