La española Belén Gopegui dio a conocer una novela comprometida con la realidad de la crisis social que vive su país, mediante una trama de conspiraciones informáticas que van revelando una dimensión humana mucho más profunda.
› Por Laura Galarza
“Hay personas que resisten, que no pactan y se la juegan”, dice Julia Montes, personaje femenino inspirado en la ex vicepresidenta española María Teresa de la Vega. Por estos días de tormenta en el Viejo Continente, la última novela de Belén Gopegui funciona como una suerte de viaje al estilo volver al futuro.
Con el pelo completamente gris desde muy joven y asegurando que escribe anclada en la furia, Gopegui refuerza la imagen de mujer combativa aunque diga que usa gorros “para no acatarrarse” y evite utilizar su primer apellido, Ruiz, porque no pronuncia bien la erre. A sus treinta años Anagrama publicó La escala de los mapas, su primera novela. Le siguieron: Tocarnos la cara, La conquista del aire, El lado frío de la almohada y Deseo de ser punk, que fueron escalando en compromiso político y en lo explícito de algunos vectores ideológicos. Todas decantan en un planteo de igualdad, la revuelta contra un mundo que beneficia a pocos y en la crítica al poder que hace la plancha. Defensora del 15-M y al margen del lobby literario, a Gopegui se la podría definir como una militante de las letras. La historia de Acceso no autorizado abre con Julia Montes llegando a casa. Luego de franquear sus múltiples custodias se quita los zapatos, cambia el traje sastre por un jogging y una vez desparramada en el sillón, abre su computadora personal. La flecha del mouse se mueve sola. Superado el impacto, teclea: “¿Quién eres?”. Del otro lado está Eduardo, un abogado que defiende al gremio de seguridad (“los que cuidan como propio lo que no es suyo”), ex militante comunista que en sus ratos libres y por pura diversión, se mete sin permiso en computadoras ajenas. El azar, esa noche, lo lleva hasta la vicepresidenta. Le contesta: “Soy tu centinela”. A partir de ahí la trama toma velocidad vertiginosa. Eduardo empieza a pasarle información que piratea de la red y que le servirá a la vice para destapar algunas ollas, regresar a sus compañeros del partido que, vírgenes del poder, conservan las manos limpias, y tomar distancia de su entorno. En el medio aparece Crisma, un hacker bueno (sombrero gris para la jerga informática). Amenazado, teme ser el próximo Costas Tsalikidis, el griego “suicidado” a raíz de las escuchas que en 2004 involucraron a una de las compañías telefónicas más importantes de su país.
Con solvencia y eficacia la historia también navega en las aguas de los Wikileaks, la piratería informática y las redes como factor de poder y manipulación. Sin embargo, esta trama político-informática es sólo lo que se recorta en la superficie. La novela impacta más hondo. Porque Eduardo se convertirá en una mirada sin rostro, aquello que de Julia Montes nadie conoce. Todos los personajes están solos e insatisfechos. Con lo que hacen, piensan y fundamentalmente con la brecha que separa esos dos frentes. “Lo peor es la inercia”, se confiesa la vice ante La flecha. Las acciones de cada uno van a desarticular lo que creían consolidado en su interior y quedarán ante una encrucijada: transar o lanzarse al vacío. Malestar social y personal se funden y cruzan. El escenario: cibers y plazas desiertas. Una ciudad fría donde cae aguanieve y pasa un colectivo con las puertas cerradas. Gente que duerme en la calle envuelta en bolsas de nylon y a la que hay que esquivar mientras se camina.
El punto a considerar es si la fuerza ideológica que late dentro de Gopegui juega a favor de su literatura. Porque de a ratos las voces suenan a alegato, y los protagonistas se asemejan en la manera de sufrir y de hablar. Pero cómo lo hacen no está nada mal. Gopegui exhibe un pensamiento voluminoso y complejo que transmuta en una prosa potente y poética a la vez. Por otra parte, se hace cargo de que su obra encierra un mensaje. No sólo cree que un libro puede llevar a la rebelión organizada sino que dicta un taller llamado “Literatura y conspiración”.
“Sopla un viento huracanado, los árboles se quedan sin hojas, la gente corre y ustedes están ahí quietos, al abrigo de nada, intentando enhebrar una aguja”, escribe en una de las páginas de esta novela, con lucidez y expresividad.
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